Conciertos

TEMPORADA BOS 15


Palacio Euskalduna.   20:00 h.

W. Kilar: Orawa
N. Rota: Concierto “Soirée” para piano y orquesta
L. van Beethoven: Sinfonía nº 3 en Mi bemol mayor, “Heróica”

Benedetto Lupo, piano
Antoni Wit, director

FECHAS

  • 05 de mayo de 2011       Palacio Euskalduna      20:00 h.
  • 06 de mayo de 2011       Palacio Euskalduna      20:00 h.

Conoce aquí todas las ventajas de ser abonado de la BOS

Pero, vamos a ver, quién de vosotros dos es el angelito y quién el demonio

 

Hay ocasiones en las que nuestros conflictos interiores están tan bien reglados que da gusto verlos. Un semáforo en rojo. Ni un coche en mil kilómetros a la redonda. Un sobrino en cada mano. Un angelito aparece flotando sobre tu hombro derecho y te dice que ni hablar. Un pequeño demonio, acodado en un oreja izquierda, ni siquiera se toma la molestia de decir nada; sólo se mira las uñas y levanta una ceja divertido. Al final aguantas como un campeón los tres minutos y medio que dura el rojo eterno, y hasta es posible que aproveches a partir del 2’15’’ para impartir un refuerzo de doctrina cívica a tus sobrinillos; ahí, ejemplarizante.

Comida en casa de la tía de uno de tus amigos. Sopita de ajo de primero. Amplísimo, generoso y sediento tiesto en las proximidades. Un tiesto palabra de honor que diría Balenciaga. La tía sale al pasillo a responder al teléfono. Cruce de miradas con tu colega. El angelito a estribor que se desespera, sabiéndose ya derrotado y duchado con la túnica apestando a ajo. El demonio a babor de nuevo no ha dicho ni mu, de tan evidente que veía el tema.

Pero, ay, las cosas no siempre están tan claras. Tomemos el caso de nuestros queridos compositores en el trance de arrancarse con una nueva obra. Partitura en blanco. Lápices bien afilados y goma de borrar. Mirada perdida en la lejanía a través del ventanal del estudio. Quien nos ha encargado la pieza ha dejado bien claro que tiene plena confianza en nuestro genio intemporal, inmaterial e intodo. Que tenemos carta blanca y que nos quiere sin ataduras.

En suma, una manumisión envenenada. Hasta es posible que nadie nos haya contratado y que seamos nosotros mismos los que queramos echar el lazo a algunas de las centenas de músicas que nos habitan.

Empezamos a oír voces sobre nuestros hombros. El problema es que nos han mandado un ángel y un demonio que parecen ser gemelos y no hay quién los distinga por la voz.

–No te pongas académico clásico, que eso ya lo tienes superado. Explora y métete en camisas de once varas.

–No te pongas académico vanguardista, que eso ya lo tienes superado. Busca al público y hazles un regalo. Una música que los acompañe durante años.

–No te me rajes y no te vendas a lo fácil. ¡El arte está en la frontera!

–¿De verdad estás seguro de que puedes parir una obra que guste al gran público? A ver si te la vas a dar…

–¿Y si tiras por el rollo místico, que ahí como que vale todo? o, si no, por las matemáticas, que me han dicho que estos fractales te hacen la composición ellos solitos.

–¿Pero tú no formabas parte de una escuela, de un estilo? Tu mutis va a dejar en fuera de juego a tus compadres…

–Esta obra que pide permiso para aterrizar es rara de narices pero, mira tú, da gusto oírla.

–Esta obra que pide permiso para aterrizar es más tradicional que el agua en botijo pero, mira tú, da gusto oírla.

–Ahora que has archidemostrado que gustas a la gente de la calle, ¿por qué no haces un poco de música clásica, de esa de vanguardia? Aprovéchate de tu notoriedad para ayudar a rescatarla.

Y así pasan el rato, cruzándose comentarios y consejos sin que sepamos muy bien cuáles son los de Darth Vader y cuáles los de Tambor, el amigo de Bambi. Los ángelitos y los demonios son muy útiles para la cosa ética pero, la verdad, para la cosa estética no sirven de mucho. Cómo vamos a ir contracorriente, si ni siquiera sabemos para dónde tira la corriente…

Al final los artistas de verdad, la gente que lo lleva en la sangre y en las tripas, opta de manera natural por la diversidad y el meneo. Les gusta cambiar de barrio. El programa de esta noche recoge ejemplos de tres de estos traslados. Wojciech Kilar y Nino

 Rota consiguieron desaprender un montón de asignaturas del conservatorio para ofrecernos sus músicas cercanas. Lo de Beethoven fue justo lo contrario: el conservatorio de Viena todavía ni existía y ya dejó el futuro plan de estudios descalabrado con su “Heroica”.

Wojciech Kilar nació el 17 de julio de 1932 en Lwów y recibió la nacionalidad polaca de puro milagro. 15 años antes habría sido austriaco. 10 años más tarde alemán y 5 más allá soviético; en la actualidad es una ciudad ucraniana. Lwów oyó las pisadas de muchas botas. Parte de la película “La lista de Schindler” se rodó allí en 1992. La banda sonora fue de John Williams pero, no por casualidad, el trailer del film se montó sobre Éxode, de Kilar.

En el siglo XX no fueron pocos los compositores que colaboraron de manera regular con el séptimo arte. Shostakovich, Bernstein, Weinberg, Herrmann, Schnittke, Morricone… Wojciech Kilar es uno de ellos, Lleva compuestas más de un centenar de bandas sonoras. Muchas de ellas para el mercado polaco y otras muchas para el planeta Tierra. Drácula de Bram Stoker, El Pianista, El Show de Truman o La Muerte y la Doncella. De un compositor así se puede decir de todo menos que le falten ideas melódicas o capacidad de llegar a su público. Antes de su reconocimiento internacional el mundo musical ya había recibido su obra Orawa, compuesta en 1986, como una de las pocas obras de factura minimalista que, por fin, no caía en la repetición grotesca de un motivito de 2 segundos.

Ciertamente el minimalismo estaba ahí. La pesadilla de un profesor de conservatorio. Sencillez extrema, repeticiones infinitas y renuncia expresa al desarrollo melódico. Pero, de alguna manera, Kilar sabía lo que se hacía. Este canto rítmico dedicado a las montañas y al río no es una burla, no es fruto de la falta de creatividad; es una obra perfecta en su género. Diez minutos hipnóticos, rotos por un grito. Una pieza que gustaría en el Tibet.

Nino Rota (Milán 1911, Roma 1979) fue, durante más de un cuarto de siglo, el médium musical de Federico Fellini, desde El Jeque Blanco de 1952 hasta Prova d’Orchestra de 1978. En medio seguía ayudando a Visconti, Zefirelli y a otros italianos nacidos un poco más allá: Francis Ford Coppola rodó sus dos primeros Padrinos sobre su música. Pese a trabajar en docenas y docenas de bandas sonoras Rota siempre sacó tiempo para componer otros repertorios. Así es como en septiembre de 1962 estrenó en el Teatro Olímpico de Vicenza su propio Concerto Soirée. Un regalo que se había hecho a si mismo en calidad de pianista y que, como era de esperar, le gustó una barbaridad.

Como en el caso de Kilar, la cercanía de estas melodías, sus guiños a lo popular y las voces ausentes de mecanismos vanguardistas no pretendían ser un ninguneo a su tiempo. Eran, de nuevo, el producto de una mente musical que quería compartir su talento con la gente. La obra se presentaba como una pequeña locura, alejada de las grandes tradiciones formales que habían entrado en el siglo XX con Rachmaninov.

Un concierto que empieza con un Vals, acaba con un Cancán y está atravesado por melodías prestadas de sus películas sólo puede ser una declaración de heterodoxia respetuosa y gamberra. En realidad la factura se corresponde más con el género de la fantasía o de la suite, tal y como Stravinsky había ido cultivando en sus piezas concertantes. Una obra mestiza a sabiendas. Si de algo le sirvió a Nino Rota ser profesor y director del conservatorio de Bari durante casi 30 años fue precisamente la posibilidad de respirar el mismo aire que su alumnado. Los jóvenes en proceso de formación aman la tradición pero no se sienten cautivos de ella.

Eso sí, si de lo que se trata es de darle patadas a la tradición y de reescribirla con buena letra, nadie con más experiencia en el ramo que Ludwig van Beethoven (Bonn 1770, Viena 1827) Su Tercera Sinfonía, compuesta entre 1802 y 1804, fue el primero de sus ejemplos de rebeldía; su preferido según una declaración al poeta Kuffner en 1817.

Beethoven resultó ser uno de los pocos compositores que han tenido el chusco honor de componer sendas obras sinfónicas con intenciones contrapuestas. Su Sinfonía Heroica op. 55, estrenada en abril de 1805, cantaba los éxitos y la figura de Napoleón, espejo y ejemplo para la humanidad. Al poco, la Sinfonía de la Victoria op. 91, estrenada en septiembre de 1813, aplaudía con el mismo fervor la derrota de sus ejércitos a manos de Wellington en la batalla de Vitoria. Rota Fortunae.

Pero Beethoven jamás abjuró de los ideales recogidos en su Heroica: la grandeza de la humanidad y el mito de Prometeo, que ya había visitado en su precedente op. 43 de 1801. La obra le salió tan grande que en la primera edición tuvo el cuidado de añadir en la particella de violines “Esta sinfonía, habiendo sido escrita a propósito más larga de lo normal, debe ser tocada más cerca de principio que del final de una velada […] a fin de que no pierda para el auditor, ya fatigado de las obras precedentes, su propio efecto”.

Y sí que le salió larga, sí. Casi una hora. La sinfonía más extensa jamás compuesta hasta aquella fecha. Las quejas no se hicieron esperar. En un primer momento Beethoven andaba algo preocupado pero pronto decidió que, con el tiempo, la sinfonía se iría acomodando en los cerebros del público. O, mejor dicho, que los cerebros del público se acomodarían a su sinfonía. A ésta y a las que estaban por llegar. Parece ser que tenía razón. Sobre los hombros de Beethoven –como pasa con la gente especial– se divertían dos angelitos; probablemente con túnicas rojas pero dos angelitos.

 

Joseba Berrocal

 

 

Comenzamos este programa de abono, con la obra de Wojciech Kilar “Orawa”. Interpretamos por primera y única vez la misma los días 5 y 6 de octubre de 2003 bajo la dirección del Maestro Mena. Para su interpretación emplearemos el material publicado por la Editorial PWM
. A continuación, se podrá escuchar por primera vez en la historia de la BOS el Concierto Soirée para Piano y Orquesta de Nino Rota. Emplearemos para su interpretación el material de la editorial Ricordi
En la segunda parte del concierto podremos escuchar la Sinfonía nº 3 en Mib M. Op. 55 "Heroica" de Ludwig van Beethoven. Interpretada por primera vez en abril de 1922 bajo la dirección de A. Marsick, la hemos interpretado en otras 64 ocasiones bajo la dirección de Maestros como R. Frühbeck de Burgos, A. Bollet, JoAnn Falletta…siendo la última ocasión y en el marco de nuestra temporada los días 10 y 11 de febrero de 2000 bajo la dirección del Maestro K. Kord. Para su interpretación emplearemos el material de la Breitkopf&Härtel
A continuación les recomendamos una serie de grabaciones comerciales de las obras de nuestro programa. Todas ellas pueden adquirirse en la Fnac o escucharse a través de internet siguiendo los enlaces señalados:

W. Kilar: Orawa
 Antoni Wit – Orchestre de la Radio et Télevision Polonaise de Katowice
Jade- 36021
Audio en spotify

Nino Rota: Concierto Soirée para Piano y Orquesta
 Massimo de Bernart – Benedetto Lupo- Orchestra Sinfonica Siciliana
Arts – B000VM0AIE
Audio en spotify

L.v. Beethoven: Sinfonía nº 3 en Mi b M. “Heroica”
Nicolas Harnoncourt – The Chamber orchestra of Europe
Teldec – B000000SGM
Audio en spotify
 Pero, vamos a ver, quién de vosotros dos es el angelito y quién el demonio

Hay ocasiones en las que nuestros conflictos interiores están tan bien reglados que da gusto verlos. Un semáforo en rojo. Ni un coche en mil kilómetros a la redonda. Un sobrino en cada mano. Un angelito aparece flotando sobre tu hombro derecho y te dice que ni hablar. Un pequeño demonio, acodado en un oreja izquierda, ni siquiera se toma la molestia de decir nada; sólo se mira las uñas y levanta una ceja divertido. Al final aguantas como un campeón los tres minutos y medio que dura el rojo eterno, y hasta es posible que aproveches a partir del 2’15’’ para impartir un refuerzo de doctrina cívica a tus sobrinillos; ahí, ejemplarizante.

Comida en casa de la tía de uno de tus amigos. Sopita de ajo de primero. Amplísimo, generoso y sediento tiesto en las proximidades. Un tiesto palabra de honor que diría Balenciaga. La tía sale al pasillo a responder al teléfono. Cruce de miradas con tu colega. El angelito a estribor que se desespera, sabiéndose ya derrotado y duchado con la túnica apestando a ajo. El demonio a babor de nuevo no ha dicho ni mu, de tan evidente que veía el tema.

Pero, ay, las cosas no siempre están tan claras. Tomemos el caso de nuestros queridos compositores en el trance de arrancarse con una nueva obra. Partitura en blanco. Lápices bien afilados y goma de borrar. Mirada perdida en la lejanía a través del ventanal del estudio. Quien nos ha encargado la pieza ha dejado bien claro que tiene plena confianza en nuestro genio intemporal, inmaterial e intodo. Que tenemos carta blanca y que nos quiere sin ataduras.

En suma, una manumisión envenenada. Hasta es posible que nadie nos haya contratado y que seamos nosotros mismos los que queramos echar el lazo a algunas de las centenas de músicas que nos habitan.

Empezamos a oír voces sobre nuestros hombros. El problema es que nos han mandado un ángel y un demonio que parecen ser gemelos y no hay quién los distinga por la voz.

–No te pongas académico clásico, que eso ya lo tienes superado. Explora y métete en camisas de once varas.
–No te pongas académico vanguardista, que eso ya lo tienes superado. Busca al público y hazles un regalo. Una música que los acompañe durante años.
–No te me rajes y no te vendas a lo fácil. ¡El arte está en la frontera!
–¿De verdad estás seguro de que puedes parir una obra que guste al gran público? A ver si te la vas a dar…
–¿Y si tiras por el rollo místico, que ahí como que vale todo? o, si no, por las matemáticas, que me han dicho que estos fractales te hacen la composición ellos solitos.
–¿Pero tú no formabas parte de una escuela, de un estilo? Tu mutis va a dejar en fuera de juego a tus compadres…
–Esta obra que pide permiso para aterrizar es rara de narices pero, mira tú, da gusto oírla.
–Esta obra que pide permiso para aterrizar es más tradicional que el agua en botijo pero, mira tú, da gusto oírla.
–Ahora que has archidemostrado que gustas a la gente de la calle, ¿por qué no haces un poco de música clásica, de esa de vanguardia? Aprovéchate de tu notoriedad para ayudar a rescatarla.

Y así pasan el rato, cruzándose comentarios y consejos sin que sepamos muy bien cuáles son los de Darth Vader y cuáles los de Tambor, el amigo de Bambi. Los ángelitos y los demonios son muy útiles para la cosa ética pero, la verdad, para la cosa estética no sirven de mucho. Cómo vamos a ir contracorriente, si ni siquiera sabemos para dónde tira la corriente…

Al final los artistas de verdad, la gente que lo lleva en la sangre y en las tripas, opta de manera natural por la diversidad y el meneo. Les gusta cambiar de barrio. El programa de esta noche recoge ejemplos de tres de estos traslados. Wojciech Kilar y Nino

 Rota consiguieron desaprender un montón de asignaturas del conservatorio para ofrecernos sus músicas cercanas. Lo de Beethoven fue justo lo contrario: el conservatorio de Viena todavía ni existía y ya dejó el futuro plan de estudios descalabrado con su “Heroica”.

Wojciech Kilar nació el 17 de julio de 1932 en Lwów y recibió la nacionalidad polaca de puro milagro. 15 años antes habría sido austriaco. 10 años más tarde alemán y 5 más allá soviético; en la actualidad es una ciudad ucraniana. Lwów oyó las pisadas de muchas botas. Parte de la película “La lista de Schindler” se rodó allí en 1992. La banda sonora fue de John Williams pero, no por casualidad, el trailer del film se montó sobre Éxode, de Kilar.

En el siglo XX no fueron pocos los compositores que colaboraron de manera regular con el séptimo arte. Shostakovich, Bernstein, Weinberg, Herrmann, Schnittke, Morricone… Wojciech Kilar es uno de ellos, Lleva compuestas más de un centenar de bandas sonoras. Muchas de ellas para el mercado polaco y otras muchas para el planeta Tierra. Drácula de Bram Stoker, El Pianista, El Show de Truman o La Muerte y la Doncella. De un compositor así se puede decir de todo menos que le falten ideas melódicas o capacidad de llegar a su público. Antes de su reconocimiento internacional el mundo musical ya había recibido su obra Orawa, compuesta en 1986, como una de las pocas obras de factura minimalista que, por fin, no caía en la repetición grotesca de un motivito de 2 segundos.
Ciertamente el minimalismo estaba ahí. La pesadilla de un profesor de conservatorio. Sencillez extrema, repeticiones infinitas y renuncia expresa al desarrollo melódico. Pero, de alguna manera, Kilar sabía lo que se hacía. Este canto rítmico dedicado a las montañas y al río no es una burla, no es fruto de la falta de creatividad; es una obra perfecta en su género. Diez minutos hipnóticos, rotos por un grito. Una pieza que gustaría en el Tibet.

Nino Rota (Milán 1911, Roma 1979) fue, durante más de un cuarto de siglo, el médium musical de Federico Fellini, desde El Jeque Blanco de 1952 hasta Prova d’Orchestra de 1978. En medio seguía ayudando a Visconti, Zefirelli y a otros italianos nacidos un poco más allá: Francis Ford Coppola rodó sus dos primeros Padrinos sobre su música. Pese a trabajar en docenas y docenas de bandas sonoras Rota siempre sacó tiempo para componer otros repertorios. Así es como en septiembre de 1962 estrenó en el Teatro Olímpico de Vicenza su propio Concerto Soirée. Un regalo que se había hecho a si mismo en calidad de pianista y que, como era de esperar, le gustó una barbaridad.

Como en el caso de Kilar, la cercanía de estas melodías, sus guiños a lo popular y las voces ausentes de mecanismos vanguardistas no pretendían ser un ninguneo a su tiempo. Eran, de nuevo, el producto de una mente musical que quería compartir su talento con la gente. La obra se presentaba como una pequeña locura, alejada de las grandes tradiciones formales que habían entrado en el siglo XX con Rachmaninov.

Un concierto que empieza con un Vals, acaba con un Cancán y está atravesado por melodías prestadas de sus películas sólo puede ser una declaración de heterodoxia respetuosa y gamberra. En realidad la factura se corresponde más con el género de la fantasía o de la suite, tal y como Stravinsky había ido cultivando en sus piezas concertantes. Una obra mestiza a sabiendas. Si de algo le sirvió a Nino Rota ser profesor y director del conservatorio de Bari durante casi 30 años fue precisamente la posibilidad de respirar el mismo aire que su alumnado. Los jóvenes en proceso de formación aman la tradición pero no se sienten cautivos de ella.

Eso sí, si de lo que se trata es de darle patadas a la tradición y de reescribirla con buena letra, nadie con más experiencia en el ramo que Ludwig van Beethoven (Bonn 1770, Viena 1827) Su Tercera Sinfonía, compuesta entre 1802 y 1804, fue el primero de sus ejemplos de rebeldía; su preferido según una declaración al poeta Kuffner en 1817.
Beethoven resultó ser uno de los pocos compositores que han tenido el chusco honor de componer sendas obras sinfónicas con intenciones contrapuestas. Su Sinfonía Heroica op. 55, estrenada en abril de 1805, cantaba los éxitos y la figura de Napoleón, espejo y ejemplo para la humanidad. Al poco, la Sinfonía de la Victoria op. 91, estrenada en septiembre de 1813, aplaudía con el mismo fervor la derrota de sus ejércitos a manos de Wellington en la batalla de Vitoria. Rota Fortunae.

Pero Beethoven jamás abjuró de los ideales recogidos en su Heroica: la grandeza de la humanidad y el mito de Prometeo, que ya había visitado en su precedente op. 43 de 1801. La obra le salió tan grande que en la primera edición tuvo el cuidado de añadir en la particella de violines “Esta sinfonía, habiendo sido escrita a propósito más larga de lo normal, debe ser tocada más cerca de principio que del final de una velada […] a fin de que no pierda para el auditor, ya fatigado de las obras precedentes, su propio efecto”.

Y sí que le salió larga, sí. Casi una hora. La sinfonía más extensa jamás compuesta hasta aquella fecha. Las quejas no se hicieron esperar. En un primer momento Beethoven andaba algo preocupado pero pronto decidió que, con el tiempo, la sinfonía se iría acomodando en los cerebros del público. O, mejor dicho, que los cerebros del público se acomodarían a su sinfonía. A ésta y a las que estaban por llegar. Parece ser que tenía razón. Sobre los hombros de Beethoven –como pasa con la gente especial– se divertían dos angelitos; probablemente con túnicas rojas pero dos angelitos.

Joseba Berrocal
 

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