Concerts
BOS SEASON 6-2009-2010
La llamada del destino
D. Shostakovich: Sinfonía de cámara op. 110a
P.I. Tchaikovsky: Sinfonía nº 5
Günter Neuhold, zuzendaria/director
DATES
Venta de abonos, a partír del 24 de junio.
Venta de entradas, a partir del 16 de septiembre.
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Mercedes Albaina
CON EL CORAZÓN EN LA MANO
Así se nos presentan las dos almas musicales con quienes compartimos esta tarde de concierto. Shostakovich mostrando su sufrimiento por el mundo que le rodeaba, complicado y amargo y Tchaikovsky sublimando su vida interior, no menos atormentada y compleja. Sus lenguajes son diferentes y, sin embargo, ambos utilizan un procedimiento común: vertebrar el discurso musical con un elemento que le dé coherencia.
En el caso de la Sinfonía de Cámara Op. 110a este elemento es un “motivo” creado a partir de la musicalización de cuatro letras del nombre de su mentor, Dmitri SostakoviCH. Este motivo-monograma corresponde, según la notación alemana, a las notas Re (D) Mi bemol (S) Do (C) Si (H). Dicho diseño musical transportará a lo largo de la composición el espíritu de su dueño.
Dmitri Shostakovich (1906-1975) tuvo una vida contradictoria y ambivalente, cargada de honores y amarguras. Músico básico de la “Rusia soviética”, varias veces “premio Stalin”, fue obligado por el propio dictador, en 1948, a controlar su creatividad al ser acusado de “formalismo burgués”. Esta limitación duró por fuerza hasta 1953 (año en que murió Stalin).
Manifestó desde muy niño un magnífico talento para la música. Su madre le enseñó a tocar el piano y era capaz de interpretar con este instrumento obras orquestales simultáneamente a su lectura. Su memoria prodigiosa y su oído absoluto le permitían conocer el más mínimo detalle de una partitura de un vistazo… Y el entusiasmo por la escritura se adueñó de él: “No puedo vivir sin componer”. Esta pasión queda reflejada en un lenguaje que recurre a registros instrumentales extremos, a veces con exagerados saltos en una melodía extensa, lírica, meditativa y sentimental. En otras ocasiones utiliza como mecanismo expresionista, esquemas rítmicos incesantemente repetidos. Le gusta también jugar con cambios en la textura, pasando de la densidad a la transparencia, con líneas musicales unas veces compactas, otras separadas.
La citada Sinfonía de cámara tiene su punto de partida en el Cuarteto de cuerda nº 8 en do menor, escrito por Shostakovich en el breve espacio de tres días (¡asombrosos talento y oficio!) durante un viaje que el compositor realizó a Dresden en 1960. La desoladora visión de las huellas de los bombardeos de la II Guerra Mundial, causó un gran impacto en el músico que dedicó la obra “a las victimas del fascismo y la guerra". Pero además (según recuerdos de su hija Galina), al concluirla Shostakovich dijo: " Me dedico esta obra a mi mismo".
En cualquier caso su “firma”, como queda dicho, recorre la partitura. Hay, además, varias citas de algunas de sus composiciones.
Rudolph Barshai (nacido en 1924), director de orquesta y magnífico intérprete de viola, actuó en su juventud, entre otros, junto a David Oistrakh, Sviatoslav Richter, Emil Gilels, Mstislav Rostropovich, Yehudi Menuhin y el propio Shostakovich. Con este último estudió composición y, sin duda, sus enseñanzas le sirvieron para hacer el arreglo musical, para orquesta de cuerda, del cuarteto nº 8 de su maestro.
La Sinfonía de cámara Op. 110a (al igual que el cuarteto de cuerda del que parte) está articulada en cinco movimientos, tres de los cuales llevan la indicación “Largo”. La obra está pensada para ser escuchada sin pausa. El color de la familia de los instrumentos de cuerda es suficiente para crear un mundo de tensiones y pesares, humor amargo e intenso sentido lírico.
Esta composición es testimonio de la excelente habilidad de Shostakovich (corroborada por Barshai) para establecer una atmósfera emocional profunda, humana y conmovedora, en un puñado de compases.
Por otro lado, el elemento musical que recorre la Sinfonía nº 5 en mi menor de Tchaikovsky es un tema (conocido como “tema del destino”) que contribuye a dar cohesión a la obra y que reconocemos, desde su presentación al inicio, en cada uno de los cuatro movimientos.
Exponente inigualable del esplendor romántico, Tchaikovsky consideraba la sinfonía como un universo en el que distribuir sus afectos, pasiones, sufrimientos, alegrías… su mundo interior al completo. El mismo describe su genio creador: “Me parece que estoy verdaderamente dotado de la facultad de expresar con música (de manera verídica, sincera y sencilla) sentimientos, estados de ánimo e imágenes. En este sentido soy realista y un hombre esencialmente ruso”. En otra ocasión deja escrito: “¿No es cierto que la sinfonía debe expresar todas aquellas cosas que las palabras no pueden decir y que se refugian en el corazón clamando por salir de nosotros?”
¡Qué bien explican estas frases la dimensión dramático-teatral de su música sinfónica!
Con esa intención y de manera rebosante, su paleta de colores tímbricos se pone al servicio de un exhibicionismo de sentimientos que representa el fin de una era.
La música de Tchaikovsky vehicula sin reservas sus efusiones líricas, emotivas, melancólicas, soñadoras, desbordantes o intimistas. Todo llevado al límite. Pero sin menosprecio de la belleza.
Su orquestación, apoyada en su desarrolladísima sensibilidad estética ofrece sonidos originales en cada cambio de textura. Su fantasía musical, adquiere un amplio vuelo y nutre su exquisita invención melódica. No en vano, el profundo sentido de lo bello acompañó a Tchaikovsky desde muy niño. Fue cultivado con esmero y floreció en una imaginación brillante.
P.I. Tchaikovsky (1840-1893), nació y vivió en la Rusia imperial de los Romanov, en el seno de una familia acomodada, amante de la música y la literatura. Su educación temprana, esencialmente francesa, estuvo influida por su institutriz suiza, que apoyó las inclinaciones de su pupilo y futuro compositor hacia la música, la poesía y las artes en general. Más tarde, su contacto con el recién creado Conservatorio de San Petersburgo y con la Sociedad Musical Rusa de Moscú (después también Conservatorio), favorecerían el desarrollo de su talento y la eclosión de cierto carácter popular en su música. Exquisita combinación que mantuvo siempre: cosmopolitismo refinado y alma rusa.
Incluso la dificultad que él mismo se atribuía en cuanto a la organización del discurso musical (“Siempre me ha preocupado mi incapacidad para dotar a mi música de una perfecta estructura formal. Solo el trabajo tenaz me ha permitido, finalmente, alcanzar una forma que, hasta cierto punto, corresponde al contenido”) es síntoma inequívoco de un lenguaje, el romántico, que desborda los moldes heredados. En otras ocasiones manifestó: “En todo lo que compongo encuentro faltas que cualquier crítico mediano podría advertir fácilmente. No puedo hacer nada para evitarlas”. ¿Las escuchan ustedes? (¡benditas faltas!).
En cualquier caso, esta vivencia de escasez de “aptitud formal”, unida a su imperiosa necesidad de expresión, dan como resultado que la unidad y coherencia de su obra estén sujeta a una especie de guión, en este caso al “tema del destino”.
La Sinfonía nº5 en mi menor Op 64 de Tchaikovsky fue compuesta en 1888, época en la que el compositor aún contaba con el apoyo epistolar y financiero de Nadieschda von Meck, acaudalada viuda con cuya sensibilidad e inclinación hacia la obra de Tchaikovsky está en deuda el mundo de la música.
Aunque esta no es una sinfonía “programática” al uso (no hay una intención explícita de que el auditorio siga un guión extramusical al tiempo que suena la música), existen unas ideas que el compositor escribió en su cuaderno de notas mientras componía. Son estas:
“1º Movimiento: Introducción: resignación total ante el destino, ante lo inescrutable de la providencia. Allegro: dudas, lamentos, reproches, quejas…
2º Movimiento: ¿No valdría más arrojarse en brazos de la fe? El programa es excelente, solo si consigo realizarlo”.
¡Que magnífico destino disfrutar de la Música! Con el corazón en la mano… y los oídos atentos.
Mercedes Albaina
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