Concerts

BOS SEASON 11-2013-2014

Abono de iniciación


Euskalduna Palace.   20:00 h.

B. Bartók: Bocetos húngaros
W. A. Mozart: Concierto para piano no 17, en Sol mayor K. 453 (32’)
A. Dvorák: Sinfonía no 7 en Re menor, op. 70 (38’)

Zoltan Kocsis: piano y dirección

DATES

  • 27 February 2014       Euskalduna Palace      20:00 h.
  • 28 February 2014       Euskalduna Palace      20:00 h.

Venta de abonos, a partír del 24 de junio.
Venta de entradas, a partir del 16 de septiembre.

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Así sonaba Centroeuropa

El talento musical, revoloteando desde antaño sobre Centroeuropa, fue a posarse sobre un húngaro-rumano, un austriaco y un checo. Ellos tuvieron a bien escribir las partituras que esta tarde disfrutamos. Benditas sean las musas que los eligierony ellos, bienhallados.
Béla Bartók, (Nagyszentmiklós, Imperio Austrohúngaro -actualmente Sânnicolau Mare, Rumanía-,1881-Nueva York, 1945) fue un brillante pianista, un etnomusicólogo a pie de campo y un creador comprometido, con su tierra natal en un principio y con la humanidad, después. Quiso mostrar al mundo la riqueza del folklore que le rodeaba: húngaro, rumano, búlgaro, esloveno, serbio… hasta extender sus investigaciones a la música popular turca y árabe. Lo recogió con esmero, aldea por aldea, en las rudimentarias placas fonográficas de entonces. Su rechazo a la violencia entre las personas constituyó para él un asunto medular y, antes de su autoexilio en Estados Unidos, no permitía que su música sonara en la radio de Berlín, ya bajo el poder nazi. Al morir, pidió que ninguna calle de su Hungría natal llevara su nombre mientras persistieran en ellas los de Hitler o Mussolini.
Su lenguaje muestra un peculiar sentido de la construcción armónica y rítmica y una riquísima gama de matices tímbricos, texturas, melodías y formas que abarca desde lo más brillante, denso e incisivo hasta lo más sutil y evanescente. Resultado de que su genio bebió durante años, de las fuentes libres que manan del folklore.
Los Bocetos húngarosconstituyen una suite, es decir, una “serie” de transcripciones para orquesta que el propio compositor hizo en 1931, de cinco pequeñas piezas para piano de varios de sus álbumes. La obra conserva el encanto y la inocencia de la música popular que ya irradiaban las partituras pianísticas, pero la vestidura orquestal de Bartók, tan original como sugerente, aumenta el placer de disfrutar los colores de la música.
Para dar coherencia al conjunto, utiliza una estructura simétrica, con un diseño que va construyendo en forma de puente, de entrada y salida, hacia y desde un interior íntimo y profundo, de tal modo que el primero y último movimientos, están inspirados por el estilo folklórico, tan querido del compositor; el segundo y el cuarto hacen un guiño a la comicidad y el corazón de la obra se reserva para el lirismo y la ternura. Los títulos de los movimientos son reflejo de su carácter y aquí los comentamos como si fueran capas de cebolla: del exterior hacia el núcleo. Anochecer en la aldea (primer “boceto”) es un movimiento relajado e idílico, elaborado con temas propios de Bartók, pero las melodías de la sección central, en un libre y fresco tempo rubato, bien podrían haber sido canciones folklóricas. La rústica Danza del porquero que cierra la suite está basada en genuino material popular. Bartók lo tomó, según sus propias palabras, “del último intérprete de flauta pastoril en la aldea de Felsö-Iregh”. Las piezas segunda y cuarta, que sirven de enlace entre los movimientos impares, son mucho más subjetivas en estilo y representan la concepción bartokiana de divertimento musical, una en tiempo rápido y la otra, lento. Así, la Danza del oso pertenece a la categoríade scherzos bárbaros que muchas veces escribía el compositor y delata con su ritmo violento y obstinado la naturaleza primitiva y feroz del animal; mientras que Un poco achispado es del tipo grotesco (atención al variado y original tratamiento tímbrico) que, a través de la música, busca transmitir la distorsión sensorial que padece el personaje. La pieza que se refugia en el interior de la serie, Melodía, está diseñada con la lentitud de lo recóndito pero tiene la fuerza de una confesión y, aun mostrando el influjo de los elementos folklóricos húngaros, como la pentatonía o las melodías divididas en líneas, rezuma la inspiración de su verdadero autor a medida que su textura se hace cálida con la suma paulatina de colores instrumentales.
Bartók decía: “los días más hermosos de mi vida fueron los que pasé en las aldeas, entre los campesinos”. Hoy comparte con nosotros esa felicidad.
Y retrocedemos en el tiempo para asomarnos al Concierto nº 17 para piano y orquesta en Sol mayor K.453, de Wolfgang Amadeus Mozart (Salzburgo, 1756-Viena, 1791). El genial compositor escribió casi todos sus conciertos para piano para demostrar su admirable técnica y para asegurarse un medio de vida en la Viena de aquella época, pero el motivo de su trascendencia es que constituyen la contribución más original de Mozart a la evolución de la música ya que, aun manteniendo el principio tradicional de este género -el uso del contraste en los timbres, volúmenes y velocidades-, apura al máximo la flexibilidad en la estructura y las relaciones tonales, sin renunciar a ciertas tensiones y audacias armónicas con fines expresivos. La consecuencia es que la mayoría de los conciertos son como óperas sin voces, llenos de tensión, nobleza y credibilidad. Este sentido de los valores dramáticos, recreados con medios instrumentales, realza su fuerza y da una nueva dimensión a lo que, hasta entonces, había sido música de entretenimiento, confirmando la opinión de Lord Edward Fitzgerald cuando decía: “Mozart es tan hermoso que las gentes no saben reconocer que es también poderoso”. Tal vez por ello, a la larga, los conciertos para piano no brindaron a su autor la seguridad que buscaba, porque el público al que entonces se dirigían era melómano, pero superficial y buscaba entretenimiento, no emoción.
El que hoy escuchamos fue compuesto en 1784, su annus mirabilis en aquella Viena ávida de música, durante el cual también escribió una serie admirable de obras de cámara, óperas y canciones. En abril de aquel feliz año Mozart concluyó este concierto para una de sus alumnas predilectas, la Signora Bárbara Ployer, a quien está dedicado y que, sin duda, debía ser una destacada pianista. La obra es un ejemplo de toda la ambigüedad de que era capaz el autor en el terreno de los afectos; el oyente sensible descubrirá un sinfín de matices a los que dar una interpretación tan variada, como diverso sea su estado de ánimo. Asombroso es, también, que sin contar con clarinetes, ni trompetas, ni timbales, su orquestación sea un prodigio de eficacia en los recursos.
El concierto se abre con un Allegro pleno de ideas que, aun surgiendo unas de otras, contrastan entre sí, incluso de forma súbita, estando todas organizadas perfectamente con la coherencia de la forma sonata. Y si la gentileza, esa cualidad tan rara como atractiva, pudiera tomar corporeidad a través de la música, se convertiría en el tema principal del Andante. Pero solo en su inicio, porque la maestría armónica de Mozart hace transitar a la música por atmósferas de misteriosa intensidad o de incontenible melancolía.
El Allegretto-Presto con que concluye el concierto es un delicioso conjunto de variaciones sobre un tema derivado del canto del estornino doméstico del compositor, tal como él mismo anotó en su cuaderno de apuntes. Un ave digna de su dueño (lástima las molestas consecuencias…).
Unos kilómetros al norte, y casi un siglo después de que lo hiciera Mozart, escuchó sus primeros sonidos Antonín Dvořák (Nelahozeves, 1841-Praga, 1904), creador de un idioma de ritmos vivos, melodías inspiradas, armonías inteligibles y un sentido del color orquestal lozano y atractivo. Su música es animada, fresca y sentimental, sin caer nunca en la vulgaridad. Junto con Smetana fue el impulsor de la música plenamente checa, pero su lenguaje trasciende fronteras y puede decirse que es uno de los compositores más dotados de finales del siglo XIX.
La Sinfonía nº 7 en re menor Op.70 fue un encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres, a quien está dedicada, y se estrenó en el St. James’s Hall de dicha ciudad, con el compositor a la batuta, el 22 de Abril de 1885. Cuando trabajaba en la partitura, el autor dejó escrito: "la sinfonía debe tener una talla tal como para conmover al mundo” y desde luego, lo hace. Sus temas son profundos y de gran impacto emocional y el formato en el que se hospedan –con el modelo de sinfonía brahmsiana como referente- junto con su fértil imaginación, aseguraron a Dvořák, desde el estreno, un lugar destacado en la historia de este género. El Allegro maestoso, es una muestra del alma musical de Bohemia, de cuyas inmensas posibilidades saca los mejores frutos, alcanzando el clímax romántico en numerosas ocasiones. El hechicero lirismo del Poco Adagio nos afirma en la idea de que para Dvořák las melodías hermosas no son meros deleites, sino profundidades. Le sigue un Scherzo en donde conviven ritmos pegadizos con paisajes soleados, repletos de cantos de pájaros; su efecto subyugante permanece en nosotros mucho después de haber acabado la sinfonía. La realidad dramática regresa con el Allegro final cargado de distintas atmósferas, derivadas magistralmente del tenso tema inicial, concluyendo todo en un exultante y triunfal Re Mayor.
Que los colores de la música centroeuropea les iluminen la tarde.
Mercedes Albaina
 
 
 
 
Zoltan Kocsis, director y piano
 
 Nacido en Budapest en 1952, empezó a tocar el piano con cinco años. En1963, ingresó en la Escuela de música Béla Bartók, donde estudio piano y composición; en 1968 ingresó en la Academia de música Franz Liszt y fue alumno de Pál Kadosa y Ferenc Rados. Con dieciocho años, y tras ganar la International Beethoven Competition de la Radio de Hungría, inicia una brillante carrera internacional como solista. Tocando en escenarios de Europa, América y Oriente Medio. En 1977, Sviatoslav Richter le invitó a tocar en su festival de Francia, y ambos pianistas ofrecieron también recitales conjuntos.
 
Ha tocado, entre otras, con la Filarmónica de Berlín, la Royal Philharmonic, la Filarmónica de Viena, la Chicago Symphony Orchestra o la Orquesta de San Francisco. Es invitado habitual en los festivales internacionales de Edimburgo, París, Tours, Lucerna, Salzburgo, Praga y Menton. Ha  trabajado con Claudio Abbado, Christoph von Dohnányi, Edo de Waart, Charles Mackerras, Lovro von Matacic, Charles Dutoit, Herbert Blomstedt o Michael Tilson Thomas.
 
En 1983, fue co-fundador de la Budapest Festival Orchestra junto a Iván Fischer, y desde 1987, la ha dirigido con asiduidad. Además de un reconocido compositor, Zoltán Kocsis, mantiene su compromiso con la música contemporánea. Su relación en este campo con György Kurtág, le ha llevado a estrenar numerosas obras, algunas de las cuales están dedicadas a él. 
 
Zoltán Kocsis ha grabado para Denon, Hungaroton, Nippon Columbia, Phonogram y Quintana, y ha sido artista exclusivo de Philips Classics. Ha recibido un premio Edison por sus grabaciones con Iván Fischer y la Budapest Festival Orchestra de los tres conciertos de Bartók. Sus grabaciones de Debussy fueron también ganadoras de un premio Gramophone, así como del premio "Instrumental Recording of the year".
 
En 1997, Zoltán Kocsis fue nombrado director titular de la National Philharmonic Orchestra de Hungría. Desde su nombramiento el repertorio de la orquesta se ha ampliado considerablemente, realizando también numerosos estrenos a nivel mundial. En los últimos años, han realizado giras por Europa, Estados Unidos y Japón, actuando tanto como director, como solista de piano, gozando de una inmensa aclamación de la crítica.
 
En enero de 2004, Zoltán Kocsis recibió el premio a toda su carrera en el Midem de Cannes, donde también fue distinguido con el premio ‘Le Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres’ de mano del Ministro de Cultura de Francia, debido a sus esfuerzos en popularizar la música francesa y por su trabajo como músico. En marzo del 2005 su trayectoria se premió de nuevo con el Premio Kossuth. El 23 de enero de 2007, el Ministerio de Educación y Cultura nombró a Zoltán Kocsis "Embajador Mundial de la Cultura Húngara".
 
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Jonathan Mamora, piano

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