Concerts
BOS SEASON 13-2014-2015
Huang Ruo: Announcement
L. van Beethoven: Concierto para piano y orquesta nº 3
S. Rachmaninov: Danzas sinfónicas
Teo Gheorghiu, piano
Lan Shui, director
DATES
Venta de abonos, a partír del 24 de junio.
Venta de entradas, a partir del 16 de septiembre.
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Si quieres que lo toque, yo encantado; pero digo yo que tendrás que escribirlo
19 de julio de 1804. Ferdinand Ries, el único alumno de Beethoven (1770-1827) por aquellos tiempos, va a tocar el Tercer Concierto para Piano op. 37 de su maestro. Una cesión en la que se mezcla la generosidad de Beethoven y su creciente sordera. La obra ya había sido estrenada el 5 de abril del año anterior por el propio compositor en Viena; o sea que esta reposición no tendría que encerrar mayor misterio.
El problema es que hay un asuntillo por ahí pendiente. Un fleco sin mayor importancia.
La parte de solista no ha sido escrita.
Ignaz Xaver Ritter von Seyfield nos da su versión de la noche del estreno.
El concierto venía, como fue habitual en la trayectoria de Beethoven, cargadito de novedades. Compartían cartel las primeras ejecuciones de la Segunda Sinfonía op. 36 y del único oratorio del compositor, Cristo en el Monte de los Olivos op. 85. Llegado el momento del Tercer Concierto, Beethoven se acerca cortés a Seyfield y le pide un favor:
“Beethoven me invita a que le pase las páginas; pero, ¡cielos! Aquello era más fácil de decir que de hacer. Yo no veía más que páginas en blanco. Como mucho por aquí y por allá algunos jeroglíficos totalmente incomprensibles para mí. Él tocaba la parte de solista casi completamente de memoria puesto que no había tenido tiempo –como le solía suceder a menudo- de escribirla del todo.”
Beethoven fue un gran improvisador. Un talento que compartía con la mayoría de los grandes teclistas de su época. Un talento que había sido muy común en el XVIII y que, igualmente, sería una seña de identidad del XIX pianístico. Mozart o Liszt estuvieron ahí para atestiguarlo.
Durante décadas, el reciente fenómeno del concierto público tuvo un formato que a nosotros nos habría dejado perplejos. Hoy en día nuestro estándar de velada musical consiste, contadas excepciones aparte, en un una obertura u obra contemporánea, un concierto para solista, descanso generoso y un obrón tipo sinfonía romántica. Por el contrario, en los tiempos en los que nuestro canon actual se fue formando, las veladas eran bien distintas. Cuesta creer que los conciertos la gente cuchicheaba –o directamente hablaba de sus cosas-, que las luces estaban encendidas, que no faltaba algo para picotear en algunos palcos, que los conciertos eran larguísimos, que si una de las piezas gustaba se repetía sobre la marcha, que no era extraño toparse con algunos aficionados de buena familia entre los miembros de la orquesta, que no siempre había director, que las partituras estaban cuajaditas de erratas, que la mayoría de las obras no tenían más de una docena de años –¡todo era música contemporánea!- , que todo programa digno de tal nombre tenía que incluir un buen puñado de obras vocales: solos, piezas de ensemble y coros; y que si aparecía un solista instrumental por ahí suelto a lo mejor lo tenían un buen rato dando el callo, no sólo tocando sus composiciones sino también improvisando. Este fue el caso del joven Beethoven y de muchos otros contemporáneos.
Cuesta compatibilizar el estatuto casi sacro que hoy en día tiene una partitura de Beethoven con el desparpajo con el que, en ocasiones, trataba sus obras el propio compositor. Es cierto que un clásico en el epistolario de Beethoven lo conforman sus peloteras con el gremio de editores, unas carretadas de cartas en las que amenaza, insulta, suplica y se retuerce de dolor ante los fallos nimios o garrafales que iba encontrando en sus ediciones; pero también es cierto que Beethoven revisaba casi continuamente sus propias obras, y que, sobre todo en las primeras interpretaciones, iba ajustando una cosa aquí y otra allá. La libertad con la que esta gente se acercaba a una partitura es algo que hoy nos resulta casi blasfemo. Pobre de quien se ponga a añadir, quitar o sustituir compases en una sonata de Beethoven. Se lo meriendan en el conservatorio. Si Beethoven se cogiera una nave temporal y se plantara aquí en plan anónimo a enredar en su Tercer Concierto para piano fijo que se iba a llevar un buen chorreo del departamento de tecla por desacato.
Cuenta la leyenda que Elvis en una de sus giras coincidió un día con un concurso de dobles suyos y que, medio por choteo medio por curiosidad, se presentó a ver qué pasaba. Como es natural lo eliminaron en las primeras rondas.
Beethoven, a la fuerza ahorcan, finalmente escribió la parte de solista de su concierto para que Ries pudiera tocarla. Todo el mundo lo agradeció. Una temprana crítica del 2 de enero de 1805 reconocía –aparte de pitorrearse inmisericorde de un inocente concierto de Dussek que compartía programa- que la obra de Beethoven era sencillamente la mejor en su género hasta la fecha.
A lo largo de los siguientes 140 años la técnica pianística se fue desarrollando hasta extremos que pasaron de lo circense a lo directamente inconcebible. Y el imaginario colectivo ha guardado la figura del último titán que brilló en la doble faceta de virtuoso del teclado y compositor, Sergei Rachmaninov (1873-1943)
Claro que así como nadie tuvo jamás el valor de criticar los méritos de Rachmaninov como pianista, no se pudo decir lo mismo de sus composiciones. Cesar Cui, el respetable miembro del Grupo de los Cinco (junto a Balakirev, Borodin, Mussorgski y Rimski-Korsakov) se refería en los siguientes términos en 1897 a una de las primeras obras orquestales del joven Rachmaninov:
“Si hubiera un conservatorio en el infierno, y si uno de sus alumnos con más talento fuera a componer una sinfonía basada en las siete plagas de Egipto, y si la escribiera y ésta fuera similar a la sinfonía de Rachmaninov, habría completado brillantemente su cometido y habría hecho pasar un buen rato a los habitantes del averno.”
Tiernas palabras para motivar a la naciente estrella de la música rusa. Rachmaninov obró el milagro de sacar tiempo y motivación para componer a lo largo de su intensa carrera de concertista y director de orquesta internacional. Su catálogo es relativamente escaso –apenas medio centenar de obras- y, a menudo, como ya se ha apuntado, tuvo el viento de cara. Una parte de sus colegas lo veía como un compositor complaciente, alejado de las trincheras de las vanguardias. Mientras, por otro lado, una parte del público le reprochaba justo lo contrario: que en alguna de sus obras descuidaba la vena melódica que todos esperaban de él. En 1940 Rachmaninov era un artista venerable y ya había tenido suficientes aplausos como para llenar las vidas de media docena de virtuosos; y sin embargo se remangó por última vez y compuso la que sería su obra final, las Danzas Sinfónicas op. 45. La pieza es una maravilla. Clásica y moderna; con un lenguaje propio y, al mismo tiempo, deudor de los colores de sus compatriotas Stravinsky y Prokofiev. Las Danzas también incluyen uno de esos valses que sólo los rusos han sabido componer y que ponen verdes de envidia a los vieneses. Y la obra encierra algunas citas musicales: la siempre efectiva referencia al Dies Irae gregoriano o una oscura cita a su primera sinfonía; aquella dulcemente comentada por Cui. Nunca sabremos lo cerca que estuvimos de que Rachmaninov no se tomase el trabajo de legarnos estas Danzas Sinfónicas. Parece ser que se las tenemos que agradecer a la Sinfónica de Filadelfia, uno de los buques insignia del panorama orquestal norteamericano y dedicataria de la obra.
Precisamente nuestra velada comenzará con una de las obras seleccionadas para festejar el centenario de esta institución. En el año 2000 la Orquesta de Filadelfia convocó un concurso para conmemorar su cumpleaños y el compositor chino Huang Ruo (1976) vio interpretadas sus “Tres Piezas para Orquesta”. Éstas consisten en tres oberturas que, según indicaciones del propio autor, son diferentes saludos al nuevo siglo y pueden ser interpretadas como un conjunto o por separado. Announcement es la segunda de ellas y presenta uno de los rasgos del estilo de Ruo: la fusión entre un sonido orquestal ortodoxamente moderno y melodías orientales. La carrera de Ruo continúa consolidándose y ha seguido cosechando premios, más por cómo compone que por cómo canta. Busquen en internet y lo verán contento como un chaval desafiando sin complejos. Pues claro que sí. Hace bien.
Joseba Berrocal
TEO GHEORGHIU – Piano
Galardonado en 2010 con el Anillo de Beethoven que otorga el Festival Beethoven de Bonn, Teo Gheorghiu tiene planeado para la temporada 2014/15 y siguientes actuar junto con la Royal Philharmonic Orchestra de Londres, la Orquesta Sinfónica de Bilbao, la Sinfónica de Múnich y la Orquesta Filarmónica de Minas Gerais. También cabe destacar sus actuaciones con el Cuarteto Carmina (con el que ha grabado el Quinteto para piano de Dvořák para Sony) y los recitales en la sala Tonhalle de Zúrich, el Centro de Cultura y Congresos de Aarau, el Teatro Municipal Santiago de Chile y en las series del festival Piano en los Jacobinos de Toulouse.
Teo Gheorghiu nació en Zúrich en 1992. Empezó a estudiar en 2001 en la Escuela Purcell de Londres. Continuó sus estudios en el Instituto Curtis de Música de Filadelfia y actualmente estudia en la Real Academia de la Música de Londres. En 2004, ganó el primer premio del Concurso Internacional de Piano de San Marino y al año siguiente obtuvo el máximo galardón del Concurso Internacional de Piano Franz Liszt.
Teo debutó en la sala Tonhalle de Zúrich en 2004. Su primer CD para el sello Deutsche Grammophon se grabó en abril de 2009 y en él interpreta conciertos de Schumann y Beethoven junto con la Musikkollegium Winterthur bajo la dirección de Douglas Boyd. Además de sus habilidades como pianista, Teo es también un actor de talento. En 2006, interpretó el papel de Vitus en la película homónima de Fredi Murer, junto con el actor Bruno Ganz, en la que se cuenta la historia de un joven pianista prodigio. La película ha recibido numerosos premios y, como resultado, Teo ha actuado en los festivales de cine de Estambul, Tribeca (Nueva York) y Locarno.
LAN SHUI – Zuzendaria / Director
Lan Shui es el director musical de la Orquesta Sinfónica de Singapur desde 1997, director principal de la Orquesta Filarmónica de Copenhague desde la temporada 2007/08 y recientemente ha finalizado un periodo de cuatro años como asesor artístico de la Orquesta Sinfónica Nacional de Taiwán. Dejando aparte el apretado programa de estas orquestas fijas, entre sus compromisos como invitado se encuentran las orquestas sinfónicas de Bilbao, Shanghái, Hiroshima y Cantón, la Filarmónica de Tampere y la Orquesta Nacional de Lille.
Como director invitado, Lan Shui ha trabajado en los Estados Unidos con orquestas como la Filarmónica de Los Ángeles, la Orquesta de Minnesota y las orquestas sinfónicas de San Francisco, Baltimore, Detroit y Houston. En Europa, ha actuado junto con la Orquesta Sinfónica de Berlín, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Fráncfort, la Orquesta Sinfónica Nacional de Dinamarca, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart, la Sinfónica de Gotemburgo y la Orquesta Filarmónica de la Radio Alemana de Saarbrücken. También ha sido director principal invitado de la Orquesta de Aalborg y ha actuado en festivales como el de Tanglewood y Aspen.
Su habilidad para construir orquestas y su pasión por poner en marcha, estrenar y grabar nuevas obras de los mejores compositores asiáticos le han hecho célebre. Bajo la dirección de Shui, la Sinfónica de Singapur se ha convertido en una orquesta de talla mundial, que ha realizado numerosas y aclamadas giras por Alemania, Suiza, Japón, China, Hong Kong, Taiwán, Francia, España y los Estados Unidos. En septiembre de 2014, la orquesta debutó en los BBC Proms.
RACHMANINOFF’S TESTAMENT
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