Concerts

BOS SEASON 17-2013-2014

Concierto de Clausura: Duende Andaluz


Euskalduna Palace.   20:00 h.

J. Turina: Orgía, de Danzas fantásticas, op. 22
J. Rodrigo: Concierto de Aranjuez, para guitarra y orquesta
M. de Falla: La vida breve, Interludio y danza
M. de Falla: El sombrero de tres picos, suites 1 y 2

Pablo Villegas: guitarra
Günter Neuhold

DATES

  • 12 June 2014       Euskalduna Palace      20:00 h.
  • 13 June 2014       Euskalduna Palace      20:00 h.

Venta de abonos, a partír del 24 de junio.
Venta de entradas, a partir del 16 de septiembre.

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EL PERFUME DE LAS FLORES Y EL OLOR DE LA MANZANILLA

 
A finales del siglo XIX se desarrolla en el mundo musical occidental una ola nacionalista que trata de cuestionar la hegemonía de la órbita austro-alemana. Ese movimiento extiende sus redes hacia prácticamente todos los países europeos y alcanza también a España, que inicia su renacimiento musical de la mano de una serie de compositores preocupados por la investigación del folclore nacional y el patrimonio heredado del pasado. Felipe Pedrell dice en 1891 que la piedra angular de la composición moderna debe ser el canto popular. Se inicia entonces un impulso que dará luz a un par de generaciones muy destacadas de músicos españoles que comienzan a formase en el extranjero y que ven amenazadas sus aspiraciones por unos condicionamientos políticos y sociales bastante hostiles. Tres de esos compositores pueden sintetizar las aportaciones de su época a la gran música española del siglo XX.
 
Joaquín Turina nace en Sevilla en 1882 y tiene veinticuatro años cuando comienza a estudiar composición con Vincent D’Indy en la Schola Cantorum de París. En la ciudad francesa tiene ocasión de conocer a Isaac Albéniz, quien le anima a dejar a un lado las influencias francesas en su música para dar entrada al canto popular andaluz. Ese cambio se produce progresivamente en sus primeras obras de forma paralela a sus estudios en la Schola. El poema orquestal La procesión del Rocío se estrena en marzo de 1913 en el Teatro Real de Madrid y es una de las puntas de lanza de un estilo con plena personalidad. Asentado definitivamente en la capital española, compagina su trabajo como director de orquesta con la composición de obras de gran arraigo andaluz como la Sinfonía sevillana, Sanlúcar de Barrameda, La oración del torero o las justamente famosas Danzas fantásticas.
 
Estas tres danzas destacan por su magnífica gama de colores, su extraordinaria riqueza melódica y por su atmósfera impresionista. Nacen inspiradas por tres pasajes literarios de Orgía, una novela sevillana de su buen amigo José Más, y cada una de ellas se relaciona con una cita del escritor. La tercera danza, que es la que escuchamos esta noche, llevaría el siguiente epígrafe: “El perfume de las flores se confundía con el olor de la manzanilla, y del fondo de las estrechas copas, llenas del vino incomparable, como un incienso, se elevaba la alegría”. A diferencia de sus dos hermanas (Exaltación tiene resonancias de la jota aragonesa, Ensueño se basa en parte en un zortziko), Orgía es una danza puramente sevillana y en ella emplea el ritmo de una farruca. Turina trata de recrear la visión de un cuadro popular, pero quiere autenticidad, “alejémonos lo posible de la tradicional pandereta (…) en medio del patio hay, sobre la mesa, una gran cañera con las estrechas copas de que nos habla José Más, las típicas cañas, llenas de manzanilla, el vino que todo lo alegra, sin temer tragedias ni embriagueces repulsivas”. Aunque inicialmente compuestas para piano en el verano de 1919, el compositor no tarda en orquestarlas y la versión definitiva se estrena en el Teatro Price en febrero de 1920 con la Filarmónica de Madrid dirigida por Bartolomé Pérez Casas.
 
En esa época Joaquín Rodrigo, nacido en Sagunto en 1901, está a punto de estrenar sus primeras obras, y es en 1927 cuando se decide a dar el salto a París para seguir la estela de los más importantes compositores españoles. Allí estudia con Paul Dukas y tiene un encuentro decisivo con Falla, que será una persona fundamental en su crecimiento como músico. Después de un periodo de cambios (Valencia, París, Alemania), en 1938 tenemos a Rodrigo dando unas conferencias en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. El país está en plena guerra civil y el compositor quiere volver a París cuanto antes. Camino de Francia, en San Sebastián, se reúne en una comida con el guitarrista Regino Sainz de la Maza y el Marqués de Bolarque. Cuenta el compositor que “Regino, con ese tono entre voluble y resuelto que tan bien le caracteriza”, le pide entonces un concierto para guitarra y orquesta. Y así echa raíces el Concierto de Aranjuez, una de las obras españolas más populares e internacionales de siempre.
 
Dos meses después, en su estudio en el barrio latino de París, Rodrigo empieza a pensar en el concierto y rápidamente da con las ideas principales del segundo y el tercer movimiento, pero al primero le debe dedicar más tiempo. “Si al Adagio y al Allegro final me condujo algo así como la inspiración, esa fuerza irresistible y sobrenatural, llegué al primer tiempo por la reflexión, el cálculo y la voluntad”. Tal vez sea eso lo que confiere al Allegro con spirito inicial un tono un poco más experimental, con ese ritmo tan vivo y esas texturas transparentes que dan luz plena a los diferentes floreos de la guitarra. El concierto entero es una visión poética del Aranjuez cortesano anterior al Motín de 1808, pero en ningún caso lo vemos tan claro como en el archiconocido Adagio, que arroja una mirada melancólica sobre esa España goyesca de majas, caprichos y tonadillas. El Allegro gentile devuelve a la música su vida inicial a través de una danza cortesana de aromas neoclásicos.
 
Rodrigo regresa a Madrid tras el verano de 1939, al poco de estallar la Segunda Guerra Mundial, para aceptar un puesto en el Departamento de Música de Radio Nacional. Lleva en sus manos el manuscrito (en Braille) de su nueva obra, que se estrena el 9 de noviembre de 1940 en Barcelona con Sainz de la Maza, la Filarmónica de Barcelona y César Mendoza Lasalle. Sólo unos días después de ese estreno el guitarrista tocará la obra con la Municipal de Bilbao (que es entonces el nombre de la BOS) dirigida por Jesús Arámbarri en el Arriaga. De ahí a Madrid y al mundo.
 
Pero el más universal de todos los compositores españoles que desarrollan su carrera en la primera mitad del siglo XX es seguramente Manuel de Falla. Gaditano de 1876, recibe de Pedrell la ambición de crear una música nacional y muy pronto comprende que en el canto popular importa aún más el espíritu que la letra. Por eso varias de sus primeras obras están pobladas de cualidades melódicas, armónicas y rítmicas heredadas de la tradición folclórica española, aunque integradas siempre en un lenguaje moderno e individual que le era propio. En La vida breve comienzan a verse los primeros reflejos de esa poderosa personalidad. Escrita en 1905 para un concurso convocado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la obra asegura las dos columnas fundamentales de toda ópera nacional: la lengua y la melodía popular. Basada en un poema de Carlos Fernández Shaw y ambientada en El albaicín de Granada, cuenta el drama de Salud, una gitana desplazada por su amante Paco en favor de una joven de buena familia. Su andalucismo, perfectamente estilizado, toma aire en la celebérrima Danza española, con ese ritmo de seguidillas que ahonda en la raíz flamenca de la obra.    
 
Pese a ganar el primer premio en el concurso, Falla trata en vano de estrenar su nueva ópera en Madrid. No lo consigue tampoco a su llegada a París en 1907, aunque tras un encuentro con Paul Dukas sus esperanzas se ven renovadas: “le hice oír La vida breve […] y tales ánimos me dieron sus palabras que, como le dije, me parecía que despertaba de un mal sueño”. Finalmente la obra se estrena (en francés) en Niza en abril de 1913. Iniciada la Gran Guerra, el compositor vuelve a Madrid y ve La vida breve en el Teatro de la Zarzuela en noviembre de 1914. Para entonces se ha relacionado con varios de los compositores más destacados de su tiempo (Debussy, Stravinsky, Ravel) y disfruta de un enorme prestigio en los círculos musicales europeos. Tal es así que en 1917 Serguéi Diáguilev, fundador de los Ballets Rusos, acude a él para tratar de dar oxígeno a la compañía, en plena crisis a causa de la guerra. Su idea inicial es llevar a la escena las Noches en los jardines de España, una sensual obra para piano y orquesta, pero Falla propone revisar su pantomima El Corregidor y la Molinera para convertirla en un gran ballet. Es la génesis de El sombrero de tres picos, música de profundas raíces populares y gran apoteosis de la danza española.
 
Falla trabaja en su nueva obra entre 1917 y 1919. El libreto de Gregorio Martínez Sierra, basado en la novela homónima de Pedro Antonio de Alarcón, se burla de los coqueteos de un viejo corregidor con una joven molinera, a su vez casada con un cuarentón “más feo que Picio”. Las dos suites sinfónicas que realiza de la obra compendian las líneas maestras del ballet original. A menudo (como esta noche) se añade la introducción, caracterizada por sus fanfarrias de metales y sus repiqueteos de castañuelas. La primera suite consta de La tarde -atmósfera neoimpresionista, ecos stravinskianos-, la Danza de la molinera -ardoroso fandango súbitamente detenido por la entrada del corregidor, que se personifica en el sonido del fagot- y Las uvas -encantadora recreación de una escena en la que la molinera ofrece, de forma pícara, un racimo de uvas al viejo-. La segunda se inicia con Los vecinos -plácida y poética seguidilla-, continúa con la famosa Danza del molinero -farruca de intenso sabor flamenco- y termina con la Danza final, una exuberante jota compuesta al calor de una visita del compositor a Fuendetodos, el pueblo natal de Goya.
 
Diáguilev juega todas sus cartas y para la presentación del nuevo ballet en el Alhambra Theatre de Londres reúne a Ernest Ansermet en la dirección musical, Leonid Massine en la coreografía y Pablo Picasso en los decorados. Unas horas antes del estreno, el 22 de julio de 1919, Falla recibe en la capital inglesa un telegrama informándole de que su madre se encuentra muy enferma. Inmediatamente emprende rumbo a Madrid, pero no llega a tiempo y debe enterarse por la prensa tanto de la muerte de su madre como del enorme éxito de El sombrero de tres picos en Londres.
Asier Vallejo Ugarte
 
 
 
 
  
Pablo Villegas, guitarra
 
Pablo Villegas ha  sido  aclamado por la prensa internacional como el sucesor de Andrés Segovia. Desde su debut con la Filarmónica de Nueva York y dirección de Rafael Frühbeck de Burgos en el Avery Fisher Hall del Lincoln Center, ha tocado en más de 30 países, con orquestas como la Filarmónica de Israel, Radio Televisón Española, Filarmónica de Los Angeles, Sinfónicas de San Francisco y Boston. También ha actuado en el Carnegie Hal de Nueva York, en el Tchaikovsky Concert Hall de Moscú y en el Musikverein de Viena.
 
Sus compromisos esta temporada incluyen conciertos con la Sinfónica de Pittsburgh, Orquesta de Cámara de Filadelfia, Orquesta Nacional de Lyon, Filarmónica de Copenhague y recitales en el Festival de Aspen y en el Kennedy Center de Washington DC.
 
Pablo Villegas ha realizado numerosos estrenos mundiales entre los que se encuentra la primera obra escrita para guitarra del compositor de bandas sonoras John Williams.
 
Ha sido galardonado con numerosos premios entre los que se encuentran el Andrés Segovia, Francisco Tárrega, Christopher Parkening, el de las Artes Riojanas y el Ojo Crítico de Radio Nacional de España.
 
Tiene el honor de ser Embajador Cultural de la Fundación Vivanco y su Museo, calificado por la UNESCO como el mejor museo de la cultura del vino del mundo.
 
Artista comprometido socialmente con el mundo actual, Pablo Villegas es el fundador del proyecto filantrópico “El
legado de la música sin fronteras” cuya misión es acercar la música a los niños y jóvenes de bajos recursos, como medio para humanizar su desarrollo personal y emocional y promover el entendimiento entre las diferentes culturas.
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