Concerts

BOS SEASON 4-2013-2014


Euskalduna Palace.   20:00 h.

P. I. Tchaikovsky: Concierto para piano y orquesta no 1, op. 23 (32’)
S. Prokofiev: Sinfonía no 5, op. 100 (45’)

Igor Tchetuev: piano
Günter Neuhold

DATES

  • 14 November 2013       Euskalduna Palace      20:00 h.
  • 15 November 2013       Euskalduna Palace      20:00 h.

Venta de abonos, a partír del 24 de junio.
Venta de entradas, a partir del 16 de septiembre.

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Donde dije pocho digo potxolo

Moscú, víspera del día de navidad de 1874. Nikolai Grigoryevich Rubinstein, uno de los mejores pianistas de su tiempo, es invitado por Pyotr Ilyich Tchaikovsky (1840-1893) a un aula del Conservatorio Imperial –en el que ambos son profesores- para que le eche un vistacillo a su nueva composición. Se trata del primer concierto que Tchaikovsky escribe para este instrumento y sospecha que se le ha ido la mano con la parte del solista; la cual raya la imposibilidad anatómica.

La narración de los hechos, recogidos en una carta de Tchaikovsky a su mecenas Nadezhda von Meck, forma ya parte de la historia de la música. Recuperémosla saltándonos algunas frases:

“Toqué el primer movimiento. Ni una palabra, ni un comentario. ¡Si Ud. supiera cuán estúpida e intolerable es la situación de un hombre que cocina y sirve a un amigo, mientras éste procede a comer en silencio! Rubinstein estaba preparando su tormenta y Hubert –el otro invitado a la audición- esperaba para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Por encima de todo yo no quería oír nada sobre el aspecto artístico. Lo que buscaba eran comentarios sobre los aspectos de la técnica pianística. El silencio de Rubinstein estaba lleno de significado. Parecía decir “Amigo mío, ¿cómo puedo hablar de detalles cuando la obra en su conjunto es insoportable?” Me cargué de paciencia y toqué el concierto hasta el final. Silencio. “¿Y bien?” En ese momento un torrente comenzó a brotar de los labios de Nikolai Grigoryevich. Cortés al principio para, poco a poco, convertirse en un trueno jupiterino. Así supimos que mi concierto era despreciable e intocable. Los episodios eran tan chapuceros, estaban tan fragmentados y mal escritos que quedaban más allá de toda recuperación. La pieza en si misma era mala, vulgar. En algunos momentos yo había fusilado las obras de otros compositores. Sólo dos o tres páginas podían conservarse. El resto tenía que ser desechado o completamente reescrito. Habiendo notado mi silencio obstinado, Hubert estaba asombrado de que le estuviera cayendo un tal rapapolvo a un hombre que ya había escrito una buena cantidad de música y que estaba impartiendo la asignatura de composición en el conservatorio. Un juicio que Ud. no pronunciaría sobre el alumno menos dotado que hubiera desatendido sus deberes.

Yo no sólo estaba alucinado con la escena, también me sentía atropellado. Ya no soy un chiquillo dando sus primeros pasos en composición, ya no necesito lecciones de nadie; especialmente cuando éstas se me dan de una forma tan brutal y poco amistosa. Yo necesito y necesitaré siempre una crítica amigable; pero allí no había nada que se pareciera a esto. Abandoné el aula sin una palabra y comencé a subir las escaleras. Tal era mi rabia y agitación que nada podía decir. En ese momento Rubinstein me alcanzó y, viendo mi estado, me pidió que le acompañara hasta una de las salas más apartadas. Allí me volvió a repetir que mi concierto era imposible, señaló los muchos sitios que tenían que ser revisados y me explicó que si lo hacía en un plazo prudencial de tiempo y conforme a sus indicaciones, él podría hacerme el honor de incluirlo en su programa. “No cambiaré ni una sola nota”, le respondí. “¡Publicaré la obra exactamente como está!”. Y eso hice.

Estas son las palabras de Tchaikovsky. Un verdadero choque de trenes. Afortunadamente para el resto de la comunidad musical, contemporánea y futura, la historia acabó de la mejor de las maneras posibles. Tchaikovsky no se amilanó ni cedió a la propuesta de enterramiento y Rubinstein se convirtió antes de un añito en un paladín de esta composición. El autor era muy consciente de que la obra presentaba una gran cantidad de rasgos heterodoxos, ¡cómo no lo iba a saber si él mismo la había parido!. Entre los más destacados estaba que el primer tema del concierto se comportaba más como un motivo auxiliar que como la melodía principal y generadora que su colocación parecía reservarle: para empezar estaba en una tonalidad diferente de la del propio concierto y, para más inri, el compositor renunciaba a volver a utilizarla. Una de las melodías más fascinantes de la música occidental se queda tímidamente en el pórtico de la obra, sin adentrarse en ella. Descartado, por motivos obvios, el veredicto de chapuza o impericia, todos los analistas de la obra –comenzado por el tierno Rubinstein- se sintieron burlados en un primer momento.

La gran tradición compositiva romántica centroeuropea -con quienes Tchaikovsky se alineaba, pese a que ello le supusiera amargas acusaciones por parte de los nacientes nacionalistas musicales rusos- exhibía una tendencia cada vez más acusada a utilizar y reutilizar los mismos temas; al principio dentro de un movimiento y, cada vez más habitualmente, a lo largo de toda una composición. Schumann, Liszt, Wagner… todos ellos -cada uno a su manera, claro- buscaban generar sus obras a partir de la menor cantidad posible de melodías. Algo que parecía impedir el desparrame y daba consistencia a unas piezas cada vez más extensas y brillantes en sus otros aspectos armónicos y tímbricos. Tchaikovsky no quiso jugar a esto en su primer concierto para piano y orquesta.

Por si las moscas, Tchaikovsky tampoco quiso explorar todos sus contactos para que el estreno se realizara en Moscú o en San Petersburgo; las dos islas occidentales en el océano oriental de la Rusia feudal zarista. Por el contrario, exilió su obra hasta la lejanísima ciudad de Boston. Desde allí le llegaron las noticias del éxito total de la obra. Hans von Bülow, otro pianista olímpico, la había incluido en su gira americana el 25 de octubre de 1875 y Tchaikovsky respiró tranquilo.

Como es común entre las mejores obras del repertorio, este concierto para piano tiene la característica de que sus diferentes movimientos son equiparablemente atractivos. No es raro escuchar debates al respecto entre los corrillos de asistentes. A mí lo que más me gusta es el primer allegro. Pues a mí, y mira que me gusta también el allegro, me parece precioso el andantino. Y qué me decís del finale; que no sé yo ni cómo caben tantas notas en un piano. Oye, y qué ha tocado de propina, que no he entendido cuando lo ha dicho? Hasta el rabo todo es concierto.

El año que Tchaikovsky falleció, 1893, otro súbdito del imperio ruso comenzaba a dejar de usar pañales. Sergei Prokofiev (1891-1953) fue desde su infancia reconocido como una de las grandes promesas de la música occidental. Él se tomó el trabajo de que esta profecía fuera cumplida. Mucho trabajo en realidad.

Con 13 años, en 1904, ya está estudiando en el conservatorio de San Petersburgo. Allí se topa con todos los grandes nombres: Rimski-Korsakov, Stravinsky, Liadov, Siloti, Miaskovski, Diaghilev… Cuando en 1905 el joven Casals visitó por primera vez la ciudad, se quedó sobrecogido por varios rasgos de este legendario colectivo de artistas: por su honestidad, por su cercanía con el pueblo, por su talento infinito, por su exacerbado sentido de la amistad y, finalmente, por lo mucho que bebían. Una seña de identidad en esta sociedad. Casals pudo repetir anualmente su gira por estas tierras hasta 1914, uno de los peores años de la historia de Occidente.

Afortunadamente, Prokofiev había podido completar sus estudios el año anterior y salir con la máxima calificación en las disciplinas de pianista y compositor. Para ello tocó su propio Concierto para Piano op. 10 –una obra distante apenas una generación del Concierto de Tchaikovsky pero que parecía de otro planeta-. Como en el caso de Pyotr Ilych, la cosa no fue nada fácil. El tribunal que lo evaluó, formado por nada menos que 22 miembros, estaba dividido entre premiar al chaval o mandarlo a Siberia –musicalmente hablando-. Finalmente obtuvo el premio “Anton Rubinstein”. Un galardón en honor del hermano de Nikolai. El mundo es un pañuelo.

Prokofiev salió de Rusia y se encaminó hacia América y Europa. Allí pasaría las dos décadas siguientes hasta que en 1933 la melancolía le hizo tomar una decisión a las que las dos partes del mundo, occidentales y soviéticos, asistieron con estupor: volvería a la URSS. Tras un primer momento de bienvenido mister Prokofiev, las autoridades estalinistas no tardaron en aplicarle la misma política esquizofrénica que reservaban a los compositores locales. Ahora te premio, ahora te retiro mi aprobación, ahora me gustas, ahora me enfurruño y te mando a Siberia –esta vez no sólo musicalmente hablando-.

Se ha comentado que, por paradójico que parezca, los años de la II Guerra Mundial fueron un relativo oasis de paz creadora para muchos de estos artistas soviéticos. Las prioridades del régimen estaban en otros asuntos y la soga en torno a sus cuellos se aflojó un poco.

En esta tesitura vio la luz la Quinta Sinfonía de Prokofiev. Escrita a las afueras de Moscú en el verano de 1944, fue estrenada bajo la batuta del propio compositor el 13 de enero de 1945 en la Gran Sala del Conservatorio. La orquesta ya estaba afinada cuando unos cañonazos hicieron que Prokofiev bajase los brazos que ya había levantado y esperase unos instantes a que el silencio volviera. La salva anunciaba que las tropas soviéticas habían entrado en territorio alemán. Habían ganando la guerra. Ese mismo año un compatriota, Serge Koussevitzky, estrenó la obra en Boston –al parecer la tercera ciudad rusa en importancia- y la revista ‘Time’ sacó en portada al hijo varias y raras veces pródigo, Sergei Prokofiev.

El compositor comentó en varias ocasiones que esta sinfonía llena de optimismo era no sólo lo mejor que había escrito; también era lo mejor que había querido contar. Que la humanidad está llena de luz.

Joseba Berrocal


Igor Tchetuev, piano

Igor Tchetuev nació en Sebastopol (Ucrania) en 1980. A los 14 años ganó el Gran Premio del Concurso Internacional Vladimir Krainev para Jóvenes Pianistas de Ucrania. En 1998 obtuvo el Primer Premio del Noveno Concurso Internacional de Piano Arthur Rubinstein. Actualmente trabaja con el Maestro Krainev.

Igor Tchetuev ha actuado recientemente, entre otras, con las orquestas National de France, Sinfónica del Teatro Mariinsky, WDR Köln, Orquesta de Halle, Virtuosos de Moscú, St Petersburg Academic Symphony, Polish National Orchestra, Cámara de Israel, NDR Hannover, Santa Cecilia de Roma, Filarmónica de Israel, New Japan Philharmonic, con directores como Neeme Järvi, Valery Gergiev, Günther Herbig, Semyon Bychkov, Evgueni Svetlanov, Vladimir Spivakov, Marc Elder, Rafael Frühbeck de Burgos, Alexander Dmitriev, Justus Franz, Maxim Shostakovich, Jean-Claude Casadesus, Maxim Vengerov, Vladimir Sirenko y Vladimir Vakoulsky.

Ha dado numerosos recitales en Europa: Wigmore Hall, Filarmónica de San Petersburgo, Festival Chopin de París, Festival Lisztomania, Festival de Montpellier, Festival de Piano de Lille, y ha actuado en el Amsterdam Concertgebouw y en la Wiener Philharmonie, entre otras salas de referencia.
 

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