Concerts
BOS SEASON 7-2010-2011
A. Edler Côpes: ¿Recuerda el mar a quien camina sobre él?
(Acuerdo AEOS-Fundación Autor. Estreno absoluto)
S. Prokofiev: Romeo y Julieta, suite
J. Brahms: Concierto para piano y orquesta nº 2
Joaquín Achúcarro, piano
Roberto Minczuk, director
DATES
Venta de abonos, a partír del 24 de junio.
Venta de entradas, a partir del 16 de septiembre.
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ESE PEQUEÑO SCHERZO
El programa de esta noche cubre un lapso temporal de unos ciento treinta años. Podrían ser más, por supuesto, pero sólo yendo hacia atrás, pues la obra que abre el concierto y que hoy estrena la orquesta dentro del acuerdo de la AEOS (Asociación Española de Orquestas Sinfónicas) con la Fundación Autor, ¿Recuerda al mar a quien camina sobre él?, está en el extremo final de esa larga línea recta que es la historia de la música, en el punto exacto en el que el arte del futuro se convierte en arte del presente, en el centro mismo de la contemporaneidad. La pieza toma su título de un verso del poema “Mystic” de Sylvia Plath (“Does the sea remember the walker upon it?”) y completa junto con Das Gedächtnis des Wassers (2007-08), para violín, viola y orquesta de cuerda, y Punto rosso sull´oceano (2009), para 10 instrumentos, una trilogía que reflexiona en torno a la memoria y a su frecuente asociación al mar. Su autor, Aurélio Edler-Copes (Brasil, 1976), discípulo de compositores vascos como Gabriel Erkoreka o Ramón Lazkano, dedica el ciclo a su hermano, fallecido en un accidente de tráfico en 2007, y explica que “cada una de las tres obras tiene el mismo punto de partida. Una procesión sonora que se rompe de tiempos en tiempos por solos de cuerdas. Apariciones que articulan el transcurso temporal como huellas en el camino recurrido. En su mapa particular cada pieza toma progresivamente un camino diferente de las demás y evoluciona hacia un final distinto. Una gradual intensificación y saturación de las figuras iniciales en un intento de darles una nueva perspectiva, quizás, hacia su propia sublimación”.
Por lo demás, ¿qué puede unir a Edler-Copes con Prokofiev? Parece claro: el exilio cultural, que será voluntario en el brasileño y que lo fue menos en el ruso, ya sabemos lo que era Moscú en 1918. Pero la idea del joven Prokofiev (27 años) sería volver pronto, en Estados Unidos sólo se haría un nombre, y si en principio la aventura americana parecía ir bien, pronto empezó a darse cuenta de que sus éxitos tenían que ver más con su condición de gran pianista que con la de compositor. Era el nuevo Rachmaninov, el virtuoso que venía de Rusia, pero su obra sufría reveses y reveses, y el estreno de El amor de las tres naranjas no era o no iba a ser suficiente. Rusia, lejana, inmensa y revolucionaria, seguía en el horizonte, pero antes había que intentar “entrar” en Europa, en París, donde de la mano de Sergei Diaghilev irían viendo la luz ballets como El bufón, El paso de acero o El hijo pródigo, además de partituras todavía hoy enormemente célebres como el Tercer concierto para piano y orquesta. No obstante, la capital francesa estaba en otra onda, allí mandaban (musicalmente) Stravinski y el Grupo de los Seis, y los intereses de Prokofiev se irían desplazando hacia el este (Bruselas, Berlín) hasta acabar aceptando una gira en su país a finales de los años veinte, gira que se acabaría revelando triunfal y que reencendería en el músico una chispa de esperanza en un futuro boyante, al fin, entre los suyos.
Y así estaban las cosas cuando en 1934 Sergei Radlov, a la sazón director del Teatro Estatal de Ópera y Ballet de Leningrado (que se convertiría inminentemente en el Kirov y mucho más tarde, en 1992, en el actual Mariinsky de Gergiev), sugirió al músico la composición de un ballet inspirado en la tragedia de Shakespeare Romeo y Julieta. En verdad, Prokofiev aún vivía en París, pero los encargos y las consecuentes visitas a la Unión eran cada vez más habituales, a Stalin le venía de perlas como propaganda política y cultural de cara al exterior. Así y todo, enseguida volvieron los problemas, un año después el mismo teatro que había propiciado el encargo se echaba atrás, y nuestro compositor se hubo de dirigir al Bolshói de Moscú, donde fue más que bienvenido. En el verano de 1935 la versión para piano ya estaba finalizada, y la orquestación apenas tardó tres meses en llegar. Pero también aquí hubo desavenencias: el teatro no sólo rechazaba el final feliz del autor (que éste defendió con una frase categórica: “los vivos pueden danzar, los muertos no”), sino que la consideraba imposible para el baile. No eran buenos tiempos: el dirigismo estalinista ya estaba allí. Así pues, Prokofiev llevó la partitura a la Ópera de Brno y fue allí, en la capital de Moravia, donde se acabó estrenando el 30 de diciembre de 1938. Tardaría más de un año en llegar al Kirov y aún más, ocho, en llegar al Bolshói.
Pero antes incluso del estreno moravo, el compositor había mostrado al público dos suites orquestales basadas en el ballet: una en Moscú en noviembre 1936 y la otra en Leningrado en abril de 1937. Esta noche escuchamos parte de la primera (Minueto, Muerte de Tebaldo) y parte de la segunda (Montescos y Capuletos, La joven Julieta, Romeo ante la tumba de Julieta), una música intensa, perfumada, atmosférica, densamente melódica (“amo la melodía y la considero como el elemento más esencial de la música”) y de ritmos muy vivos, o, según dirían sus después sus críticos, decadente, formalista, antirrevolucionaria, europeizada: el siglo XX como mera prolongación del XIX.
Y así llegamos a Brahms, uno de los pilares indiscutibles del sinfonismo centroeuropeo del XIX, la tercera B alemana tras Bach y Beethoven, y con él a ese “pequeño concierto con un bello y pequeño scherzo” del que hablaba en una carta a Heinrich von Herzogenberg en el verano de 1881, en realidad su monumental Segundo concierto para piano, estrenado por él mismo en Budapest en noviembre de ese mismo año y dedicado a su maestro Eduard Marxsen. Ha pasado mucho tiempo desde el Primero (1859), Brahms se ha serenado, ya no es un joven romántico y apasionado sino un hombre sabio y tranquilo que sabe lo que es componer dos grandes sinfonías y que conoce la tradición que mantiene viva en sus manos. Y pese a que los cuatro movimientos de la obra son muy distintos, en todos se alternan ráfagas de intenso heroísmo con destellos de encendido lirismo, ya sea sobre un tono general incisivo (Allegro non troppo), impetuoso (Allegro appassionato), poético (Andante) o distendido (Allegretto grazioso).
La atmósfera inicial es plácida, pues el Allegro non troppo se abre con el piano envolviendo suavemente a la trompa, pero enseguida irrumpe una cadencia, se exponen después en tutti los dos temas principales y en base a ambos se vertebra el movimiento en pasajes rapsódicos, expresivos diálogos o tensos enfrentamientos entre el solista y la orquesta. El Allegro appassionato es el “pequeño scherzo” brahmasiano, un movimiento sombrío e impulsivo dominado por dos temas, más arrebatado el primero y más efusivo el segundo, presentado la cuerda, y aunque hay una luz diáfana y esplendente que parece encenderse mediado el Scherzo, el cierre sólo puede ser agitado y dramáticamente tenso. La vida vuelve a fluir con dulzura en el Andante, que se inicia con un ensoñador solo de violonchelo, y ni siquiera los poderosos e inquietantes trinos y arpegios por parte del solista en la sección central rompen el hechizo de la abstracción lírica que subyace en estos pentagramas, recobrada después en la voz del violonchelo pero ya en diálogo con el piano. Y el Allegretto grazioso es un verdadero milagro de vivacidad, transparencia, optimismo, juegos distraídos, sonrisas burlonas, saltos revoltosos y resonancias cíngaras, no había manera más feliz de poner fin a esta gran catedral del pianismo romántico.
Asier Vallejo Ugarte
Joaquín Achúcarro, piano
La impecable y modélica carrera artística de Joaquin Achúcarro, descrito por el Chicago Sun Times como “The Consummate Artist”, le ha valido la más alta reputación nacional e internacional.
Nacido en Bilbao y emparentado con Edvard Grieg a través de su bisabuelo noruego, durante sus tiempos de estudiante ganó Premios Internacionales en España, Francia, Italia y Suiza, pero su victoria en Inglaterra en el Concurso Internacional de Liverpool de 1959 marcó el inicio de su carrera.
Desde entonces, Achúcarro mantiene una actividad concertistica internacional, actuando en salas como Avery Fisher Hall, Berlin Philharmonie, Carnegie Hall, Concertgebouw, Kennedy Center, Musikverein, Royal Albert Hall, tanto en recitales como de solista con orquestas, entre otras, con la Berlin Philharmonic, Chicago Symphony, New York Philharmonic, Sta Cecilia di Roma, National de France, Tokyo Philharmonic, RIAS Berlin, Tonkünstler Wien, las orquestas de España y directores de la talla de Claudio Abbado, Sir Adrian Boult, Riccardo Chailly, Sir Colin Davis, Zubin Mehta, Sir Yehudi Menuhin, Seiji Ozawa y Sir Simon Rattle.
Ha recibido los más altos honores en las Artes: Accademico ad Honorem de la Accademia Chigiana de Siena (Italia), Medalla de Oro a las Bellas Artes, Premio Nacional de Música, Gran Cruz del Mérito Civil. En 2004 fue nombrado Hijo Predilecto de la Villa de Bilbao y en 2000 Artist for Peace por la UNESCO, en París.
Ha grabado para SONY, BMG-RCA, Claves y Ensayo.
Desde 1989 ostenta la Cátedra J.E.Tate de la Southern Methodist University en Dallas (USA) y la de Profesor en los Cursos Internacionales de Verano de la Accademia Chigiana de Siena, Italia.
En 2008, un grupo de personas e instituciones de Dallas creó la Joaquin Achucarro Foundation “para perpetuar su legado artístico y docente” y ayudar a jóvenes pianistas en el comienzo de sus carreras.
Roberto Minczuk, director
En la actualidad, Roberto Minczuk es director musical de la Orquesta Filarmónica de Calgary, director artístico de la Orquesta Sinfónica Brasileña y director musical de la ópera y orquesta del Teatro Municipal de Río de Janeiro.
Desde su debut con la Filarmónica de Nueva York en 1998, Roberto Minczuk, discípulo de Kurt Masur, ha cosechando grandes éxitos en casi todas las principales orquestas norteamericanas, así como en muchas capitales europeas.
Ha actuado con la Orquesta Sinfónica de Birmingham, Bournemouth, Dallas, Montreal y Vancouver, Real Orquesta Filarmónica de Liverpool, Orquestas Filarmónicas de Tokio, Londres, Bergen y Helsinki, Orquesta Nacional de la BBC de Gales, Orquesta de Cámara de Philadelphia. Cabe destacar su presencia en 2006 en el Festival Barbican, También ha participado en el Festival de Edimburgo, Festival de Edimburgo y su debut en el Concertgebouw Hall dirigiendo a la Orquesta Residentie de La Haya.
Recientemente ha grabado todas las Bachianas Brasileiras de Héctor Villa-Lobos junto con la Orquesta Sinfónica del Estado de Sao Paulo para el sello BIS. También ha grabado las obras sinfónicas completas de Antonio Carlos Jobim, grabación con la que obtuvo el Premio Grammy Latino en 2004.
Roberto Minczuk comenzó su carrera como prodigio de la trompa y con dieciséis años llegó a ser trompa solista de la Sinfónica de Sao Paulo. Durante su época de estudiante en la Juilliard School, realizó apariciones como solista junto con la Joven Orquesta Sinfónica de Nueva York en el Carnegie Hall y con la Filarmónica de Nueva York durante los Conciertos para Jóvenes (Young People’s Concerts) de esta orquesta.
Tras graduarse en la Juilliard en 1987, Roberto Minczuk se convirtió en miembro de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig invitado por el maestro Kurt Masur. En 1989 regresó a Brasil, donde continuó sus estudios de dirección con Eleazar de Carvalho y John Neschling.
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