Conciertos

La belleza infrecuente


Palacio Euskalduna.   19:30 h.

Programa 09

Ning Feng,  violín
Marco Armiliato,  director


I

DMITRI SHOSTAKOVICH (1906 – 1975)

Obertura Festiva Op. 96

ALEXANDER GLAZUNOV (1865 – 1936)

Concierto para violín y orquesta en la menor Op. 82

     I. Moderato (attacca)
     II. Andante sostenuto (attacca)
     III. Allegro

Ning Feng,  violín

II

SERGEI RACHMANINOV (1873 – 1943)

Sinfonía nº 2 en mi menor Op. 27

     I. Largo – Allegro moderato
     II. Allegro molto
     III. Adagio
     IV. Allegro vivace

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La Rusia de ayer

Durante siglos, el papel de Rusia en la escena musical internacional había sido el de un importador neto de talento. Decenas de músicos extranjeros incluyeron la corte de los zares en sus giras o destinos laborales permanentes. De Martín y Soler a Sarasate o Casals, por hablar de algunos referentes cercanos.

Rusa era también la aristocracia que residía en otras capitales europeas –por motivos diplomáticos, educativos o de otra índole-, estableciéndose a menudo como foco de mecenazgo. Quizá el caso más conocido sea el de la Viena de Beethoven y su relación con el conde Andrei Razumovsky, el barón Philipp Adamovich Klüpfel y el conde y la condesa Ivan & Anna Margarete Browne.

Antes del último tercio del siglo XIX nadie al oeste de los Urales podía nombrar un compositor ruso. La cosa iba a cambiar mucho, y en muy poco tiempo. Aunque Mijail Glinka ostenta el título de encabezar el río infinito de músicos sucesivos, lo cierto es que su relevancia internacional fue relativamente menor. Su verdadero papel fue servir de referente para la siguiente generación, ésta sí que ya imparable: Rimski-Korsakov, Moussorgsky, Tchaikovsky y los hermanos Anton y Nikolai Rubinstein, a quienes debemos la creación de los conservatorios en Moscú y San Petersburgo. A partir de aquí Rusia pasó de ser el último mono musical a convertirse paulatinamente en una de las primeras potencias, si no la primera. Miaskovsky, Scriabin, Medtner, Prokofiev, Weinberg, Stravinsky, Kachaturian, y posteriormente Tishchenko, Schnittke, Gubaidulina…

Entre este sinfín de talento se colocan los autores de esta velada. Alexander Konstaninovich Glazunov (1865-1936), Sergei Vasilievich Rachmaninoff (1873-1943) y Dmitri Dmitrievich Shostakovich (1906-1975). Tres autores cuyas vidas no pudieron ser más dispares pese a compartir aulas, escenarios, venturas y desventuras.

Shostakovich, el más joven de todos ellos, comenzó sus estudios con Glazunov en 1919 en el Conservatorio de San Petersburgo, una ciudad que el año anterior había perdido la capitalidad de la nación en beneficio de Moscú. Durante medio siglo Shostakovich fue el compositor del régimen soviético, puesto compartido con Prokofiev. Las carreras profesionales de ambos son bien conocidas: una permanente montaña rusa entre premios, caídas en desgracia, y más premios, y más caídas.

Entre la musicología posterior –y puede decirse que incluso entre el gran público- se abrió un enmarañado debate en el que se intentaba valorar la lealtad de Shostakovich al régimen soviético. No al pueblo ruso, cuyo amor recíproco estaba fuera de discusión, sino a todo el espectro de líderes estatales, quienes sistemáticamente se cruzaron en su labor de compositor. En la Unión Soviética una figura como Shostakovich no podía pertenecer a Shostakovich, ni su persona ni su obra. Shostakovich era sencillamente propiedad del estado. Las situaciones delirantes se sucedían. Valga de muestra un botón: A finales de 1949 el compositor recibe una llamada del mismísimo Stalin quien, tras interesarse por su salud, le propone asistir como representante al Congreso de Paz y Cultura que iba a tener lugar en los Estados Unidos.

–Por supuesto que asistiré si es realmente necesario, pero me encuentro en una difícil posición. En el extranjero se tocan casi todas mis sinfonías, mientras que aquí están todas prohibidas. ¿Cómo debo comportarme en una situación así?

–¿A qué se refiere con prohibidas?, ¿Prohibidas por quién?

–Por la Comisión Estatal para el Repertorio.

Stalin aseguró que tenía que ser un error, y a la de unos días se revocó la prohibición. Así hasta la próxima.

En esta vida sujeta a permanentes obstáculos, la composición de su Obertura Festiva op. 96 es quizá uno de los ejemplos más divertidos de escritura relámpago. La célebre historia nos llega de manos de Lev Lebendisnky, testigo directo.

El 6 de noviembre de 1954 se celebraba en el teatro Bolshoi el 37 aniversario de la Revolución de Octubre. Vasili Nebolsin, uno de sus directores, era experto en componer este tipo de obras de circunstancias pero, por razones desconocidas, no tenía nada preparado y la fecha se echaba encima. Se abalanzó al apartamento de Shostakovich y le explicó la situación. De acuerdo, respondió Dmitri. A la de una hora el teléfono sonó, Vasili preguntaba si podía mandar un mensajero para recoger lo que se hubiera avanzado. A partir de ahí se desplegó un puente de emisarios entre el Bolshoi y la casa de Shostakovich. La obra fue completada en horas, se estrenó y entró en el repertorio por la puerta grande. De hecho fue una de las pocas obras que Shostakovich aceptó dirigir en su mínima carrera con la batuta.

Cinco décadas antes, el 15 de febrero de 1905, tuvo lugar en San Petersburgo el estreno de la siguiente obra del programa, el Concierto para Violín en La menor Op. 82 de Alexander Glazunov. El solista fue el dedicatario de la obra, Leopold Auer, con el propio compositor dirigiendo la orquesta. Auer, autor a su vez de un interesante volumen de memorias, fue un excelente violinista que tuvo la suerte de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Más allá del rocambolesco episodio por el que resultó ser también dedicatario del mismísimo Concierto para Violín de Tchaikovsky –diríase que nadie estaba especialmente interesado–, Auer fue profesor casi desde su creación en el conservatorio de la ciudad, fundador de una escuela interpretativa que aún sigue vigente, y maestro de algunos de los violinistas más renombrados de la generación posterior: Jascha Heifetz, Nathan Milstein o Mischa Elman. En el caso de éste último, a Auer se le ocurrió la treta de tomar como alumno también a su padre, de 40 años, dado que las leyes vigentes impedían a los judíos pernoctar en gran parte de las ciudades rusas a menos que tuvieran un salvoconducto. El jovencísimo Mischa, como alumno, estaba autorizado; pero nadie más de su familia. Desde su cátedra de violín, y con la ayuda de Glazunov como director del centro a partir de 1906, Leopold Auer escribió una parte sustancial de la historia del violín en el siglo XX.

El Concierto de Glazunov, técnicamente endiablado como era propio en la época, y con un par de notables trucos arquitectónicos –como insertar el segundo movimiento en el primero–, cayó en un cierto olvido en las décadas centrales del siglo, más amantes de obras muy clásicas o muy de vanguardia, hasta que paulatinamente ha ido recuperando su lugar en las programaciones.

Pero si Glazunov ha entrado en la historia de la música no es por sus muchas bondades como músico y como persona, o por haber orquestado Las Sílfides para los Ballets Russes de Diaghilev, o porque fuera el primer compositor a quien se le ofreció componer un Pájaro de Fuego para los mismos Ballets Russes, sino por la no muy velada acusación de chapucero que recibió a raíz de dirigir el catastrófico estreno en 1897 de la Primera Sinfonía de otro ruso universal: Serguei Rachmaninoff. Una queja que no debería haber tenido mayor trascendencia si no fuera porque Rachmaninoff pareció verse muy afectado por este batacazo, hasta el punto de que nunca más volvió a programar su ejecución, y que sólo compuso dos sinfonías más: la Segunda, estrenada en San Petersburgo en 1908 bajo su propia dirección, y la Tercera en Filadelfia en 1936, con el célebre Stokowski a la batuta. “¡Al infierno con ellas!, No sé cómo escribir sinfonías y, además, no tengo ninguna gana de escribirlas”, se lamentó en cierta ocasión con un amigo.

Rachmaninoff –como tantos otros rusos– vio cómo a mitad de su vida el mundo tal y como lo había conocido se evaporaba. En su caso por partida doble: en el terreno personal abandonó Rusia en 1917 para nunca más volver; y en el terreno musical las nuevas vanguardias –encabezadas por Schoenberg y Stravinsky– sobre las cuales guardaba una opinión muy crítica, tomaron el control de la escena internacional académica. En unos pocos años Rachmaninoff se había convertido en un extranjero múltiple. El Mundo de Ayer, en palabras de Stefan Zweig.

Por otra parte, sus formidables capacidades como pianista le aseguraron un hueco permanente en los escenarios internacionales, mientras que sus composiciones siempre conservaron un público fiel. La Segunda Sinfonía fue, de las tres, su obra orquestal más conocida; aunque muchas audiencias la escucharon en una versión muy abreviada, debida a la intervención de su paladín Stokowski.

Pese a que a menudo se ha pensado que este recorte fue una medida personalizada, dictada por las amplias hechuras de la obra, la verdad es que la afición de Stokowki por la tijera se aplicó con desparpajo y alegría a todo el colectivo de compositores. Nuestro Shostakovich, al otro lado del Telón de Acero, tampoco se libró, como deja patente una carta de 1946: “Pero evidentemente en Norteamérica se da una actitud así frente a mi música (y quiza no sólo la mía). Así, por ejemplo, en uno de los boletines musicales del VOKS he leído que el Sr. Stokowski ha ‘reducido’ mi Octava Sinfonía en veinte minutos, cuando la mísma dura una hora y cinco minutos. De nuevo, le pido, Camarada Kemerov, que defienda mis intereses artísticos”.

Rachmaninoff –quien en su juventud tuvo fama de pecar de vanguardista– profetizó que las nuevas propuestas que escuchaba a su alrededor, y que lo calificaban como superado, eran algo pasajero. En una entrevista de 1923 afirmaba que el futuro estaba en América: “creo que Europa está sufriendo algún tipo de manía contagiosa por la cacofonía, tal y como es representada por las obras de los compositores ultramodernos. Los americanos son demasiado prácticos como para ser engañados con este tipo de material, simplemente porque sea presentado como una novedad. Mucho de lo que durante un tiempo estuvo en boga como música futurista ya ha visto su ocaso, y se encuentra camino de las cunetas del olvido”. De una forma algo inocente pedía una “nueva música, rica y original, basada en los viejos principios de la belleza real, y no en un arte falso”. ¿Qué compositor, del siglo XX o de cualquier otro, se ha representado a sí mismo como un apostol del arte falso? En nuestras salas de concierto, en nuestras bandas sonoras, en nuestro internet, afortunadamente hay sitio para todas estas corrientes estéticas, y las que vendrán.

Joseba Berrocal


Ning Feng.

Violín

Ning Feng es reconocido internacionalmente como un artista de gran lirismo, musicalidad innata y virtuosismo asombroso. Actúa en todo el mundo las más importantes orquestas y directores, y en recitales y conciertos de cámara en algunas de los ciclos y festivales internacionales más importantes.

Ning Feng ha realizado giras por Europa, Asia y Australia con la Hong Kong Philharmonic Orchestra bajo la dirección de Jaap van Zweden, ha realizado giras por China con la Budapest Festival Orchestra con Iván Fischer, con quien también ha actuado varias veces en Budapest, con la Berlin Konzerthaus Orchester y Lawrence Foster, y con la Royal Liverpool Philharmonic Orchestra. Otros aspectos destacados de su carrera hasta la fecha incluyen actuaciones con la Royal Philharmonic Orchestra, City of Birmingham Symphony, BBC Philharmonic, BBC Scottish, LA Philharmonic, National Symphony (Washington), Helsinki Philharmonic, Bavarian Radio Symphony, Frankfurt Radio Symphony, Russian National Symphony, entre otras orquestas. Ha trabajado con muchos directores eminentes, incluidos Gianandrea Noseda, Marin Alsop, Yu Long, Tugan Sokhiev, Vladimir Spivakov y Vassily Petrenko.

En China, Ning feng goza de la más alta consideración; actúa regularmente con las principales orquestas, y en la temporada 20/21 ha sido Artista en Residencia con la Shanghai Symphony Orchestra. Al comienzo de la temporada 20/21 Ning Feng realizó una gira por China, interpretando las Sonatas para violín de Beethoven en 14 ciudades diferentes. Durante este período, también interpretó el Concierto para violín de Beethoven con la Shanghai Symphony Orchestra, la Guangzhou Symphony Orchestra y la China Philharmonic Orchestra.

En el campo de lamúsica de cámara, Ning Feng trabaja regularmente con Igor Levit y juntos han actuado en el Schubertiade Festival y en Alemania y Londres, incluidos el Wigmore Hall y el Barbican Centre. Ha actuado muchas veces en el Kissinger Sommer Festival y ha colaborado con artistas como Edgar Moreau, Daniel Müller-Schott y Nicholas Angelich.

Ning Feng graba para Channel Classics y su disco más reciente ‘Virtuosismo’ con el Concierto para violín n. ° 1 de Paganini y el Concierto para violín n. ° 4 de Vieuxtemps fue lanzado en septiembre de 2019. Su discografía también incluye los conciertos de Elgar, Finzi, Tchaikovsky, Bruch (Fantasía escocesa), obras para violín y orquesta de Sarasate, Lalo, Ravel y Bizet/Waxman, y con el Dragon Quartet obras de Schubert, Dvořák, Borodin, Shostakovich y Weinberg.

Nacido en Chengdu, China, Ning Feng estudió en el Conservatorio de Música de Sichuan, la Escuela de Música Hanns Eisler (Berlín) con Antje Weithaas y la Royal Academy of Music (Londres) con Hu Kun, donde fue el primer estudiante en ser premiado al 100% por su recital final. Ganador de premios en los concursos internacionales de violín Hanover International, Queen Elisabeth y Yehudi Menuhin, Ning Feng fue ganador del primer premio del Concurso Internacional de Violín Michael Hill 2005 (Nueva Zelanda), y en 2006 ganó el primer premio en el Concurso Internacional Paganini.

Ning Feng toca con el violín Stradivari de 1710 conocido como "Vieuxtemps", cedido por Premiere Performances de Hong Kong, y toca con cuerdas de Thomastik-Infeld, Viena.


Marco Armiliato.

Director

El carismático director italiano Marco Armiliato, considerado uno de los directores de ópera más respetados de la actualidad, es un frecuente invitado en los teatros de ópera más prestigiosos del mundo. Su grabación de arias de Verismo con Renée Fleming obtuvo un premio Grammy en 2010.

Desde su debut en 1995 en el Teatro La Fenice de Venecia dirigiendo Il Barbiere di Siviglia y en la Wiener Staatsoper con Andrea Chenier y su colaboración con Luciano Pavarotti en recitales, el maestro Armiliato inició una exitosa carrera que le he llevado a los principales teatros de ópera de del mundo, incluyendo Metropolitan en Nueva York, Wiener Staatsoper, Bayerische Staatsoper, Deutsche Oper Berlin, Royal Opera House Covent Garden de Londres, Opéra National de Paris, Opernhaus Zürich, Teatro Real de Madrid, Gran Teatre del Liceu de Barcelona, Teatro Regio de Turín, Teatro dell’Opera de Roma y la Arena de Verona.

El maestro también dirige extensamente en Norteamérica, particularmente en la Metropolitan Opera de Nueva York donde, desde su debut en 1998, ha dirigido: Andrea Chénier, Anna Bolena, Il Trovatore, La bohème, Stiffelio, Madama Butterfly, Tosca, Sly , Aida, Ernani, Turandot, Rigoletto, Cyrano de Bergerac, Francesca di Rimini, La fille du régiment, La rondine, La sonnambula y Lucia di Lammermoor.

Entre los compromisos de las pasadas temporadas en teatros europeos destacan: Tosca, Rigoletto, La Traviata, Turandot y La Bohème (Bayerische Staatsoper); Aida, Madama Butterfly y Tosca (Arena di Verona); La Traviata, Andrea Chénier y Tosca (Ópera de Viena); La Fille du Régiment, El barbero de Sevilla, Otelo (Ópera de París); La Fanciulla del West y La Traviata (Zurich Opernhaus); La golondrina (ROH Covent Garden). Marco Armiliato dirigió la Orquesta del Teatro alla Scala para el concierto inaugural de la Expo 2015 en la Piazza Duomo de Milán.

Sus compromisos más recientes incluyen: La Bohème, Il Trovatore, Manon Lescaut, Aida, Cyrano de Bergerac (Metropolitan Opera de Nueva York); La bohème, Roméo et Juliette, Simon Boccanegra, Manon Lescaut, La Traviata, nueva producción de Il Trovatore, nueva producción de I Capuleti e i Montecchi (Ópera de Viena); Lucia di Lammermoor (Gran Teatre del Liceu de Barcelona); Manon Lescaut (Ópera de Amsterdam); Otello y La Fanciulla del West (Zürich Opernhaus); Otello (Festival de Perelada); Werther (Nuevo Teatro Nacional, Tokio); La Traviata, Andrea Chénier (Bayerische Staatsoper); Madama Butterfly (Chicago); Aida, Tosca y Madama Butterfly (Arena di Verona); La Fille du Régiment (Ópera de París).

Recientemente ha dirigido una nueva producción de La Traviata en la Opernhaus de Zúrich; nueva producción de Faust en la Deutsche Oper de Berlín; Elisir d’Amore y La Bohème en la Wiener Staatsoper; Lucia di Lammermoor en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona; Manon Lescaut (versión concierto), Lucrezia Borgia y un concierto de gala en el Salzburger Festspiele.

Entre lo más destacado de las últimas temporadas: Otello, Manon y La Fanciulla del West en Zúrich; La Traviata, Andrea Chénier, Tosca y un concierto de gala en Munich; Madama Butterfly en el Teatro Real de Madrid; Rigoletto en Chicago; La Traviata, L’Elisir d’amore, Simon Boccanegra, Manon Lescaut, Don Pasquale, Turandot, Aida, Il Trovatore (nueva producción), La Fanciulla del West, Otello, Samson et Dalila, Rigoletto, Tosca, Andrea Chénier y la Gala en honor al 150 aniversario de la Wiener Staatsoper en Viena; La Bohème, Manon Lescaut, Aida, La Fanciulla del West y Cyrano de Bergerac de Alfano en el Metropolitan de Nueva York; Il Trovatore en Chicago; La Traviata en La Scala de Milán; Adriana Lecouvreur en el Festival de Salzburgo.

Entre sus planes para las próximas temporadas se incluyen compromisos importantes en La Scala de Milán, Metropolitan de Nueva York, Wiener Staatsoper, Teatro San Carlo de Nápoles, Maggio Musicale Fiorentino, Festival de Primavera de Tokio, Arena de Verona, Opernhaus de Zúrich, y la Bayerische Staatsoper de Múnich.

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