Conciertos
TEMPORADA BOS 10
J. Rueda: Un viaje imaginario
J. Sibelius: Concierto para violín y orquesta
H. Berlioz: Romeo y Julieta, selección
Orquesta Invitada
Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias
Karen Gomyo, violín
Adrian Pravaba, director
FECHAS
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EL ECO DE LA VIDA
Hay dos nombres que destacan enseguida cuando se repasa el periodo de formación del compositor madrileño Jesús Rueda (Madrid, 1961): Luis de Pablo y Francisco Guerrero. Su Viaje imaginario, “Francisco Guerrero in memoriam” es un homenaje al segundo, fallecido prematuramente en 1997 con sólo cuarenta y seis años. Se habían conocido en el Madrid de los ochenta, en plena Movida, cuando la capital de España era el gran reino de la noche.
El joven Jesús ya había andado lo suyo en este mundo (el conservatorio, Luis de Pablo…), y ya tenía más o menos claro qué era la música y cuál era su camino, pero Paco era distinto, su concepción del estudio era otra cosa, era un maestro de los de antes, un viejo artesano, su casa era en sí misma una escuela, un verdadero taller, el arca de la sabiduría. Rueda inició este Viaje imaginario poco después de su muerte, cuando era compositor residente en la JONDE (Joven Orquesta Nacional de España), y esta misma orquesta lo estrenó con Ernest Martínez Izquierdo al frente el 16 de enero de 1998 en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián.
Como es de esperar, la obra tiene un fondo oscuro, sombrío, fúnebre. Hay una influencia reconocida del motete Delicta juventutis del franco-flamenco Pierre de la Rue, escrito con ocasión de la muerte de Felipe el Hermoso a comienzos del siglo XVI, pero esta influencia se integra en un universo sonoro que se mueve entre extremos y crea diferentes sensaciones de amplitud, con resonancias electroacústicas, atmósferas densamente estáticas y fuertes confrontaciones entre consonancias y disonancias que, al final, acaban diluyéndose en el silencio. A diferencia de su posterior Viaje múltiple (2005), este no es un salto al abismo, sino un descenso a la más impenetrable nada.
El mismo siglo que moría en la obra de Rueda, el XX, nacía en el Concierto para violín en re menor, op. 47 de Sibelius. La primera referencia es de septiembre de 1902, cuando el finlandés escribía a su esposa Aino que había encontrado una “idea maravillosa” para dar inicio a la obra. Una vez terminada, todo parecía indicar que sería el violinista alemán Willy Burmester (1869-1933), alumno en su día de Joseph Joachim, el encargado de tocarla por primera vez, pero la cosa se torció y no se vieron capaces de llegar a un acuerdo para la fecha del estreno: Burmester necesitaba tiempo para prepararla, y el compositor necesitaba estrenarla cuanto antes, lo estaba pasando mal y le hacía falta el dinero. Y así llegó a Victor Nováèek, un violinista nada excepcional que poco pudo hacer con la obra aquel desastroso 8 de febrero de 1904 en Helsinki. El fiasco no pasó inadvertido para Burmester, que insistió en echar una mano al compositor (“tocaré el concierto de tal forma que la ciudad caerá a tus pies”), pero este, tras revisar la obra a fondo, acabó confiando en el también alemán Karl Halir para un segundo estreno, esta vez sí muy aplaudido, que tuvo lugar en Berlín el 19 de octubre de 1905 con Richard Strauss en el podio. Poco después el compositor dedicaría la obra al violinista Ferenc von Vecsey, por entonces todavía un niño de doce años.
El concierto pertenece a una etapa de transición en la obra de Sibelius. La literatura nacional había dominado sus piezas hasta los últimos años del siglo XIX, con páginas como En Saga (1892), Kullervo (1892), la suite Karelia (1893), las Leyendas de Lemminkäinen (1893-95) o Finlandia (1899), pero a partir de la Primera sinfonía (1899/1900) el compositor cambió el rumbo de su música hacia un estilo más abstracto y, por así decirlo, universal, que seguía de alguna forma la tradición sinfónica decimonónica de un Brahms, un Liszt o un Chaikovski. Y así se hizo enormemente célebre en toda Europa. Luego sus críticos (Theodor Adorno a la cabeza) le llamarían de todo: impotente, conservador, reaccionario, antimodernista o decadente, lo de siempre.
El Allegro moderato se abre con esa idea “maravillosa” a la que se refería el compositor, una expresiva, penetrante y en sí misma atmosférica melodía a cargo del solista sobre el suave manto en pianissimo de la cuerda. Tras un breve puente, la orquesta se eleva sombría, intensa y nebulosa. Dos largos trinos del violín llevan a un Allegro molto agitado y oscuro que a su vez da paso, en el mismo corazón del movimiento, a una cadencia portentosa. La música recupera después el clima inicial, recapitula, desarrolla y camina, entre brumas, vientos huracanados y salidas de sol, hacia un vigoroso final. El Adagio di molto, al que da comienzo un breve diálogo entre clarinete y oboes, está dominado por el canto denso y delicado del violín, que va deviniendo paulatinamente en una estremecedora sensación de abandono lírico, todo lo contrario que el Allegro, ma non tanto, incisivo en sus ritmos, punzante en sus acentos, salvaje en su vitalidad, delirante en su virtuosismo, una “polonesa para osos polares” según las famosas palabras de Donald Tovey.
Y si la literatura nórdica fue fuente de inspiración para Sibelius durante buena parte de su vida, todo un romántico como Hector Berlioz había dirigido antes su mirada a grandes nombres de las letras universales como Johann Wolfgang von Goethe, Lord Byron, Walter Scott o, desde luego, William Shakespeare. Su relación con el dramaturgo inglés comenzó en 1827, cuando el joven compositor asistió en el Théâtre de l´Odéon de París a sendas representaciones de Hamlet y Romeo y Julieta: “la luz de aquel descubrimiento me reveló de golpe el auténtico cielo del arte”. Allí estaba la actriz Harriet Smithson, con quien se casaría en 1833. A la luz de la literatura shakesperiana vendrían obras como la obertura El rey Lear (1834), La muerte de Ofelia (1848), la ópera Béatrice et Benédict (1862) y la sinfonía dramática Romeo y Julieta, para orquesta, solistas y coro, estrenada en el Conservatorio de París en noviembre de 1839. En ella la línea narrativa y descriptiva de la Sinfonía fantástica (1830) y Harold en Italie (1834) se unía a la línea coral de la Novena de Beethoven (1824) y la Segunda de Mendelssohn (1840). Estábamos así en la antesala de La condenación de Fausto (1846), que no sería ya una sinfonía, sino una “leyenda dramática”. Pero tampoco Romeo y Julieta se llamaba Sinfonía nº 3, ni la Sinfonía fantástica se llamaba Sinfonía nº 1, la sinfonía de Berlioz no era la de Beethoven, la de Schubert o la de Brahms, su mundo expresivo era distinto, había detrás un programa, una narración, un relato, una historia que se iba tejiendo a partir de la trasmisión de sensaciones asociadas (o asociables) a diferentes escenas. Este era, en síntesis, el principio de la música programática, que convivía con el ideal de música absoluta, puramente abstracta, sin referencias temáticas.
A pesar de que la voz hace presencia en cuatro de los siete movimientos de Romeo y Julieta, es habitual hacer una suite orquestal en cinco partes para las salas de conciertos. La introducción (I) se inicia con una agitada lucha entre Capuletos y Montescos, aliviada por la majestuosa intervención de los metales, que son la autoridad de Verona. Romeo está solo (II), la cuerda canta con melancolía y cada vez con mayor intensidad, la música crece en lirismo, y todo parece preparado para el romanticismo suave, soñador y penetrante de la escena de amor (III), la famosa imagen del balcón: Romeo y Julieta, amantes en la noche, luz en sus miradas, poesía de sus almas. La Reina Mab vuela después en su Scherzo (IV), en esas melodías ligeras, etéreas y traviesas que revolotean por el fantástico mundo de hadas y duendes imaginado por Mercutio. Y la atmósfera cambia completamente en la tumba de los Capuletos, a la que Romeo llega exhausto (V): allí yace Julieta. El joven toma su veneno y las maderas, acompañadas de la cuerda en sordina, entonan un canto elegíaco. Cuando al fin parece haberse hecho el silencio, suena (en pppp) un clarinete, la cuerda grave vuelve a la vida, Julieta despierta. No es una ilusión: los amantes se abrazan, la orquesta entra en éxtasis… pero muy pronto la pasión deja paso a la angustia, la angustia a la tristeza, y entre la tristeza la vida del joven se apaga para siempre. Desolada, Julieta se clava una daga, la orquesta grita, la cuerda grave tiembla. Un oboe se pierde en la lejanía: es el eco de la vida, el llanto de la eternidad.
Asier Vallejo Ugarte
Karen Gomyo, violín
Ganadora de la prestigiosa Beca Avery Fisher Career en 2008, la violinista Karen Gomyo atrajo la atención del público después de ganar las Audiciones Internacionales Young Concert Artists en 1997 a los 15 años.
Descrita por el periódico Chicago Tribune como "una artista de primera clase con un dominio musical , vitalidad, brillantez e intensidad reales” y descrita por el Toronto Globe y Mail como "espléndida y profundamente seria, posiblemente el último gran talento en llegar bajo la influencia de Dorothy DeLay". Ha actuado con la mayoría de las principales orquestas, incluyendo las orquestas de Nueva York, Filarmónica de Los Ángeles, Filadelfia y Minnesota; las sinfónicas de San Francisco, San Luis, Houston, Montreal y la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington D.C.; la Sinfónica de la Ciudad de Birmingham, la Royal Scottish National Orchestra, la Royal Liverpool Philharmonic, la Bergen Philharmonic y la Den Haag Residentie Orkest, entre otras.
Nacida en Tokyo y criada en Montreal, Karen Gomyo empezó a estudiar violín a los cinco años. Estudió con Dorothy DeLay en la Juilliard School, con Mauricio Fuks en la Universidad de Indiana y con Donald Weilerstein en el Conservatorio de New England.
Adrian Prabava, director
El director Indonesio Adrian Prabava tiene un amplio repertorio tanto en concierto como en ópera. Lo más destacable de esta temporada incluye conciertos con la Orchestre Philharmonique de Estrasburgo, Royal Concertgebouw Orchestra, Het Gelders Orkest, Trondheim Symfoniorkester y el retorno al Theater Magdeburg con conciertos sinfónicos y una producción de la ópera The Turn of the Screw de Britten. También debutará en Estados Unidos en el Round Top Festival, Texas, en el verano de 2011.
La pasada temporada sus compromisos incluyeron debuts con la Orchestre de Paris y la Deutsche Radio Philharmonie Saarbrücken, así como conciertos con la Netherlands Philharmonic Orchestra. Como director de ópera, ha dirigido producciones como The Rise and Fall of the City of Mahagonny de Weill y Die Fledermaus de Strauss para la Komische Oper Berlin.
Adrian Prabava fue galardonado en Noviembre de 2007, con el premio Bernard Haitink para Jóvenes Talentos por la Royal Concertgebouw Orchestra. También ha trabajado estrechamente con Kurt Masur y ha sido Director Asistente de la Orchestre National de France durante dos años.
Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias
La OSPA nace en 1991 bajo el auspicio del Gobierno del Principado de Asturias y con el objetivo prioritario de enriquecer musical y culturalmente la región. Es un Organismo Autónomo de la Consejería de Cultura y Turismo, y miembro de la AEOS. S.A.R. D. Felipe de Borbón es su Presidente de Honor.
Su actividad principal se articula en torno a las temporadas de conciertos que ofrece cada año en Oviedo, Gijón y Avilés, sin olvidar su importante participación en la temporada de ópera de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera.
Fuera del Principado la Orquesta ha actuado en los auditorios y salas más importantes de la geografía española, ha colaborado con la ABAO y en convocatorias tan relevantes como el Festival de Santander, el Festival de Música y Danza de Granada o el Festival de Música Contemporánea de Alicante.
De sus giras internacionales hay que destacar la realizada en el año 1996 por Chile y México. Dos años más tarde, volverá a Chile y participará también en el Festival Intercéltico de Lorient (Francia). La OSPA regresa a México en 2007 con gran éxito de crítica. En la temporada 2007/08 viaja a China, dentro de las actividades del Año de España en este país.
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II. Adagio
III. Allegro assai
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