Mares de notas…
…en cuatro diseños para orquesta.
El aprendiz de brujo abre la sesión como paradigma de poema sinfónico, género surgido en el Romanticismo, fruto de la inspiración extramusical a la que, de cuando en cuando, se abandonan los compositores y que cristaliza en una obra para orquesta, generalmente en un único movimiento, que narra sin palabras un argumento más allá de los sonidos. En este caso el discurso de Paul Dukas (París, 1865-París, 1935), compositor, crítico musical y profesor en el Conservatorio, sigue el hilo de la balada de Goethe del mismo nombre. Dukas, como buen romántico francés, reivindica una intencionalidad placentera en su música. Por ese motivo denomina a su obra scherzo sinfónico evocando, así, una dimensión más lúdica y estética que profunda o trascendental (como se espera tradicionalmente de los poemas sinfónicos alemanes). La obra fue estrenada en 1897 con un éxito que enseguida trascendió las fronteras francesas. Como corresponde al gusto y costumbres decimonónicas galas, el tratamiento tímbrico es rico y variado, dando voz a los instrumentos básicos de una orquesta sinfónica y a los que no lo son tanto, como es el caso de la flauta piccolo, el clarinete bajo, el contrafagot o las cornetas. La trama tiene una cierta intencionalidad moralista, perfectamente contextualizada en la época y adecuada al espíritu marcadamente didáctico de su autor, que padeció a lo largo de su vida profesional una auto exigencia tal que le llevó a destruir multitud de partituras antes de que vieran la luz pública. Cada idea reflejada en la balada de Goethe toma cuerpo sonoro en otras tantas ideas musicales. De esta forma escuchamos el famosísimo tema de la escoba en la voz de los fagotes y los no menos importantes motivos musicales que simbolizan el agua o el conjuro del torpe aprendiz.
Y con la magia aún flotando en el ambiente, nos adentramos en el universo sonoro de uno de los grandes compositores del siglo XX: Dmitri Shostakovich (San Petersburgo, 1906-Moscú, 1975) que escribió sus dos conciertos para violoncello y orquesta inspirado por la maestría de Mstislav Rostropovich, cellista, amigo y compañero de escenario del compositor en numerosas ocasiones. Hoy escuchamos el primero de ellos, el Op 107, estrenado en 1959 por la Orquesta Filarmónica de Leningrado con su dedicatario como solista, quien contaba emocionado cómo lo había interpretado de memoria ante un admirado Shostakovich, tan solo cuatro días después de recibir la partitura.
Shostakovich dijo de esta obra: “Tomé un pequeño tema e intenté desarrollarlo”. Se refería al motivo de cuatro notas que, sonando en el cello solista, asoma ya en los compases iniciales del primer movimiento, Allegretto, que es en palabras de su autor, una “marcha jocosa”. Otro motivo complementa al primero, conservando la sensación de empuje del movimiento. Van adquiriendo dimensiones tímbricas y expresivas distintas, con variables grados de agitación hasta el contundente cierre final. Para Shostakovich la música era un medio para dar salida a su sentimientos y vivencias interiores, por eso en sus obras encontramos tanto referencias más o menos irónicas, enérgicas, burlonas o estrepitosas, como líricas, meditativas, profundas o elegiacas. De esta manera está diseñado el segundo movimiento, Moderato, el más nostálgico y extenso de la obra, basado en dos temas principales que oscilan entre la ternura y la añoranza. Melodías de extenso trazado que muestran la voz más poética y melancólica del violoncello. Concluye con un pasaje muy etéreo, casi sobrenatural, en el que el cello, en su registro más agudo, dialoga con la celesta. A continuación, el tercer movimiento, Cadenza, está dedicado enteramente al solista que empieza reflexionando sobre los temas previos, pero va llevando su expresividad desde un ámbito más lírico e intimista hacia un virtuosismo más enérgico, incluso salvaje cuando se hace eco de las reminiscencias de los motivos del primer movimiento y desemboca en el final de la obra, Allegro con moto, que cita al principio el inicio de Suliko, la canción popular favorita de Stalin, de forma grotesca y algo atropellada por las violentas irrupciones de los timbales (¿una “artística” venganza?. Sin duda). La obra concluye con el recuerdo del motivo que la iniciaba y una imparable ráfaga de escalas y octavas en el cello solista. Impresionante.
Y de la Rusia soviética retornamos a una Francia aventurera, gracias a la música de uno de sus compositores más audaces y literarios, que contribuyó a abrir el telón para que hiciera su aparición en las salas europeas el Romanticismo musical. Héctor Berlioz (La Côte-Saint-André, 1803-París, 1869), para quien la vida era “un romance inmensamente interesante”, escribió la obertura
El corsario en 1844 durante una estancia en
Niza, y fue estrenada bajo la dirección del autor en 1845, con el título
La Torre de Niza.
Berlioz revisó la obra entre 1846 y 1851 y le dio su nombre actual. Fue publicada en 1852 en la versión que escuchamos hoy y estrenada, también por su autor, en
Brunswick en 1854. Curiosamente (o tal vez debido a asuntos “extramusicales”) y a pesar de su brillantez, no fue interpretada en París en vida de Berlioz, aunque si varias veces en el resto de Europa. Está ideada en base al esquema que tanto gustaba a su autor para las oberturas sinfónicas: una breve anticipación de lo que va a ser el “allegro” principal seguida de la “introducción” lenta, a la manera de las oberturas francesas, con la intención de reflexionar sosegadamente sobre lo que ha de sugerirse en la sección siguiente. Las dos partes de la obertura (lenta y rápida) adquieren coherencia gracias al retorno del pasaje lento y de la segunda idea del allegro, aunque con el carácter algo modificado. La brillante escritura de uno de los más imaginativos orquestadores del siglo XIX (cuyo tratado de orquestación aún sigue estudiándose en la actualidad), se pone al servicio de una vitalidad desbordante que arroja con exuberancia una cascada de notas sobre el patio de butacas.
Y despedimos la tarde con una inmersión oceánica, capaz de albergar corsarios, barcos cargados de orquestas y litros de agua desparramados por los conjuros de pretenciosos aprendices. Claude Debussy (Saint-Germain-en-Laye, 1862-Paris, 1918) en una carta fechada en 1903 indicó que estaba escribiendo una obra sobre el océano, en forma de “bocetos sinfónicos” para orquesta, basada en recuerdos, imágenes inventadas del mar, con su perpetua movilidad, libertad e imprevisibilidad. La orquestación, en palabras del compositor es “tumultuosa y variada… como el mar”. Con Debussy, lo que está en la superficie de la música (la textura, el color tímbrico, los matices de intensidad…) adquiere una importancia desconocida hasta entonces. Un aspecto relacionado con el sonido en sí mismo, aparece claramente en la orquestación, con la que el compositor alcanza un excelente nivel de sutileza al producir nuevos efectos tímbricos. Con la relevancia de estos parámetros musicales y no tanto de la organización formal o del desarrollo temático, Debussy recrea con sonido “impresiones” que le llegan a través de todos los sentidos. Según sus propias palabras, “el sonido del mar, la curva del horizonte, el viento entre las hojas y el trino de un pájaro provocan en nosotros impresiones complejas. Entonces, súbitamente, sin consentimiento deliberado por nuestra parte, uno de estos recuerdos fuerza su camino hasta expresarse con el lenguaje de la música. Contiene ya su propia armonía. Ninguno de nuestros esfuerzos puede conseguir algo más preciso o verdadero.”. La obra está dividida en tres “esbozos” sinfónicos que evocan otras tantas atmósferas y colores: Del alba al mediodía en el mar, Juegos de olas y Diálogo del viento y el mar.
En este caso, la música salpica y pulveriza colores tímbricos y sensaciones sonoras sin necesidad de narrar nada concreto, sino invitándonos a sumergirnos en un mar de notas ya que, como indicó el filósofo y musicólogo Vladimir Jankélévitch, “Debussy ausculta el pecho del océano y la respiración de las mareas, el corazón del mar y de la tierra; por ello, sus poemas sinfónicos no implican ni narración ni finalidad”
El pintor y gran amante de la música Wassily Kandinsky afirmaba que “los músicos más modernos, como Debussy, crean impresiones espirituales, que a menudo toman de la naturaleza y transforman en imágenes espirituales por vía puramente musical”.
Espirituales o enérgicas, profundas o escurridizas, las imágenes sonoras están ahí. Disfrútenlas.
Mercedes Albaina
Alban Gerhardt, violonchelo
Nació en Berlín, y se ha consolidado como uno de los más destacados chelistas de la actualidad.
A partir de su debut con la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Semyon Bychkov, ha actuado con más de 170 orquestas de todo el mundo, con Directores como Kurt Masur, C. von Dohnányi, C. Eschenbach, Sir Neville Marriner, Marek Janowski, Sir Colin Davis, Leonard Slatkin, Fabio Luisi, Sakari Oramo, Paavo y Neeme Järvi. Actuó en repetidas ocasiones con la Filarmónica de Berlín y el Mº C. Thielemann.
El repertorio de Gerhardt cuenta con unos 60 conciertos diferentes de chelo y le gusta rescatar obras poco conocidas. Su colaboración con compositores como Peteris Vasks, Brett Dean, Jörg Widmann, Oswaldo Golijov, Mathias Hinke y Matthias Pintscher atestigua su gran interés en ampliar el repertorio para chelo.
Su discografía es muy valorada, habiendo ganado dos Premios “ECHO Classic”
Alban Gerhardt toca actualmente con un instrumento único del renombrado luthier Matteo Gofriller.
Marco Guidarini, director
Nace en Génova, realiza los estudios musicales de dirección de orquesta con F. Ferrara, composición y violonchelo con A. Navarra.
Es Primer Premio del Concurso Internacional de dirección de Pescara. Comienza su carrera en Italia dirigiendo las orquestas más importantes del país. Ha sido Director Titular de la Orquesta Filarmónica de Niza de 2001 a 2009.
Reparte su tiempo entre las grandes formaciones sinfónicas y los escenarios líricos, entre ellos: Viena, Estocolmo, Copenague, Munich, Vancuver, Sydney, Montpellier, Los Angeles, Metropolitan de Nueva York, Ginebra, Marsella, North, Scottish Opera, Glyndelbourne, ABAO, Liceo de Barcelona, Berlin, Dublin, Génova, Nápoles, Leipzig, Bolonia y Maestranza de Sevilla. Debuta en el Teatro La Scala de Milán en la temporada 2009/10
Ha dirigido las Orquestas Sinfónicas: Nacional de Francia, Radio de Dublín, RAI, Québec, Estocolmo, Sydney, Baden Baden, Melburne, Sofía, Comunale de Bolonia, Santa Cecilia de Roma, Hong Kong, Helsinki, Torino, Montpellier, Valencia, OSPA, Navarra y Málaga.
En noviembre de 2006 el Ministro de Cultura del Gobierno Italiano le nombró Cavaliere de la Cultura Italiana,
Ha grabado para el sello Dynamic Romeo y Julieta de Berlioz, Roma de Massenet y la Sinfonía nº 4 de Schumann, así como grabaciones de ópera