Conciertos

El testimonio de Shostakovich


Palacio Euskalduna.   19:30 h.

Pablo González, director.
Jaeden Izik-Dzurko, piano.


I

LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770 – 1827)

Concierto nº 4 para piano y orquesta en Sol Mayor Op. 58

I. Allegro moderato
II. Andante con moto
III. Rondo (Vivace)

Jaeden Izik-Dzurko, piano

II

DMITRI SHOSTAKOVICH (1906 – 1975)

Sinfonía No. 10 en mi menor Op. 93

I. Moderato
II. Allegro
III. Allegretto
IV. Andante


 

FECHAS

  • 30 de noviembre de 2023       Palacio Euskalduna      19:30 h. Comprar Entradas
  • 01 de diciembre de 2023       Palacio Euskalduna      19:30 h. Comprar Entradas

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El lujo de oírte

Carta de Dmitri Shostakovich (1906-1975) a su amigo Levon Atovmyan:

Komarovo, 23 de junio de 1952.

Querido Leva.

Te recuerdo mi petición: infórmate de si se puede encontrar en Moscú cinta magnética para una grabadora Dnepr 3. Si ello fuera posible cómprame inmediatamente 500 metros o un kilómetro entero. Si no se puede comprar en Moscú házmelo saber cuanto antes. Dirección: Leningrado, Zona turistica Komarovo, v. Korablestroitelei 20. Tfno. 35. Cuéntamelo con un telegrama, o por teléfono. Si decides llamarme hazlo pronto por la mañana (de las 8 a las 10), o al caer la tarde o de noche. Que Nina te dé el dinero para la cinta. Me parece que está a la venta en los grandes almacenes de la plaza Kolchoznaya. La cinta del Comité Radiofónico no va bien en mi magnetofón. Es posible que Oistrakh sepa dónde poderla comprar. Su teléfono es el K7-33-90. […] Saluda a Vera, Paulovna, Svetlana y Natalia.

Te estrecho fuerte la mano,
D.S.

¿Para qué querría Dmitri medio kilómetro de cinta magnética?

Otra carta de Shostakovich, escrita un poquito más tarde. Esta vez a su no tan amigo pero admiradísimo colega Serguei Prokofiev:

Moscú, 12 de octubre de 1952.

Querido Seguei Sergueyevich,

Le doy mi más viva enhorabuena por su nueva, estupenda sinfonía. La he escuchado ayer, con enorme interés y placer, de la primera a la última nota. La Séptima Sinfonía se ha revelado como una obra de gran perfección, de profundo sentimiento, de enorme talento. Es una auténtica obra maestra. No soy crítico musical y por ello me abstengo de hacer observaciones más detalladas. Soy un simple oyente, apasionadísimo por la música en general y por la de Ud. en particular. Me da pena que como bis se haya tocado sólo el cuarto movimiento. Tendrían que haberla tocado toda entera. En general las nuevas composiciones deberían interpretarse dos veces oficialmente, y una tercera como bis. Me parece que S. A. Samosud ha dirigido la Séptima Sinfonía de manera excelente.

Le deseo que viva y componga al menos cien años. Escuchando obras como su Séptima Sinfonía vivir se convierte en algo mucho más fácil y placentero.

Le estrecho fuerte la mano. Saludos a Mira Alexandrovna.

Suyo,
D. Shostakovich

¿Para qué querría Dmitri Dmitrievich medio kilómetro –o uno entero- de cinta magnética?

Para escucharse. Para escuchar sus obras. Sus obras prohibidas, sus antiguas obras retiradas de la circulación, sus obras recientes, tachadas sin ni siquiera haber sido interpretadas una sola vez en público. Para poder oír sus obras futuras.

La última sinfonía estrenada de Shostakovich había sido la Novena, el 3 de noviembre de 1945. Fue prohibida en febrero de 1948. Pero ésta al menos vió la luz durante un tiempo. La Cuarta no tuvo tanta suerte. El estreno -previsto para el 11 de diciembre de 1936- fue abruptamente cancelado en vísperas del concierto. El mundo sabía que Shostakovich había escrito nueve sinfonías, pero sólo conocía ocho.

Los años pasaban y la interdicción de gran parte de su música continuaba.

Uno escribía una sinfonía -tarea que no es el colmo de la sencillez, pero que tiene menos faena de la que parece si te apellidas Mozart, o Beethoven, o Brahms, o Shostakovich-. Y ahora qué. Pues a buscar escenario y financiación para estrenarla, suponemos.

Si eres un compositor soviético eso no es un problema. Tienes asignada la Gran Sala del Consevatorio de Moscú, o un foro igual de imponente; y tienes asignado un orquestón del máximo nivel, y solistas, y coros, y el director que tú elijas. Así da gusto, valoró Prokofiev cuando estaba sopesando su retorno a la URSS desde Occidente.

Sólo hay un pequeño detallito: tu composición ha de ser aprobada por un Comité. Un Comité que se rige por unos criterios kafkianos. Diríase que se valorará la obra en cuestión, pero es que ésta puede ser la última de las consideraciones. Mucho más importante es si el autor goza por estos meses o años del favor de la jerarquía política y administrativa. Y tampoco es de desdeñar el pánico a validar algo que luego no guste al Padrecito Stalin, y se nos caiga el pelo a todos, aprobado y aprobadores.

La deliberación del Comité tiene lugar –qué menos, para guardar las formas- tras la escucha de la obra. No la ejecución orquestal, cara y trabajosa, sino en una versión para piano a cuatro manos o para dos pianos.

Así había sido aceptada la Novena de Shostakovich, en una audición para el tribunal–deberíamos llamarla vista- que tuvo lugar a principios de septiembre de 1945. El propio compositor y el celebérrimo Sviatoslav Richter fueron los dos pianistas. Así se aceptó en 1952 la anteriormente citada Séptima de Prokofiev, en la interpretación de Vedernikov y Rostropovich –célebre cellista, pero igualmente sobresaliente en el piano-.

Y así se aprobó la Décima Sinfonía Op. 93 de Dmitri Shostakovich. Habían transcurrido ocho largos años desde la última vez. Estamos en octubre de 1953. El propio compositor -tocando los dos pentagramas graves- y su amigo Mieczyslaw Weinberg -tocando los dos agudos- se presentan ante el Comité e interpretan la obra.

Conservamos la grabación de esta versión, y en el gremio de la musicología la valoramos mucho porque así podemos comprobar mil y un detalles de la ejecución. Que si este tempo es más rápido, que si este rallentando es más marcado, que si este crescendo es más abrupto. Y es que nos ha tocado dos veces la lotería porque –tras la debida aprobación- Shostakovich dirigió y grabó en persona la versión orquestal. Una suerte. Una alegre coincidencia. O quizá no tanta coincidencia.

Finalmente su amado Prokofiev no vivió ni compuso durante cien años. Murió el 5 de marzo de este 1953. El mismo día que Stalin. Otros dirigentes iban a tomar el control. Otros dirigentes con sus propias agendas culturales que, quién sabe, podían decidir que ciertas músicas o ciertos compositores deberían abandonar la escena pública.

Armado de su kilómetro de cinta, Shostakovich grabó dos veces su Décima Sinfonía movido por el temor cierto a que –como en tantas ocasiones precedentes- le fuera retirada la autorización y no volviera a oirla jamás.

Pero el devenir de la historia le fue propicio. Nos fue propicio. Su Décima Sinfonía no hubo de sufrir ostracismo alguno y se convirtió en una de sus obras más programadas a uno y otro lado del Telón de Acero. La Novena renació en 1955. La Cuarta finalmente nació en 1961. Otras sinfonías se sumaron. Dmitri Dmitrievich volvió a componer a su ritmo algo irregular, y ya nunca se detuvo.

Siglo y medio antes, uno de los grandes ídolos de Shostakovich tenía su propia ración de alegrías y alborotos. Nos referimos a otro pianista de élite que abandonó paulatinamente el instrumento para centrarse de manera definitiva en la composición: Ludwig van Beethoven (1770-1827).

Viena, 1807. La capital de un imperio está hasta el cuello sumergida en las Guerras Napoleónicas. A veces las cosas van bien y, a veces, las cosas van menos bien. Las tropas de Napoleón ya habían ocupado la ciudad entre 1805 y 1806, y volverían a entrar en ella en 1809; afortunadamente sin mucho destrozo para cómo pueden ir estas cosas. Y en medio de estas tribulaciones Beethoven compone una obra tras otra. No rápido –puesto que le gusta darle vueltas a cada pieza- pero sí creando un flujo constante al superponer proyectos en paralelo.

Llega marzo de este 1807 y Beethoven pide un favor propio de los nuevos tiempos al -¿cómo denominarlo? ¿mecenas?, ¿patrón a ratos?, ¿servidor en las alturas?- príncipe Lobkowitz. El favor, o quizá fue un ofrecimiento espontáneo, consistía en poder utilizar la gran sala del palacio del príncipe para un par de conciertos por suscripción a beneficio del propio Beethoven.

Las nuevas modalidades de patronazgo de la aristocracia vienesa estaban, justo en este inicio de siglo, cambiando de forma sutil pero inexorable. Los nobles ya no tendrían como empleados a tiempo completo a los artistas. Ya no serían dueños de las composiciones y del compositor. A partir de estos años se apoyaría al creador encargándole y subvencionándole alguna obra, haciéndole una miriada de pequeños y grandes favores, facilitando la consolidación de la carrera profesional… Haydn -quien fallecería al poco, en 1809- había pasado gran parte de su vida al servicio de cuatro generaciones de la familia Esterházy. Beethoven nunca llegó a vivir una situación semejante. Él no lo quiso, la nobleza tampoco.

Y volvamos al salón del Palacio Lobkowitz este marzo de 1807. La velada incluye el estreno ¿público?, ¿privado? no sólo de su nuevo Cuarto Concierto para piano y orquesta Op. 58, sino que también se interpretan por primera vez la Cuarta Sinfonía y la obertura Coriolano. Nunca el dinero de una suscripción fue tan bien aprovechado.

O quizá te pueden dar más por el precio de una entrada: el 22 de diciembre del año siguiente, 1808, Beethoven organiza otro sarao. Esta vez ya en un teatro. En el programa se incluyen, atención, el estreno de la Sexta Sinfonía Op. 68, de la Quinta Sinfonía op. 67, de la Fantasía Coral Op. 80 y la segunda interpretación -ya decididamente pública- de su Cuarto Concierto para piano. Todo ello acompañado de un par de números de su Misa en Do mayor, una fantasía improvisada al piano y el aria de concierto Ah! perfido.

¿La audiencia –testigo selecto de una de las veladas más famosas de la historia- acabó maravillada? La audiencia acabó más reventada que otra cosa. Al parecer la orquesta no estaba en disposición de bregar con esta infinita cantidad de música contemporánea, aquello no acababa nunca y, para rematar, hacía un frío de mil demonios porque el sistema de calefacción andaba estropeado.

Por lo menos tuvieron el placer de ver tocar a Beethoven. Un espectáculo que casi podríamos describir como deportivo en si mismo. Antoine Reicha, un compositor de cierta fama, tuvo la suerte o la desgracia de pasarle las páginas una vez, y dejó testimonio de cómo sobrevivió:

“Sobre todo yo estaba ocupado en retirar hacia afuera las cuerdas que Beethoven iba rompiendo, mientras los martillos se enredaban entre ellas. Beethoven continuó tocando así hasta terminar el concierto, de forma que allí anduve, saltando atrás y adelante, arrancando una cuerda, desenredando un martillo o pasando una página”.

Y Reicha, por lo menos, tenía una partitura digna de tal nombre con la que lidiar. Una fortuna de la que no todos los colaboradores gozaron. Oigamos el relato de Ignaz Seyfel, otro compositor y director de orquesta local:

“Beethoven me pidió que le pasase las páginas en la interpretación de su Tercer Concierto. ¡Los Cielos me ayuden! Aquello fue más fácil de decir que de hacer. Yo no veía prácticamente nada sino hojas en blanco. A lo sumo en una cara u otra unos pocos jeroglíficos egipcios, completamente ininteligibles para mí, garabateados como pistas para él; puesto que tocaba casi toda la parte solista de memoria dado que, como era a menudo el caso, no había tenido el tiempo para escribirla en papel. Me lanzaba una mirada secreta cada vez que llegaba al final de uno de estos pasajes invisibles, y mi ansiedad- a duras penas disimulable- de no perderme en uno de estos pasos lo divertía considerablemente. Se estuvo riendo de corazón en la cena jovial que compartimos al terminar”.

Cualquiera diría que la formalidad, la tranquilidad, son cualidades que han llegado sólo muy recientemente a las salas de concierto.

Joseba Berrocal


Jaeden Izik-Dzurko.

Piano

Primer premio del Concurso Internacional de Música María Canals 2022.

El pianista Jaeden Izik-Dzurko, elegido por la Canadian Broadcasting Coroporation en 2021 como uno de los mejores «30 músicos clásicos canadienses menores de 30 años», está logrando una reputación como joven artista muy prometedor. Reconocido por el público, los directores de orquesta, los compositores y los críticos por su excepcional poder comunicativo y la reflexión de sus interpretaciones, «…proyecta una personalidad musical distintiva que impregna de carácter e individualidad incluso los pasajes más rutinarios» (Calgary Herald).

Jaeden ha obtenido el Primer Premio del Concurso Internacional de Piano Hilton Head 2022 y del Concurso Internacional de Música Maria Canals 2022. Más recientemente, ha sido galardonado con el Primer Premio, el Premio “Canon” del Público y el Premio de Música de Cámara en el XX Concurso Internacional de Piano Paloma O’Shea Santander.

Jaeden ha actuado como solista con la Calgary Philharmonic Orchestra, Hilton Head Symphony Orchestra, Okanagan Symphony Orchestra, Kamloops Symphony, Jove Orquestra Nacional de Catalunya, Lions Gate Sinfonia, y la Orquesta Sinfónica de RTVE. Sus interpretaciones han sido retransmitidas en In Concert de CBC Radio, Young Artists Showcase de WQXR y Performance Today de APM. Como recitalista experimentado, Jaeden ha actuado en salas como el Wigmore Hall de Londres, el Weill Recital Hall de Nueva York, la Salle Cortot de París y el Auditorio Nacional de Música de Madrid.

Nacido en Salmon Arm, Columbia Británica, Jaeden se graduó en música en la Juilliard School con el Dr. Yoheved Kaplinsky y actualmente estudia con el Dr. Corey Hamm en la University of British Columbia.


Pablo González.

Director

Reconocido como uno de los directores más versátiles y apasionados de su generación, Pablo González nació en Oviedo y estudió en la Guildhall School of Music & Drama de Londres. Obtuvo el Primer Premio en el Concurso Internacional de Dirección de Cadaqués y en el “Donatella Flick”. Desde 2018 hasta la temporada 2022-23, ha sido Director Titular de la Orquesta Sinfónica RTVE y asesor artístico de la Orquesta Sinfónica y Coro RTVE y, anteriormente Director Titular de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) y Principal Director Invitado de la Orquesta Ciudad de Granada.

Pablo González ha dirigido importantes formaciones incluyendo: Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, Netherlands Philharmonic Orchestra, London Symphony Orchestra, Scottish Chamber Orchestra, BBC National Orchestra of Wales, Royal Philharmonic Orchestra, Warsaw Philharmonic, Orchestre Philharmonique de Liège, NHK Orchestra (Japón), Orquesta Sinfónica Nacional de México, Kyoto Symphony Orchestra, así como las principales orquestas españolas.

Como director de ópera, destaca la dirección de Don Giovanni y L’elisir d’amore en dos exitosos Glyndebourne Tours, Carmen (Quincena Musical de San Sebastián), Una voce in off, La voix humaine, Die Zauberflöte, Daphne y Rienzi en el Gran Teatre del Liceu (Barcelona) y Madama Butterfly (Ópera de Oviedo).

Entre sus recientes y próximos compromisos destacan sus apariciones con Orchestre Philhar-monique de Strasbourg, Real Filharmonía de Galicia, Orquesta de Córdoba, Bilbao Orkestra Sinfonikoa, Orquesta Simfònica Illes Balears, Orquesta Sinfónica de Navarra, Dresdner Phil-harmonie, Staatsorchester Stuttgart, Euskadiko Orkestra (Basque National Orquestra) & Orfeón Donostiarra y Orquesta Sinfónica de Tenerife, entre otras.

Ha colaborado con solistas como Maxim Vengerov, Nikolai Lugansky, Javier Perianes, Khatia Buniatishvili, Beatrice Rana, Renaud Capuçon, Gautier Capuçon, Sol Gabetta, Anne-Sophie Mutter, Isabelle Faust, Frank Peter Zimmermann, Arcadi Volodos, Viktoria Mullova, Johannes Moser, Truls Mork y Viviane Hagner.

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