PARÍS, LUZ Y COLOR
Ravel dice en 1931 que su Concierto en sol “está escrito en el espíritu de los de Mozart y de Saint-Saëns. Creo que la música de un concierto ha de ser ligera y brillante, y no tender a la profundidad o a los efectos dramáticos”. En otros tiempos hubiese sido chocante tomar a Saint-Saëns como referencia, pero en el París de 1931 las viejas disputas entre modernos y reaccionarios están pasadas de moda. Esos conflictos habían impedido que la música floreciera en París como florecieron otras artes, fundamentalmente la poesía y la pintura, pues hacia 1870 aún tenemos a los franceses componiendo sobre tipos formales e ideales estéticos alemanes. La creación de la Société Nationale de Musique pretende cambiar las cosas y airear para la música un nuevo renacimiento francés. Uno de los fundadores es precisamente Saint-Saëns, quien toma la tradición del clasicismo vienés como punto de partida. De ahí el relativo conservadurismo de su estilo y las críticas que le llueven desde las filas progresistas, encabezadas por César Franck y sus discípulos.
Pero Saint-Saëns es también un ferviente admirador de la música de Liszt, símbolo de la modernidad de la época. En una de sus varias visitas a Weimar, con ocasión del estreno en 1870 de la cantata Les noces de Prométhée, Liszt le anima a continuar con la ópera Samson et Dalila, iniciada poco tiempo atrás y basada en la conocida historia del Libro de los Jueces del Antiguo Testamento. Se trata de una rara avis entre las óperas francesas contemporáneas. La opera lyrique dominante, totalmente separada de la pompa de la grand opera, busca una forma de lirismo más perfumada y ambientes de pathos agridulce. Un ejemplo claro es Roméo et Juliette (1867) de Gounod. En cambio, Samson está escrita en un estilo retrospectivo,oratorial, salpicado de reminiscencias barrocas, lo que da a Saint-Saëns muchos problemas para estrenarla en París. Tiene que intervenir Liszt para trasladar el estreno a Weimar, en cuyo Teatro de la Corte se da a conocer en diciembre de 1877.
La acción transcurre en Palestina, en el siglo II antes de Cristo. Sansón es un general hebreo que pierde su fuerza tras ser seducido por la sacerdotisa filistea Dalila. Encadenado en un calabozo, recupera su antigua fuerza por misericordia divina y derriba el templo de los filisteos. Los dos momentos más célebres de la ópera son la escena de la seducción (Mon cœur s’ouvre à ta voix) y la exuberante bacanal del tercer acto, con la que los filisteos celebran la captura de Sansón. En ella se refleja la fascinación orientalista de los franceses, reconvertida en música colorista, exótica y voluptuosa. Las melodías principales las conoce el compositor durante sus varias visitas a Argelia, país que adora y en el que muere en diciembre de 1921.
Frente a sus opositores, Saint-Saëns tiene un defensor inesperado en Debussy, que en 1891 se pregunta “cómo es posible equivocarse de esa forma. Saint-Saëns conoce el mundo de la música mejor que ningún otro”. Este apoyo tiene su importancia habida cuenta del espacio que Debussy está destinado a ocupar en la vida musical francesa. El impresionismo pictórico y la poesía simbolista le dan alas para desarrollar un estilo en el que las formas tradicionales se difuminan en la búsqueda de texturas etéreas, armonías flotantes y colores extremadamente refinados. El impacto de ese nuevo estilo es enorme y vierte su influencia sobre todos los compositores de la órbita francesa del momento.
Al París del joven Debussy llega el también joven Albéniz a inicios de los noventa. Allí da con la clave para interrelacionar elementos propios de la tradición musical española con las tendencias más avanzadas de entonces, entre ellas el incipiente impresionismo, emprendiendo el camino hacia la composición de la fabulosa suite Iberia entre 1905 y 1909. Pero a su llegada a París Albéniz trae ya consigo una serie de obras de salón escritas durante su carrera pianística para un público que a menudo se resiste a las rebeliones musicales. Entre ellas destacan las piezas que integran la Suite española, compuestas entre 1883 y 1889, partituras fáciles, evocadoras, encantadoras y de perfiles muy claros, dotadas prácticamente todas de melancólicas coplas y animados ritmos de danza. De un total de ocho escuchamos esta noche cinco, orquestadas por el gran director que fue Rafael Frühbeck de Burgos, que se suceden desde las impetuosas seguidillas de Castilla hastala fantasiosa recreación de la jota de Aragón, deteniéndose en el canto nostálgico que inunda la serenata de Granada, en las vibrantes sevillanas de Sevilla y en el latido curiosamente flamenco de Asturias.
Otro compositor que absorbe en varias de sus obras la esencia del impresionismo es Ravel. Sus Jeux d´eau (1901) tienen esa poesía evocadora, esa atmósfera aérea, esas sonoridades claras y diáfanas. En la suite para piano Miroirs (1905) flota también la apetencia impresionista, un “debussysmo disimulado” (Jankélévitch). De sus cinco piezas es la Alborada del gracioso, con su soplo de guitarra andaluza, su copla rubateada, sus trepidantes glissandos, sus fieras notas repetidas y sus ritmos que piruetean sin vértigo, la más viva, burlona e incisiva. Ravel la orquesta en 1919 y es como si la reinventase. Una idea de su visión del color orquestal la da el que sea, según palabras de Stravinski, el “único músico” que comprende inmediatamente La consagración de la primavera.
Con todo, Ravel no se siente un compositor revolucionario: “Aunque siempre he sido partidario de ideas nuevas (…) jamás he tratado de derribar las leyes vigentes en materia de armonía y composición”. Esto aleja a Ravel de las vanguardias de inicios del XX y lo acerca al espíritu de Mozart, que supo integrar su música en las formas imperantes en su época y siempre en un clima de paz. Esa orientación clásica está presente desde piezas tempranas (lo son el Cuarteto, la Sonatine y la Pavana para una infanta difunta) hasta obras finales, entre las que destacan los dos conciertos para piano. Ravel los compone prácticamente al mismo tiempo, pero las diferencias entre ambos son rotundas: a la cualidad sombría y espectral del Concierto para la mano izquierda responde el Concierto en sol con raudales de limpidez, exuberancia y ánimo festivo. Incluso piensa en darle el título de Divertimento. Marguerite Long lo estrena en la sala Pleyel de París en enero de 1932.
Efectivamente, la música del Concierto en sol es ligera y luminosa: estamos a inicios de los treinta y Ravel juega a placer con las armonías, los ritmos y los colores, amaga con la bitonalidad, coquetea con el jazz y se deja llevar por sonoridades que parecen beber de las fuentes impresionistas. En el primero de sus tres movimientos, Allegremente, afloran melodías de resonancias populares (¿una evocación del txistu en el flautín?), rebrota el rasgueo de la Alborada y suenan ecos procedentes del Blues. Toda esa fantasía se renueva en una cadencia donde el canto, que emerge de unos delicados acordes en la mano izquierda, se acompaña de largos y cristalinos trinos. El Adagio assai, con su ritmo binario disfrazado de vals lento, retrotrae su mirada al sencillo clasicismo de la Pavana para apuntar directamente al Presto, que, martilleado por retumbantes fanfarrias, se lanza sin paracaídas al vuelo de la vitalidad y el virtuosismo.
Asier Vallejo Ugarte
Gabriela Montero ha actuado con muchas de las orquestas más importantes, entre ellas las de Los Ángeles, Nueva York, Róterdam, Chicago, San Francisco, Atlanta, Leipzig, Filarmónica de Berlín; así como las sinfónicas de Viena y Sydney.
Entre los directores con los que ha colaborado cabe destacar a Leonard Slatkin, Claudio Abbado, Yannick Nézet-Séguin, Vassily Petrenko y Marin Alsop.
Su primer disco, Bach and Beyond se mantuvo en el primer puesto de la lista Billboard varios meses. Galardonada con dos premios Echo Klassik al mejor instrumentista de teclado del año 2006 y premio a la música clásica sin fronteras en 2007, fue candidata a los Grammy® por Baroque en 2008.
Elegida como candidata por su excepcional trabajo en el campo de los derechos humanos por la fundación venezolana Human Rights Foundation, recibió el Premio Rockefeller en 2012 y actuó en la investidura presidencial de Barack Obama en 2008.
Ramón Tebar es el primer director español en ser Titular de una compañía de ópera americana. Director Principal de la Florida Grand Opera (Miami), Director Artístico de la Opera de Naples (Florida), Director Musical del Festival de Santo Domingo y Director de la Sinfónica de Palm Beach. Ha dirigido alrededor de 30 producciones de ópera. El Rey Felipe VI le ha concedido en 2014 la Cruz Oficial de la Orden de Mérito Civil, y la Marca España lo eligió como uno de los 100 españoles que triunfan por el mundo.
En España a dirigido a la Sinfónica de Córdoba, Castilla y León, Sinfónica de Navarra, Oviedo Filarmonía y la Orquesta de la RTVE. Otras orquestas incluyen a la Sinfónica de San Petersburgo, Filarmónica de Lugansk, Filarmónica de Pilsen, Orquesta Internazionale d’Italia, la Sinfónica di Cagliari, Orquesta Teatro Regio de Turín, Filarmónica de Armenia y Orquesta Festival de Spoleto. Aparte de sus compromisos fuera de España, dirigirá en nuestro país a la Sinfónica de Galicia, la Orquesta Nacional de España, Sinfónica de Bilbao, Sinfónica del Principado de Asturias, Orquesta de Barcelona y Orquesta de Valencia. Ha trabajado con importantes cantantes, como Monserrat Caballé, Placido Domingo, Angela Gheorghiu, Roberto Alagna, Mariella Devia, Daniela Dessi, y Maria Guleghina.