Conciertos

Achúcarro y los Cuadros de una exposición


Palacio Euskalduna.   19:30 h.

Giancarlo Guerrero, director
Joaquín Achúcarro, piano


I

AUGUSTA HOLMÈS (1847-1903)

Andromède, Poema sinfónico*

CÉSAR FRANCK (1822-1890)

Variaciones sinfónicas para piano y Orquesta.

Joaquín Achúcarro, piano

II

MODEST MUSSORGSKY (1839-1881) / MAURICE RAVEL (1875-1937)

Cuadros de una exposición.

I. Promenade – Gnomus
II. Promenade – El castillo medieval
III. Promenade – Tullerias
IV. Promenade – Bydlo
V. Baile de los polluelos dentro del cascarón
VI. Samuel Goldenberg y Schmuyle
VII. El mercado
VIII. Catacumbas (Sepulcrum Romanum)
IX. La cabaña sobre patas de gallina (o la choza de Baba-Yaga)
X. La gran puerta de Kiev

FECHAS

Venta de abonos, a partír del 24 de junio.
Venta de entradas, a partir del 16 de septiembre.

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Por todo lo alto

Después de diecisiete espléndidos conciertos, grandes directores, solistas y coros, programas variados y muy distintos paisajes sonoros, nuestra orquesta ya es 100 años más vieja y más sabia. Esta histórica temporada, que ha cumplido un aniversario tan redondo y ha cerrado (casi, casi…) una pandemia, sólo podía terminar así: por todo lo alto. Con tres grandes piezas de alto valor sinfónico y con la presencia de una leyenda; nuestra leyenda: Joaquín Achúcarro.

Tres piezas sinfónicas de gran densidad sonora: ricas, complejas y poderosamente expresivas, todas ellas cercanas en el tiempo de su origen, la última parte del siglo XIX; ubicadas, pues, en un romanticismo tardío y teñido de diferentes tonalidades. Conectan, además, con alguno de los leitmotiven de la temporada, las mujeres compositoras, y con alguno de los conciertos anteriores a través de la figura de César Franck, cuya Sinfonía en re menor escuchamos el pasado mes de diciembre.

Las Variaciones sinfónicas del músico belga vendrán precedidas, en efecto, por el poema sinfónico Andrómeda, de Augusta Holmès. Es una combinación adecuada, pues Holmès fue alumna de Franck y podemos encontrar en la obra de ambos cierras coincidencias estilísticas; especialmente la influencia de la música alemana, más marcada quizá en el caso de ella.

Augusta Holmès nació en París en 1847, hija de un oficial irlandés, de modo que su apellido originalmente no tenía ese acento grave que ella añadió después de naturalizarse francesa, sino que se pronunciaba como el del célebre detective. A pesar de las reticencias de su madre, la joven Augusta dedicó todo su interés al estudio de la música y se convirtió en una excelente pianista, cantante y compositora que se movía en los ambientes musicales parisinos más selectos durante esas décadas finales del siglo XIX, en las que era inevitable para cualquier músico europeo tomar partido (o ser acusado de tomarlo) por alguna de las corrientes dominantes: en Alemania y Austria se podía ser wagneriano o brahmsiano; en Francia se podía mirar más hacia alguna de esas facciones o militar entre los partidarios de una música más propiamente francesa.

César Franck, aunque fue miembro fundador de la Sociedad Nacional de Música, que buscaba dar cauce precisamente a los autores franceses en su búsqueda de una identidad diferenciada de la germana, siempre mantuvo una clara proximidad con principios de desarrollo estructural y armónico, géneros y usos acordes con el romanticismo alemán, como veremos luego al tratar de su obra. Quizá transmitió a su alumna algo de esto; el caso es que ella llegó a visitar a Richard Wagner en Bayreuth y esta influencia se percibe en sus obras sin duda. Su forma de manejar la orquesta, el protagonismo que adquiere el colorido de los metales y su armonía de notable intensidad cromática son muestras de ello.

Ahora bien: aunque muchas de las obras que compuso posteriormente Holmès comparten con las de Wagner su afición por narrar historias a través de la música, las brumosas leyendas nórdicas y la épica artúrica que constituyen los dos núcleos más importantes de los dramas de Wagner, Holmès los sustituyó por historias muchas veces tomadas de la mitología grecolatina o de la visión caballeresca de la Edad Media. A partir de ellas creó poemas sinfónicos como el que hoy escucharemos y cuatro óperas. Orlando furioso, Apolo, Astarté, Lancelot, Prometeo… son algunos de los personajes que pueblan estas fantasías musicales. Pero también hay un amplio catálogo de obras de cámara, vocales y hasta literarias porque Augusta Holmès fue también poeta y escritora. Un personaje muy respetado en su época, capaz de suscitar polémica cuando se estrenó su ópera La montaña negra en París, puesto que fue considerada demasiado wagneriana. Claro que si hubiera sido una compositora irrelevante no habría habido lugar para la polémica. Sin embargo, hoy en día casi hemos olvidado su música, de modo que se agradece esta oportunidad de escucharla en vivo y ojalá que sea un estímulo para que vayamos a buscar otras de sus creaciones para disfrutarlas, hoy que resulta tan sencillo acceder a casi cualquier contenido a través de internet.

En Andrómeda, Holmès desplegó varias de sus habilidades, puesto que partió de un poema escrito por ella misma en el que recreaba el mito que acompaña a este personaje; una historia, por cierto, que puede leerse en las estrellas, en el cielo de verano, donde varias constelaciones narran esa misma leyenda.

No disponemos aquí del espacio para reproducir el poema completo, así que permítanme que les reúma la historia original tal como la recuerdo, lo que no garantiza que coincida completamente con otras posibles versiones que modifiquen algunos detalles. Andrómeda era la hija de los reyes de Etiopía, Cefeo y Casiopea. Esta última, cegada por la hybris, el pecado de orgullo, el verdadero pecado capital para la cultura griega, tuvo el descaro, fíjense qué ocurrencia, de comparar (ventajosamente) su propia belleza, o la de su hija según las versiones, con la de las nereidas, ninfas marinas protegidas por Poseidón, el dios de las aguas. Como los dioses no eran muy partidarios de la moderación que tanto reclamaban a los mortales, las consecuencias del enfado de Poseidón fueron tan brutales como cabía esperar: un terrible monstruo marino se aproximaba a la costa con la intención de devorar a seres humanos y animales de todo el reino. Un oráculo, también notablemente cruel, recomendó encadenar a una roca junto al mar a la pobre Andrómeda, que no tenía culpa de nada, y sacrificarla así para calmar el apetito de Ceto, que así se llamaba el monstruo (horrenda cette subiecit… dice el lema del escudo de Lekeitio, atribuyendo ese mismo nombre a las ballenas cazadas por los barcos lekeitiarras en el pasado: los cetáceos).

Pero el valiente Perseo, que ya tenía experiencia con este tipo de criaturas, pues había degollado a la terrible Medusa, se presentó ante los reyes y propuso acabar con el voraz enemigo a cambio de que le concedieran la mano de Andrómeda, a lo que éstos accedieron, así que la pobre muchacha, después de que la encadenasen a la roca sin preguntarle su opinión, se vio ahora encadenada a Perseo, de nuevo sin que nadie le consultara.

El valeroso héroe contaba con una ventaja: había tenido la poco higiénica pero muy práctica idea de guardarse la cabeza de la Gorgona que, como El Cid, seguía ganando batallas después de muerta ya que, decapitada y todo, conservaba la capacidad de petrificar a quien miraba. Así que Ceto acabó convertido en coral y Andrómeda convertida en madre esforzada porque después de este rescate (bastante facilón, hay que recocerlo) se casó con Perseo y tuvieron siete hijos; no hay que descartar que en algún momento considerase ella si no habría sido mejor permanecer en la roca que aguantar a los siete angelitos.

Si la noche del 10 ó el 11 de agosto tienen la oportunidad de retirarse de la ciudad y buscar un cielo despejado (mejor lejos de Bilbao, por lo tanto), miren al norte y verán esta historia escrita en las estrellas consteladas: una uve doble, la orgullosa Casiopea, junto a la cual se encuentra Perseo, de donde parten las famosas perseidas, lágrimas de San Lorenzo, en esas fechas. Y la propia Andrómeda que, por su sacrificio, mereció bautizar no sólo a una constelación, sino a toda una galaxia, el objeto más lejano visible a simple vista desde La Tierra, a nada más que dos mil trescientos y pico millones de años luz (háganse una idea… si pueden).

El poema y la música de Augusta Holmès cuentan la historia con gran despliegue lírico y épico a partes iguales. Podemos distinguir varias secciones: una introducción, en la que se plantea el conflicto, abierta por unas potentes llamadas de los metales que inmediatamente nos trasladan al universo wagneriano, mientras la cuerda tiembla para expresar la amenaza que se cierne sobre la protagonista. A continuación un pasaje agitado que nos transmite la angustia de la espera junto al mar mientras el monstruo se aproxima. Un pasaje en el que las cuerdas elaboran un recitativo dramático sirve como transición a la llegada del héroe. Aquí comienza la sección principal, que va desplegando un motivo brillante entonado casi siempre por los metales. Holmès demuestra su maestría en el manejo de la tensión elaborando un crescendo progresivo no sólo en cuanto a la cantidad de sonido, sino también a la tensión armónica que se va acumulando poco a poco mientras Perseo derrota al monstruo y estalla finalmente cuando, saltándose la parte de los siete hijos, el poema describe como los dos amantes ascienden al cielo estrellado y desarrolla la muy romántica escena de amor final.

En cada parte de la pieza encontramos gestos sugerentes, ya sean brillantes o tiernos, poderosos o amenazantes, inquietantes o heroicos, que nos dan idea de la flexibilidad de la autora y la riqueza de su lenguaje. Y les parecerá, seguramente, que su capacidad como orquestadora es también muy notable. En definitiva, una música muy grata para descubrir.

Eso es lo que debió de pensar también César Franck cuando ejerció como maestro de Holmès. Con él continuamos, haciendo referencia a sus Variaciones sinfónicas para piano y orquesta, obra de madurez compuesta en 1885, a sus sesenta y tres años. La carrera de Franck había sido irregular: algunos primeros años de niño y luego joven prodigio sometido a la disciplina de su padre, que guiaba su trabajo con mano de hierro pero, también es cierto, con notable habilidad para acercarlo a los mejores maestros y a los mejores escenarios; después los años oscuros que siguieron a su decisión de soltarse del yugo paterno, en los que sobrevivió como maestro de música y organista; finalmente, el éxito tardío pero suficientemente generoso, a pesar de las reticencias de algunos de sus coetáneos que desconfiaban de sus simpatías musicales no lo bastante puramente francesas.

Esta obra no es ajena a los motivos que inspiraron tales miradas un poco atravesadas. En efecto, sigue algunos de los postulados habituales en la música del autor y que provienen de su excelente conocimiento de la tradición romántica alemana desde Beethoven: resumiendo mucho, la idea de desarrollo cíclico, es decir, la preocupación por la arquitectura de la música y por conseguir que el conjunto de su estructura responda a las transformaciones de los temas principales, de forma que el oyente siga la historia de esos materiales musicales como si fueran personajes de una novela, que van evolucionando ante nuestros ojos (nuestros oídos, en realidad) a través de las diferentes peripecias que experimentan. De este modo se quiere obtener un equilibrio adecuado entre unidad y variedad que va siguiendo procesos de tensión y distensión regulados por el uso de la armonía.

Nuestro protagonista en este caso es un tema principal que vivirá una serie de aventuras que podemos llamar “variaciones” de una forma muy libre; no se trata por lo tanto de un tema con variaciones a la manera clásica (exposición del tema y una serie de variantes sucesivas y contrastantes), sino de una forma libre y especialmente compacta creada por Franck para la ocasión y que parece sintetizar en poco más de un cuarto de hora las diferentes partes de un concierto para piano y orquesta, acentuando así el carácter de unidad cíclica al que nos referíamos antes, tan importante en la concepción musical del compositor.

La presentación de la obra tiene una innegable similitud con el segundo movimiento del cuarto concierto de Beethoven: la agresividad de la orquesta alterna y contrasta con las intervenciones del piano, expresivo y calmado, que presenta el tema y parece solicitar serenidad. Una vez que conocemos ese tema suficientemente como para no perder el hilo de la unidad temática comienza la sección central, en la que se ubican propiamente las variaciones, pero no esperen encontrar claras divisiones entre ellas; más bien van transformándose una en otra hasta tal punto que, según cómo se mire, los estudiosos de la obra detectan entre seis y quince variaciones y no se ponen de acuerdo. Da igual; no se pongan a contar y disfruten de la imaginación de Franck para transformar, disfrazar, desmedrar y recomponer el tema sin perderlo de vista pero haciéndolo pasar por todas esas vicisitudes. Ése es, en definitiva, el propósito de cualquier obra en forma de variaciones: mostrar la creatividad del autor para inventarle aventuras a su tema y su habilidad para mantenerlo siempre reconocible dentro de sus cambios. Por otro lado, el adjetivo “sinfónicas” que llevan estas variaciones indica no sólo la presencia de la orquesta junto al piano, sino la importancia que en muchos momentos adquieren algunos instrumentos o secciones orquestales, aumentando así las posibilidades de variar el tema: distintos colores, distintos timbres, distintas expresiones.

La tercera parte equivale al finale virtuosístico de cualquier gran concierto para piano. El tema adquiere su forma más ligera y se despliega por el teclado y por la orquesta a gran velocidad y con toda la brillantez que requiere la conclusión.

Una pieza maestra de Franck, una de sus obras cumbre, que muestra lo más característico de su pensamiento musical en un concentrado breve pero muy intenso. Y la ocasión extraordinaria de escucharla de manos del maestro Achúcarro.

Y así llegamos al final del concierto y de la temporada; una segunda parte que nos ofrece los brillantes, variados, divertidos y magníficos Cuadros de una exposición de Modest Moussorgsky… y de Maurice Ravel, puesto que la orquestación de este último es tan espléndida que lo hace merecedor de figurar como co-autor y no sólo como orquestador. No fue el primero ni el único que orquestó la pieza. De hecho, su trabajo estimuló a otros a intentarlo, toda vez que durante bastantes años el director Sergei Koussevitzky tuvo la exclusiva de su interpretación y, hasta que expiraron sus derechos, hicieron falta otras orquestaciones para poner en escena la obra.

Pero vayamos al origen, que se encuentra en un artista polifacético: el pintor, pero también arquitecto y diseñador ruso Viktor Hartman (1834 – 1873), un creador poco ortodoxo pero muy imaginativo que lo mismo diseñaba edificios que decorados y vestuarios para ópera y ballet. Gran parte de su obra se ha perdido, quizá por lo poco sistemático de su modo de trabajar o por su muerte prematura con solo treinta y nueve años, que dejó su trabajo sin ordenar. Pero de lo que nos queda se desprende una personalidad artística muy original: precisión en el dibujo, sencillez en la expresión, escasa ampulosidad, delicadeza en el colorido… y un decidido afán por identificar un arte genuinamente ruso. En eta tarea coincidía con los creadores de todo tipo que en el siglo XIX intentaban dotar a Rusia de un lenguaje artístico propio, superando el dominio de la influencia francesa o italiana.

En esa tarea, en el campo de la música, se afanaba el poderoso puñado, más conocido como el Grupo de los Cinco, liderado por Mili Balakirev, siguiendo los pasos de Glinka y buscando en las raíces folclóricas o en los particulares ritmos y cadencias de la música religiosa ortodoxa la esencia de la música rusa. Así que el pintor se acercó a los músicos guiado por Vladimir Stasov, un crítico de arte afín a estos propósitos del nacionalismo artístico ruso.

Hartmann conoció al más problemático de los Cinco, Modest Moussorgsky, en San Petersburgo e inició inmediatamente con él una buena amistad. Moussorgsky, aquejado de un alcoholismo que también lo llevaría a la tumba demasiado pronto, encontró en Hartmann quizá un compañero para sus horas de taberna, pero sobre todo un amigo, cuya rápida pérdida lo afectó profundamente.

Tiempo después se realizó una exposición en homenaje al pintor y allí estuvo Moussorgsky, según su testimonio recordando con tristeza al amigo y admirando al artista. Y allí concibió esta obra, escrita originalmente para piano y que sufrió después de la muerte de su autor, una primera revisión por parte de otro de los Cinco, Nicolai Rimsky-Korsakov, que tenía la manía de ir terminando o mejorando las obras de sus compañeros de grupo. La intención era buena, puesto que Rimsky era un músico académicamente muy bien formado, el más competente de ellos en ese terreno, y quería contribuir a la difusión de aquellas obras en las mejores condiciones. El problema era que solía eliminar lo que él consideraba errores y despojaba así a las piezas de sus elementos más originales o avanzados, algo muy notorio en el caso de Moussorgsky, cuyo instinto le llevaba a desarrollos especialmente alejados de la ortodoxia. Eso ocurrió por ejemplo en el caso de su ópera Boris Godunov, revisada por Rimsky tras la muerte de su compañero para limpiarla de sus aspectos más extravagantes.

Pero regresemos a la exposición. La idea de la que parte Moussorgsky es muy original: describe musicalmente diez de los cuadros allí expuestos pero, para no limitarse a una suite de diez piezas desconectadas entre sí, crea un tema al que llama Promenade, paseo, y que se presenta en diferentes variaciones abriendo la obra y conectando un cuadro con otro. Así consigue varios efectos a la vez: por un lado, confiere unidad a la obra, ya que las temáticas de los cuadros escogidos son muy variadas; por otro, aporta un elemento más de música rusa, ya que se trata de una melodía inspirada en los ritmos irregulares de la música religiosa de la Iglesia ortodoxa, escrito originalmente en el compás de 11/4, que inmediatamente nos sitúa en el ambiente adecuado; finalmente, y creo que lo más importante, confiere a la obra un carácter de evocación personal teñido de emoción que no habría sido posible sólo con la descripción de los cuadros. En sus diferentes presentaciones, el paseo va tiñéndose de distintos estados de ánimo que representan la melancólica reflexión del autor en relación con los cuadros que va contemplando y con el recuerdo de su amigo. Así nos hace partícipes de una experiencia personal mucho más vívida que si sólo se nos presentasen las diferentes pinturas.

Sería imposible detenerse aquí en cada uno de los cuadros. Además de abusar de su paciencia, no sería útil porque no podrían estar leyendo mientras escuchan. Quedémonos con algunos títulos y elementos: el inquietante cascanueces en forma de gnomo; los animados juegos de niños en las Tullerías, el poético recuerdo de un canto de trovadores al pie del viejo castillo a cargo del saxofón, el paso pesado del bydlo, un carro de bueyes, representado por la tuba, los polluelos (que por cierto lo eran de canario en el diseño de Hartmann) bailando en sus cascarones (boceto de vestuario para un ballet), la cabaña sobre patas de gallina de la bruja Baba Yaga, personaje de los cuentos populares… entre otros. Y finalmente la espectacular Gran Puerta de Kiev, diseño nunca construido para un colosal edificio conmemorativo en esta ciudad cuyo nombre en estos días desgraciadamente asociamos a ideas mucho menos alegres. Aquí la orquestación de Ravel desborda de poderío y nos traslada a esta puerta de ensueño, reverbera con el sonido de las campanas y concluye la obra y la temporada del modo más grandioso.

Que disfruten tanto de este concierto como para echar de menos los próximos meses estas citas con nuestra orquesta y que nos veamos todos en unos meses gozando de nuevo de la música. ¡Hasta pronto!

Iñaki Moreno Navarro


Joaquín Achúcarro

Piano

Nacido en Bilbao, su victoria en el Concurso Internacional de Liverpool y las críticas entusiastas tras su debut con la London Symphony en el Royal Festival Hall, marcó el inicio de su carrera. Su ininterrumpida actividad concertística internacional le ha llevado a 61 países, actuando en salas como Berlin Philharmonie, Carnegie Hall, Avery Fisher Hall, Concertgebouw, Kennedy Center, Musikverein, Royal Albert Hall, Royal Festival Hall, Teatro Scala, Suntory Hall, Sydney Opera House, tanto en recitales como solista de orquestas como la Berlin Philharmonic, Chicago Symphony, New York Philharmonic, Los Angeles Philharmonic, La Scala de Milán, Sydney Symphony, London Philharmonic, BBC Symphony, National de France, Yomiuri, Tokyo Metropolitan Symphony, Tokyo Philharmonic, RIAS Berlin, y con todas las orquestas de España, junto a más de 400 directores como Abbado, Chailly, Davis, Mehta, Ozawa, Rattle, Van Zweden y Conlon.

Nombrado “Artist for Peace” por la Unesco en Paris, en reconocimiento a su “extraordinaria labor artística”. Es Accademico ad Honorem de la Accademia Chigiana de Siena (Italia). Medalla de Oro a las Bellas Artes, Premio Nacional de Música, y Gran Cruz del Mérito Civil. Académico honorario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Madrid. La International Astronomical Union (IAU) acordó nombrar al miniplanet 22191 con el nombre de “Achúcarro” en homenaje a su trayectoria universal.

Su DVD “Achúcarro plays Brahms” con el concierto nº 2 de Brahms, con la London Symphony y Sir Colin Davis (Opus Arte) recibió 5 estrellas en toda Europa y saltó al número uno en la lista de Bestsellers de Amazon. Poco después, Euroarts publicó el DVD “FALLA and FRIENDS” con “Las Noches en los Jardines de España” junto a la Filarmónica de Berlín y Sir Simon Rattle, grabado en Berlín, recibido también con entusiasmo por crítica y público. A petición del compositor, Achúcarro revisó y grabó para SONY su versión del Concierto de Joaquín Rodrigo con la Orquesta de Valencia y Manuel Galduf. Asimismo, SONY ha reeditado sus famosas Goyescas y Las Noches de Falla con la London Symphony y Eduardo Mata. En 2019 SONY JAPAN publicó un doble CD con toda la música española grabada por Achúcarro para ellos. Además, ha grabado con RCA, BMG, Claves, Ensayo, Dolce Volta, Master of Arts y Etnos recibiendo premios por sus grabaciones de Ravel, Falla, Granados, Brahms, Schumann, Schubert, Chopin, Beethoven, Debussy, Bartók, Rachmaninoff, Scriabin, Turina y Hermann. Desde Agosto 1989 tiene la Cátedra de piano J.E.Tate de la SMU de Dallas, combinando sus períodos de enseñanza con su agenda de conciertos. En 2008, un grupo de personalidades e instituciones de Dallas creó la” JOAQUÍN ACHÚCARRO FOUNDATION “para perpetuar su legado artístico y docente” y ayudar a pianistas alumnos suyos, en el comienzo de sus carreras.

Durante 2021 y 2022, ha ofrecido recitales en Madrid (Ciclo Scherzo y en el Teatro de la Zarzuela), Filarmónica de Bilbao (75 aniversario de su debut) y en los Festivales de Verbier, Santander, Torroella y Montblanch, así como conciertos con orquesta en San Sebastián, Bilbao y Murcia. Recientemente tocó un recital en Chicago con excelentes críticas, para la Universidad Autónoma en el Auditorio Nacional y en Jerez. En Julio viajará a Japón para dar varios conciertos con orquesta y recitales en diversas ciudades. Al regresar tocará en el Festival de Úbeda, Zaragoza, Torroella, Almería y Pamplona.

Giancarlo Guerrero

Director

Giancarlo Guerrero es un director de orquesta seis veces ganador de un GRAMMY®, Director Musical de la Sinfónica de Nashville y de la NFM Wrocław Philharmonic. Guerrero ha sido elogiado por su "carismática dirección y atención al detalle" (Seattle Times) en "actuaciones visceralmente poderosas" (Boston Globe) que son "a la vez vigorosas, apasionadas y matizadas" (BachTrack).

A través de encargos, grabaciones y estrenos mundiales, Guerrero ha defendido las obras de destacados compositores americanos, presentando once estrenos mundiales y quince grabaciones de música americana con la Sinfónica de Nashville, incluyendo obras de Michael Daugherty, Terry Riley y Jonathan Leshnoff.

Como parte de su compromiso con el estímulo de la música contemporánea, Guerrero, junto con el compositor Aaron Jay Kernis, lideró la creación del Laboratorio y Taller de Composición de la Sinfónica de Nashville, de carácter bianual, para compositores jóvenes y emergentes.

En la temporada 2021-22 ha debutado con la Sinfónica de San Francisco, donde a dirigido a Timothy McAllister en el estreno mundial de Triatlón para saxofón y orquesta de John Corigliano, y volverá a dirigir a la Orquestra Sinfônica do Estado de São Paulo y la Chicago Symphony Orchestra.

Aunque en la temporada 2020-21 los conciertos se cancelaron en gran parte debido a la pandemia de coronavirus, incluida la temporada de la Sinfónica de Nashville y las apariciones con la Deutsches Symphonie-Orchester Berlin, la Sinfónica de Bamberg, la Orquesta de la Ópera y los Museos de Frankfurt y la Sinfónica de Nueva Zelanda, Guerrero actuó en conciertos virtuales con las Sinfónicas de Houston y Boston. En el invierno de 2020, regresó a Europa para interpretar Beethoven con la Orquesta Gulbenkian y dirigir la NFM Wrocław Philharmonic en ocho programas diferentes, incluida una sesión de grabación con el violinista Bomsori Kim. Su álbum, que encabezó las listas de Billboard, Bomsori: Violin on Stage, para Deutsche Grammophon se publicó en junio de 2021.

El maestro Guerrero ha actuado con destacadas orquestas norteamericanas, ha trabajado en las últimas temporadas con la Sinfónica de la Radio de Frankfurt, la Filarmónica de Bruselas, la Filarmónica de la Radio Alemana, la Orchestre Philharmonique de Radio France, la Filarmónica de los Países Bajos, la Residentie Orkest, la NDR de Hannover, la Orquesta Sinfónica de Galicia y la Orquesta Filarmónica de Londres, así como la Orquesta Sinfónica de Queensland y la Orquesta Sinfónica de Sydney en Australia. Guerrero fue honrado como el orador principal en la conferencia de la League of American Orchestras 2019.

El maestro Guerrero fue anteriormente director invitado principal de la Orquesta Gulbenkian en Lisboa y The Cleveland Orchestra Miami Residency, director musical de la Eugene Symphony y director asociado de la Minnesota Orchestra.

Nacido en Nicaragua, Guerrero emigró durante su infancia a Costa Rica, donde se unió a la sinfonía juvenil local. Estudió percusión y dirección de orquesta en la Universidad de Baylor en Texas y obtuvo su máster en Dirección de Orquesta en Northwestern.

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