Conciertos

BOS 02

La pastoral | Abono de Iniciación | Lur Kanta


Palacio Euskalduna .   19:30 h.

Erik Nielsen, director

Samy Moussa (1984): A globe itself infolding, para órgano y orquesta*

Ludwig van Beethoven (1770 – 1827): Concierto nº 3 para Piano y Orquesta en do menor Op. 37
I. Allegro con brio
II. Largo
III. Rondo: Allegro

Andrew von Oeyen, piano

Ludwig van Beethoven (1770 – 1827): Sinfonía nº 6 en Fa Mayor Op. 68 Pastoral

I. Allegro ma non troppo (Despertar de las alegres impresiones que se sienten al llegar al campo)
II. Andante molto moto (Escena al borde del arroyo)
III. Allegro (Alegre reunión de campesinos)
IV. Allegro (Tormenta, tempestad)
V. Allegretto (Canto de los pastores. Acción de gracias después de la tormenta)

*Estreno en España

 

 

FECHAS

  • 11 de octubre de 2018       Palacio Euskalduna       19:30 h. Comprar Entradas
  • 12 de octubre de 2018       Palacio Euskalduna       19:30 h. Comprar Entradas

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La Pastoral

Era obligado comenzar nuestro diálogo entre música y naturaleza con la Sexta de Beethoven. El autor de Bonn rinde tributo con una sinfonía genial a todo lo que la naturaleza le había dado en sus interminables paseos por los bosques de Viena. Sus “recuerdos de la vida campestre” se acompañan con el tercero de sus conciertos de piano, el despertar del romanticismo, y por una espectacular pieza para órgano y orquesta del canadiense Samy Moussa, escrita en 2014 y en la que podemos sentir la música inflarse y desinflarse casi físicamente.

De colores y de luz

Difícilmente explicable, aunque real, es la capacidad que tiene la música de provocar en nosotros imágenes de índole visual; tal vez por esto, los comentarios en torno a ella están plagados de referencias de esta clase. Desde luego, y para disfrute de la audiencia, el programa de hoy rebosa evocaciones al color y a la luz.

Para comenzar, y en un progresivo alumbramiento, el magnífico órgano sinfónico del Palacio Euskalduna sembrará de colores la obra A Globe Itself Infolding, encargo de la Orquesta Sinfónica de Montreal para la inauguración del órgano bautizado con el nombre de Pierre Béique, quien fuera uno de los principales promotores de la Sociedad de Conciertos Sinfónicos de la ciudad, de la que derivó la propia orquesta. El autor de la composición, Samy Moussa (Montreal, 1984), admite que escribir una pieza corta para órgano y orquesta constituye un verdadero reto, incluso aunque la cuestión del equilibrio entre solista y masa orquestal no es prioritaria en esta partitura, como podría serlo en un aria operística o en un concierto. Moussa resuelve el desafío haciendo uso de una paradoja apuntada ya en el título -un abrazo imposible del mundo a sí mismo-, inspirado tanto en el pensamiento creativo de William Blake como en el Tanakh. En el inicio de la composición el órgano es tratado como una entidad independiente hasta que, tras una corta cadencia, se va integrando progresivamente en el tejido orquestal, quedando fundido con este hasta el fin. La intención es doble y atrayente en su contradictoria ambigüedad: por un lado, Moussa pretende que un instrumento grandioso como el órgano ponga en marcha toda la pulsión que la obra contiene y, al mismo tiempo, quiere que si intentamos analizar su paleta de colores nos enfrentemos a una duda: ¿está el sonido del órgano entreverado indisociablemente con los timbres de la orquesta o es la orquesta la que, envolviéndolo -rodeándolo en un abrazo-, colorea la voz del órgano? Estrenada el 27 de mayo de 2014 en la Maison symphonique de Montreal, A Globe Itself Infolding se escucha por primera vez en España.

Otro estreno, el del Concierto para piano nº 3 en do menor Op 37 de Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770-Viena, 1827), mantuvo la tensión hasta el último momento de aquel 5 de abril de 1803 en el Theater an der Wien -teatro en el que vivía su promotor y dueño, el libretista y primer Papageno de La flauta mágica, Emanuel Schikaneder. La causa de la agitación de ese día no fue la comprensible y admitida de una première, sino el hecho de que la partitura estaba incompleta (travesuras de genios). Sin embargo, esto no supuso inconveniente alguno para Beethoven -a la sazón, solista en el estreno- ya que, según testimonio de los presentes, aún sin haber volcado el total de las notas sobre el papel, las proyectaba directamente de su cabeza a sus manos (y tanto que genio).

El concierto fue publicado en Viena 1804 y dedicado al príncipe Luis Fernando de Prusia, cuya ferviente admiración por Beethoven gozaba de cierta reciprocidad ya que el compositor valoraba su formación musical y se la reconoció en alguna ocasión con estas palabras: “No tocáis como un príncipe, sino como un auténtico músico”.

Elaborado a fuego lento, su composición se extendió entre 1800 y 1802, paralelamente a la creación de la Segunda Sinfonía, lo que propició algún comentario característico de la época romántica que señalaba al concierto como el “hermano oscuro” de una “sinfonía clara” y a ambos como la “metáfora artística de doble rostro” de un periodo sombrío en la vida de Beethoven, cuando su mala salud deterioraba su oído como un “demonio envidioso” y le provocaba frecuentes trastornos digestivos. El compositor lo relataba así en una carta fechada el 29 de junio de 1801 y dirigida al médico Wegeler, querido amigo de sus años en Bonn: “Debo confesar que arrastro una existencia lamentable. Hace casi dos años que he dejado de asistir a ninguna reunión social porque, sencillamente, me resulta imposible decir a la gente: ‘estoy sordo’”.

Lo cierto es que, al margen de los comentarios de carácter visual acerca de la dualidad lumínica en la música beethoveniana, este concierto es la única composición orquestal con solista que Beethoven escribió en tonalidad menor, lo cual, sumado a su intención dramática, da testimonio del nuevo camino que estaba explorando el músico por aquellos años, aventura sin precedentes que abrió las compuertas a la torrencial corriente romántica.

Pero Beethoven, además de un referente primordial para tantos compositores, fue un hombre cuya actitud vital puede ser ejemplo para muchas personas ya que, incluso en los momentos de crisis aguda en que la enfermedad se cebaba con él y su inamovible estatus social -impermeable al éxito artístico- le alejaba de la fortuna amorosa, manifestaba pensamientos como este: “Agarraré al Destino por el cuello; no ha de aplastarme por completo”. Y esta inconformidad con su propio sino perverso, esta búsqueda de la alegría vital que le hacía exclamar “¡qué delicioso sería vivir mil vidas!”, conduce su pluma desde el do menor del Allegro con brio, oscuro y enérgico en su insistencia, hasta el Rondó final que, pleno de frescura, va aclarando el panorama y guiando nuestra escucha hasta el resplandeciente y rotundo Do Mayor. Pero donde el milagro de la música se transforma en luz diáfana es en el excepcional Largo, cuando el refinamiento en la escritura y la inspiración alcanzan una verdadera cumbre musical.

A decir de sus biógrafos, una de las mayores fuentes de bienestar y satisfacción para Beethoven era el contacto con la Naturaleza y ese placer que él sentía cuando se sumergía en ella es el que produce su idílica Sexta Sinfonía en Fa Mayor Op 68. La Pastoral está dedicada al príncipe Lobkowitz y al conde Razumovsky, dos de los valedores de Beethoven entre la sociedad vienesa. Fue estrenada en Viena el 22 de diciembre de 1808 y publicada en Leipzig en 1809, lo que da cuenta del valor editorial que tenían las obras del compositor en una época en que no todos sus colegas, algunos también destacados, gozaban de una consideración ni por asomo parecida (un caso sangrante es el de Schubert). En la carta a Wegeler mencionada anteriormente, Beethoven había escrito: “Para cada composición puedo contar con seis o siete editores, o aun más, si lo deseo; la gente ya no llega a un acuerdo conmigo. Yo fijo el precio y ellos pagan”. Al igual que el Tercer Concierto, esta sinfonía fue estrenada en el Theater an der Wien, en una velada que tampoco careció de tensiones, en esta ocasión a cuenta de ciertas desavenencias con algunos intérpretes, la falta de ensayos y el frío reinante en la sala que calentaba los ánimos del público. Ya entonces el polifacético Hoffmann se preguntaba: “Esta sinfonía contiene un cuadro de vida campestre. ¿Un cuadro? ¿Pero es posible pintar la música?”. La respuesta la da Berlioz, rendido seguidor de Beethoven, afirmando que la obra es “un admirable paisaje que parece haber sido compuesto por Poussin y dibujado por Miguel Ángel”. Beethoven, por su parte, dejó claro que su intención era expresar “más emoción que descripción y más evocación de sentimientos que pintura” porque, para él, “se puede con razón llamar a la Naturaleza ‘escuela del corazón’. Ella es, en efecto, quien nos enseña con evidencia los deberes del hombre para con Dios y el prójimo”. Y así comienza dibujando el Despertar de alegres sentimientos al llegar al campo, con el trazo fresco y sereno de unos temas amables que evolucionan en un contexto sonoro confortable y de poca tensión armónica y con unas notas pedales sostenedoras del discurso, firme y bucólico, que nos hace gozar la encantadora rusticidad de la Madre Naturaleza.

Puede que, para escribir Escena junto al arroyo, Beethoven hiciera algo de lo que no dudaba Berlioz: “ tumbarse sobre el verde césped, mirando al cielo, escuchando el viento, fascinado por los mil reflejos de la luz en las ondas del arroyo al romperse contra los guijarros de la orilla”, porque la utilización recurrente de una idea sencilla, el refinamiento de la cuerda y el sabor agreste y sutil de las maderas convierten el aroma de la hierba sobre la que se tumbó Beethoven en una imagen sonora de idílica placidez. Tras esta inmersión en el sueño de Natura, el ritmo se aligera y la danza se adueña del conjunto orquestal, haciendo brincar los colores de todos los instrumentos e invitándonos a disfrutar el ambiente festivo de una Alegre reunión de campesinos. Pero la Naturaleza tiene también un lado salvaje que Beethoven nos trae con la Tormenta, movimiento de una orquestación innovadora en su tiempo, con unos efectos especiales que enfrentan las cinco semicorcheas por cada pulso que emiten los violoncellos, contra las cuatro de los contrabajos, sumando a esta oscura fricción la tensión acústica de una flauta piccolo (incorporada por primera vez a la plantilla junto a los trombones) que, en la cumbre extrema de un espacio sonoro lleno de notas cromáticas, evoca el poderío de la tempestad cuando ruge.

Pero queda escrito que Beethoven aspiró siempre a la dicha y, en esta coherencia, concluye la obra con un “canto a la felicidad de los campos, la espléndida serenidad del cielo y la rica vestidura de la tierra”, todo ello recogido en el Canto de los pastores y acción de gracias después de la tormenta, que pone un broche de luz sonora a este regalo para los oídos y para el alma. Disfruten.

Mercedes Albaina

 

ANDREW VON OEYEN – Piano

Aclamado en todo el mundo por sus elegantes e intensas interpretaciones, su arte equilibrado y brillante técnica, Andrew von Oeyen se ha convertido en uno de los pianistas más cautivadores de su generación.

 

Desde su debut a los 16 años con Los Angeles Philharmonic y Esa-Pekka Salonen, ha destacado con un variado repertorio con orquestas sinfónicas de todo el mundo. En 2009, actuó en el Capitolio de los Estados Unidos con la National Symphony en «A Capitol Fourth», con una audiencia millonaria mundial gracias a la transmisión en vivo de la PBS.

Ha actuado en recitales en importantes salas de conciertos y festivales de América del Norte, Europa y Asia. Entre los más recientes destacan su debut en Viena, en el Wiener Konzerthaus, interpretando Age of Anxiety de Leonard Bernstein y su regreso a la Royal Opera House de Mascate para la Gala de Fin de Año del Sultanato de Omán.

Andrew von Oeyen es artista en exclusiva de Warner Classics. Su álbum debut con dicha compañía fue lanzado en 2017 y recibió la aclamación de la crítica.

Nacido en los Estados Unidos, comenzó sus estudios de piano a los 5 años y debutó con orquesta con tan solo 10 años. Ex alumno de la Universidad de Columbia y de la Juilliard School, ganó el Premio Gilmore Young Artist en 1999 y el Concurso Nacional de Piano de la Fundación Leni Fe Bland en 2001.

ERIK NIELSEN – Director

Erik Nielsen es el Director Titular de la Bilbao Orkestra Sinfonikoa desde septiembre de 2015.

Desde la temporada 2016-17, ocupa también el cargo de Director Musical del Teatro de Basilea.

Erik Nielsen, estudió dirección en el Instituto Curtis de Música de Filadelfia, y se graduó con doble especialización en oboe y arpa en la Juilliard School de Nueva York.

Fue miembro de la Academia de la Orquesta Filarmónica de Berlín, en la que tocó el arpa.

En septiembre de 2009, obtuvo el premio de dirección y la beca que concede la Fundación Solti en los Estados Unidos.

Ha interpretado un amplio repertorio operístico , con entidades como la Ópera de Fráncfort, la English National Opera , la Boston Lyric Opera, Metropolitan Opera de Nueva York, la Ópera de Roma, la Semper Oper de Dresde, el Festival de Ópera Hedeland , la Deerik nielsenutsche Oper Berlín, el Teatro Nacional de Sao Carlos , el Teatro de la Ópera de Malmo, el Teatro de la Ópera de Zúrich, el Festival Bregenz, el Teatro de los Campos Elíseos en París, ABAO, la Ópera Nacional de Hungría, y la Ópera Nacional de Gales.

En el campo orquestal, ha dirigido a la New World Symphony, Orquesta de Cámara de Ginebra, las orquestas sinfónicas de la radio de Fráncfort y Stuttgart, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, la Orquesta Sinfónica Portuguesa de Lisboa, la Filarmónica de Estrasburgo, la Filarmónica de Luxemburgo, la Filarmónica de Westfalia del Sur, el Ensemble Modern, y la Northern Sinfonia del Reino Unido, entre otras.

 

 

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I. Allegro
II. Adagio
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