Conciertos

BOS 03

Abono temático "Zorionak Beethoven!"


Palacio Euskalduna.   19:30 h.

El concierto para violín de Beethoven

Pablo González, director.
Clara-Jumi Kang, violín.


LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770 – 1827)

Concierto para Violín y Orquesta en Re Mayor Op. 61

I. Allegro ma non troppo
II. Larghetto. (Attacca)
III. Rondo. Allegro

Clara-Jumi Kang, violín.

Sinfonía nº 4 en Si bemol Mayor Op. 60

I. Adagio – Allegro vivace
II. Adagio
III. Allegro vivace – Trio (Un poco meno allegro)
IV. Allegro ma non troppo

 

Dur: 60’ (aprox.)

FECHAS

  • 05 de noviembre de 2020       Palacio Euskalduna      12:00 h.
  • 05 de noviembre de 2020       Palacio Euskalduna      19:30 h.
  • 06 de noviembre de 2020       Palacio Euskalduna      19:30 h. Comprar Entradas

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Beethoven: la crisálida que añoraba ser gusano

1806 estaba llamado a ser el año definitivo. El de la consagración. La gente en Viena a la que le gustaba esto de la música había sido testigo en 1805 del estreno de la Tercera Sinfonía de un tal Louis van Beethoven.

Y allí se había montado un circo de dimensiones colosales. Todo el mundo se lo pasó fenomenal: unos aullando y clamando el fin del mundo; otros cayendo de rodillas y alabando al mesías recién desperezado. Una Sacre du printemps con un siglo de adelanto.

Beethoven (1770-1827) ya avanzaba desde hacía una década con paso firme por el camino de la profesión. Había compuesto obras en todos los géneros –sonatas para piano, cuartetos, sinfonías, una ópera…-, y en casi todos ellos había pasado holgadamente el listón del aplauso y del reconocimiento. Los tironcitos de oreja que inevitablemente recibía en cada crítica publicada se enmarcaban en el cariño y en las grandes expectativas. “Genial, chaval, sigue por ahí. Pero estate atento a este detallito y a este otro; que seguro que se te han escapado, pero que aquí estamos todo el mundo para ayudarte a que los veas. Oye, pero que nada, eh, que hay que ver qué talento tienes! Lo único, ojo al puntillo destroyer ese, no vayas a pintar fuera de las líneas”.

Beethoven respiró profundamente un par de veces, cogió los lápices de colores, y pintó muy pero que muy fuera de las líneas. Y le quedó un dibujo muy raro, y muy grande; de más de 50 minutos. Era su Tercera Sinfonía. En las dos primeras se había portado todo formal.

Ya está, otro que se nos ha torcido, pensó a bote pronto una gran parte del auditorio. Y sin embargo aquí y allá había gente la mar de contenta. Casi todos ellos aficionados –y aficionadas- ya previamente fogueados en las armonías improvisadas del joven Ludwig en los salones privados.

El debate estaba abierto. Cuando una fracción de los conocedores dice que algo es fantástico mientras que la otra sostiene que esto es una tomadura de pelo, el resto de nosotros nos quedamos sin saber muy bien qué opinión potenciar dentro de nuestro juicio. Y sabemos por experiencia que una vez que hayamos tomado una dirección, nos va a costar rectificarnos a nosotros mismos. Así que nos andamos con cuidado y no nos apresuramos en tomar partido.

Todo el mundo aguantó la respiración.

Durante un año entero.

Hasta finales de 1806, pongamos hasta mediados de 1807.

A ver con qué nos salía Beethoven.

Y Beethoven salió en una docena de direcciones diferentes. Solo que entonces no lo supimos. En su pensamiento –y en sus cuadernos de notas- la Quinta Sinfonía estaba ya muy avanzada. Y la Sexta. Obras dignas del elegido que había venido a transfigurar el curso de la música occidental. La Quinta terminó de recorrer el heroico camino sin retorno que había avanzado la Tercera. San Juan Bautista y Jesús.

Pero había un detallito que abollaba un poco el relato. Si tras la Tercera Sinfonía nada era posible sino la Quinta. ¿Qué hace por ahí suelta una Cuarta? Y, sobre todo ¿qué perfil tenía esa Cuarta? Justo a mitad del heroico camino sin retorno, queremos suponer.

Pues no. La Cuarta Sinfonía op. 60 de Beethoven era claramente una hermana, un poco más traviesa, de la Primera y la Segunda.

La inevitable senda hacia la grandiosidad resultó ser evitable. Juan Bautista, Jesús, y uno de sus colegas de Nazareth que, por esos meses, se metió a inspector de hacienda romano, o a fariseo.

La Cuarta quizá fue un pequeño desfallecimiento. Quizá un excusable momento de tribulación reaccionaria antes de coger el impulso definitivo. Quizá un poco de vértigo en el teleférico al Olimpo. No es broma. Así lo contaron a las generaciones posteriores, una vez que quedó claro que Beethoven era divino. La Cuarta era algo que no tendría que haber pasado. Lo mejor que podíamos hacer por Beethoven era mirar para otro lado e ignorarla, como manda la cortesía.

Pamplinas.

Si Beethoven no hubiera querido y adorado su Cuarta Sinfonía, nada le habría impedido repudiarla llegado el momento de su gloria; cosa que por cierto hizo con bastantes piezas. En realidad no solo no la repudió, sino que la duplicó: la Octava. El camino al éxtasis, que está lleno de curvas. Y la Missa Solemnis, y un tozudo montón de obras menos conocidas e igualmente poco beethovenianas.

Demos un pequeño salto hasta 1927. En todo el planeta Tierra se estaba celebrando el centenario de la muerte de Beethoven. El celebérrimo director de orquesa Sir Henry Wood respondió a la llamada de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. Subió al podio y descubrió asombrado:

Demos un pequeño salto hasta 1927. En todo el planeta Tierra se estaba celebrando el centenario de la muerte de Beethoven. El celebérrimo director de orquesa Sir Henry Wood respondió a la llamada de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. Subió al podio y descubrió asombrado:

“Piensen en una obra tan atractiva como la Cuarta siendo casi completamente ignorada. Y digo ‘casi’ porque parece ser que algunos directores llegaron hasta el extremo de ensayarla. Pero en el momento de la verdad les faltaba valor, y se dejaban caer hacia la Quinta”.

Imagínense la escena. Un director famoso que se planta delante de una orquesta famosa. Y que, según avanza el ensayo, va descubriendo una miriada de pequeños errores repartidos por las familias instrumentales. Algo completamente inusual. Profesores, ¿sucede algo? Perdone Maestro, pero es que no conocemos la obra. ¡Vamos a ver, qué es esto de que no conocen Uds. la Cuarta de Beethoven! El pobre Sir Henry estaría barruntando a toda prisa sobre todas las opciones: algún tipo de tomadura de pelo, una novatada, una bromita privada que se le estaba escapando… Por supuesto quedaba descartado el que no conocieran la obra. Cruzaría una mirada con el concertino cargada de significado. Vale, no lo pillo pero seguro que ha sido muy gracioso. ¿Podemos seguir en paz con el ensayo? De verdad, Maestro, que nunca la hemos tocado en público.

Nunca sabremos cuál fue el principal sentimiento que inundó en ese momento a Wood, si el alivio por no haber sido el objeto de una broma, o la consternación por ver cómo una de las grandes orquestas mundiales no conocía una sinfonía de Beethoven.

Y volvamos ahora a 1806. Y miremos alrededor en busca de las obras que acompañaron la composición de la Cuarta. Media docena de maravillas que formaron un abanico con todas las estéticas posibles: el Cuarto Concierto para piano op. 58, la segunda versión de su ópera Leonora –a partir de ahora ya conocida como Fidelio-, algunos cuartetos, los primeros esbozos de la Obertura Coriolano y, como una muestra de amistad, el Concierto para Violín op. 61.

Franz Joseph Clement (1780-1842) fue otro niño prodigio en una Viena llena a rebosar de niños prodigio. Violinista, compositor y concertino del Theater an der Wien, pronto se convirtió en uno de los valedores de Beethoven en las complejas aguas de la programación y selección de repertorios. Ludwig, como había hecho Mozart en innumerables ocasiones, correspondió con una obra para Clement. El que debería haber sido el primero de varios conciertos para violín, y que acabó siendo el único en esta sección del catálogo beethoveniano.

El cargo de Clement llevaba aparejado, como un tipo estandarizado de pago en especie, la posibilidad de organizar un concierto anual en el teatro a beneficio del artista. Un tipo de concierto muy común en las ciudades europeas desde Haydn hasta casi Mahler. El formato respondía a lo que se podía esperar: obras virtuosas, estrenos locales, colaboraciones desinteresadas de artistas amiguetes… Una velada donde pasárselo bien y donde poder exhibir el propio talento en buena compañía. En el concierto de 1805, Clement había tocado una obrilla, muy aplaudida, con el violín colocado al revés, y -suponemos que con el violín ya agarrado como mandan los cánones- volvió a salir a escena para interpretar una pieza de su composición: su Primer Concierto para violín en Re mayor. De nuevo muy aplaudida, y con razón. Búsquenla en youtube y descubrirán una música digna de ser recuperada.

En su siguiente concierto a beneficio del artista, veinte meses más tarde (el 23 de diciembre de 1806), Clement interpretó, con la tinta aún fresca, otro Concierto para Violín en Re mayor: en esta ocasión el compuesto por Beethoven. Aparentemente gustó, pero hasta que no transcurrió medio siglo no terminó de entrar en el canon. El público y la crítica comenzaron a abrir el limbo para él. Tenían que decidir, sin prisa, si la aparente vuelta al redil clásico era cierta o no, permanente o fugaz. En suma, si el hecho de que Beethoven hubiese recuperado un estilo anterior era una buena o una mala noticia.

En una cosa parecía estar todo el mundo de acuerdo: en que hacía falta tiempo y muchas opiniones para dilucidar las varias y divergentes propuestas del Beethoven maduro. Un crítico en Kassel escribió al respecto de la Cuarta:

“Que este compositor sigue un camino individual en sus obras ha quedado de nuevo de manifiesto. Exactamente en qué medida este es el camino correcto, y no una desviación, ha de ser decidido por otros. Para mí el gran maestro se presenta aquí, al igual que en varios de sus trabajos recientes, excesivamente extravagante y, por tanto, incluso para los amantes conocedores del arte, fácilmente incomprensible y excesivo”.

Finalmente llegó 1807, y 1808. Y llegaron la Quinta y la Sexta. Y la Novena, y el Quinto Concierto para piano. La Europa de la siguiente generación decidió finalmente qué Beethoven quería: el héroe.

Ha sido un largo y placentero proceso ir recuperando y queriendo al resto de sus perfiles. Esta noche –dos siglos más tarde- lo escucharemos con una inocencia recobrada. Una música fantástica.

Joseba Berrocal


Clara-Jumi Kang.

Violín

Artista de impecable elegancia y equilibrio, ha forjado una carrera internacional actuando con las principales orquestas y directores de Asia y Europa. Ganadora del Concurso Internacional de Violín de Indianápolis 2010, le han sido otorgados otros galardones como los primeros premios en el Concurso de violín de Seúl (2009) y el Concurso de violín Sendai (2010).

Después de haber debutado a la edad de cinco años con la Orquesta Sinfónica de Hamburgo, Kang ha actuado con orquestas europeas de primer nivel como la Leipzig Gewandhaus, Orquesta de Cámara de Colonia, Kremerata Baltica, Filarmónica de Rotterdam, Orquesta Nacional de Bélgica y Orquesta de la Suisse Romande.

En los Estados Unidos ha actuado con las orquestas sinfónicas de Atlanta, New Jersey e Indianapolis, así como con la Mariinsky Orchestra, NHK Symphony Orchestra, Tokyo Metropolitan Symphony Orchestra, New Japan Philharmonic, Hong Kong Sinfonietta, NCPA Beijing Orchestra, Macao Philharmonic y Taipei Symphony.

Figura muy valorada en Corea, donde regresa anualmente para giras, Clara-Jumi Kang ha tocado con todas las principales orquestas de su país. En 2012 fue seleccionada por el importante periódico coreano Dong-A Times como una de las “100 personas más prometedoras e influyentes de Corea”, y fue distinguida con el Daewon Music Award 2012 por sus sobresalientes logros internacionales, además de ser nombrada Músico del Año de Kumho en 2015.

Ha colaborado con directores de la talla de Valery Gergiev, Vladimir Fedoseyev, Andrey Boreyko, Christoph Poppen, Vladimir Spivakov, Yuri Temirkanov, Gidon Kremer, Gilbert Varga, Lü Jia, Myun-Whun Chung, Heinz Holliger y Kazuki Yamada, entre otros.


Pablo López.

Director

Ha sido Director Titular de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya, Director Principal Invitado de la Orquesta Ciudad de Granada y Director Asistente de la London Symphony Orchestra. En la actualidad es Director Titular de la Orquesta Sinfónica de Radio y Televisión Española y Asesor Artístico de la Orquesta y el Coro RTVE.

Entre sus recientes y próximos compromisos destacan actuaciones con la Royal Philharmonic Orchestra, Sinfónica de Birmingham, The Hallé, Filarmónica de Helsinki, Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, Konzerthausorchester Berlin, Orquesta de la Radio de Frankfurt, Filarmónica de Dresde, Gürzenich-Orchester Köln, Deutsche Radio Philharmonie Saarbrücken Kaiserslautern, Filarmónica de Estrasburgo, Orchestre National d’Ille de France, Sinfónica de Stavanger, Residentie Orkest, Filarmónica de Lieja, Orchestra della Svizzera Italiana, Orquesta Sinfónica Nacional de México, Filarmónica de Buenos Aires etc. En España mantiene una estrecha relación con las orquestas sinfónicas españolas.

Como director de ópera, destaca la dirección de Don Giovanni y L’elisir d’amore en dos exitosos Glyndebourne Tours, Carmen (Quincena Musical de San Sebastián), Una voce in off, La voix humaine, Die Zauberflöte, Daphne y Rienzi en el Gran Teatre del Liceu (Barcelona), Tosca y Madama Butterfly (Ópera de Oviedo).

Ha colaborado con solistas como Maxim Vengerov, Nikolai Lugansky, Javier Perianes, Khatia Buniatishvili, Beatrice Rana,  Renaud Capuçon, Gautier Capuçon, Sol Gabetta, Anne-Sophie Mutter, Isabelle Faust, Frank Peter Zimmermann, Arcadi Volodos, Viktoria Mullova, Johannes Moser, Truls Mork y Viviane Hagner.

Entre sus grabaciones discográficas, destaca el monográfico de Enrique Granados en tres volúmenes así como un CD con las suites de Carmen y L’Arlesienne, de Bizet, con la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya para el sello Naxos. Pablo González goza de una colaboración continua con la Deutsche Radio Philharmonie Saarbrücken Kaiserslautern (DRP) con quienes grabará próximamente un CD con música de Emanuel Moor; su grabación de Schumann con Lena Neudauer ha sido galardonada con el prestigioso “International Classical Music Award”.

Nacido en Oviedo, Pablo González estudió en Guildhall School of Music & Drama (Londres). Actualmente reside en la ciudad de Oviedo.

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