Conciertos

Dos almas rusas


Palacio Euskalduna.   19:30 h.

Pablo González, director.
Fumiaki Miura, violín.


I

DMITRI SHOSTAKOVICH (1906 – 1975)

Concierto nº 2 para violín y orquesta en do sostenido menor Op. 129

II. Moderato
II. Adagio (attacca)
III. Adagio – Allegro

Fumiaki Miura, violín.

II

SERGEI RACHMANINOV (1873 – 1943)

Danzas Sinfónicas Op. 45

I. Non allegro
II. Andante con moto (Tempo di Valse)
III. Lento assai – Allegro vivace

FECHAS

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Dos almas rusas

El recorrido vital de Sergei Rachmaninov y Dmitri Shostakovich está desplazado por un período de poco más de treinta años. Los dos fueron contribuyentes fundamentales del riquísimo y colorido patrimonio musical ruso que, en su acervo popular, cuenta desde hace siglos con un copioso repertorio de conmovedoras y poéticas melodías tradicionales, diferenciadas por regiones, y un bellísimo corpus de piezas vocales procedente de fuentes bizantinas y orientales y asociado a la liturgia ortodoxa. La inspiración de ambos alimentó esa entelequia tan difusa como atractiva a la que en ocasiones llamamos ‘alma rusa’.

Uno y otro manifestaron una capacidad excepcional para volcar en sus pentagramas sus alegrías, sus anhelos, su inmensa sensibilidad y su don innato y descomunal para la música. Pero también la agitación provocada por sus miedos: a la incomprensión, al fracaso, a la sinrazón que tantas veces ostenta el poder… La vida interior de los dos se hace sonora en sus partituras. “La música nace del corazón: es amor” decía Rachmaninov. Por su parte, y en su afán por comunicar a otros los sentimientos y convicciones que latían cosidas a su catálogo, Shostakovich afirmaba esto con rotundidad: “Siempre trato de hacerme entender lo más ampliamente posible y si no lo logro, lo considero mi propia culpa.”

Ambos fueron víctimas -dos más entre millones- de los totalitarismos que con demasiada frecuencia ensucian, contaminándola, la convivencia social. De los dos, Rachmaninov representa aquí al grupo de exiliados, ya que fue uno de los muchos que formaron parte de comunidades artísticas enteras -músicos, escritores, pintores…- que desde ciudades emblemáticas como París, Viena, Berlín o San Petersburgo -bastiones antaño de la vanguardia cultural y artística- buscaron en Estados Unidos una esperanza de civilización en la primera mitad del siglo XX, estableciéndose en varios lugares y principalmente en Nueva York y en Los Ángeles.

Pero Shostakovich se quedó. Había creído en el poder liberador de las nuevas ideas comunistas como tabla de salvación contra el absolutismo zarista y, tras presenciar de pequeño la muerte de otro niño a manos de la policía imperial, adquirió un vehemente compromiso político. Pronto llegó a ser músico básico de la ‘Rusia soviética’ y en varias ocasiones fue proclamado ‘premio Stalin’. Sin embargo, en 1948 se vio obligado por el propio dictador a controlar su creatividad al ser acusado de “formalismo burgués”. Esta limitación duró por fuerza hasta 1953, año en que murió Stalin.

La música de estos dos compositores está, en algún momento, preñada de melancolía. Y una de las formas que tiene ésta de manifestarse es aquella que nos recuerda, de manera más o menos pertinaz, las situaciones, acontecimientos o vivencias que no volverán. Rachmaninov, aclamado por su brillante y seductor pianismo, reconocido por su música suntuosa y lírica, laureado y divulgado con profusión gracias a su exitoso desembarco en el recién aparecido mundo de la fonografía -afortunadamente el pianista-compositor nos ha legado más de diez horas de grabaciones- no volvió nunca a su Rusia natal. Reconocido, laureado y divulgado, sí, pero exiliado al fin y añorante siempre.

Otro tipo de nostalgia es el que nos hace echar de menos aquello que jamás sucederá. Es el impregnó la vida de Shostakovich de decepción, desconsuelo y una inquietante sensación de peligro: él creyó en la revolución soviética, pero no aceptó aquello en lo que se convirtió, aunque tuvo que asumirlo.

Otro punto en común entre ellos es el talento, abundante y manifiesto en algunos de los diversos perfiles que pueden caracterizar a un músico: los dos fueron excelentes pianistas e inspirados compositores, cada uno con su propio e inconfundible estilo. Rachmaninov abrazó la herencia romántica que, de forma natural y legítima, parecía haberle llegado directamente de Tchaikovsky. Shostakovich exploró diversos dialectos dentro del vasto y variado universo del lenguaje musical y, a pesar de la enorme facilidad que manifestó en todos, logró algo que no está al alcance de cualquiera: alumbrar un idioma personalísimo.

La memoria prodigiosa de Dmitri Shostakovich (San Petersburgo, 1906-Moscú, 1975) y su oído absoluto le permitían conocer el más mínimo detalle de una partitura de un vistazo. Sus excepcionales dotes alimentaron un entusiasmo no menor: “No puedo vivir sin componer”, reconocía, y esta pasión quedó expuesta en un lenguaje que recurre a registros instrumentales extremos, a veces con exagerados saltos en una melodía extensa, lírica, meditativa y sentimental. Pero también utiliza, como técnica expresionista, esquemas rítmicos incesantemente repetidos, texturas oscurecidas y extravagantes cambios de intención.

Estrenado el 26 de octubre de 1967 en el Gran Hall del Conservatorio de Moscú, por su Orquesta Filarmónica, con David Oistrakh como solista y dirigidos todos por Kirill Kondrashin, el Concierto para violín y orquesta nº 2 en do sostenido menor Op 129 presenta varios de los rasgos característicos de Shostakovich, esos que permiten el enlace entre su vena lírica y meditativa y su humor satírico y estrepitoso.

Música introvertida en su mayor parte, este concierto parece escrito para un ámbito intimista y recogido, donde el autor puede hacer a quienes escuchan confesiones personales que deben mantenerse en el ámbito de lo privado. Es como si Shostakovich nos invitara a un rincón de luces amortiguadas, en el que poder narrarnos con cautela y a media voz sus más profundas decepciones vitales.

Al igual que había sucedido con su primer concierto para violín, la composición de éste estuvo motivada por el gran talento y la inquebrantable amistad que le unía al violinista David Oistrakh. La primera de estas bendiciones -el divino talento- iluminó los momentos oscuros de la existencia del compositor y la segunda -la gloriosa amistad- acompañó y alivió la desesperanza y la sensación de peligro con la que tuvo que vivir durante largos años.

Tanto desde el punto de vista armónico como temático, es una de las composiciones más complejas y enigmáticas de Shostakovich y está construida sobre una melodía de movimiento perpetuo, flexible y expresiva, que evoca la canción de un peregrino vagando lejos de su tierra. La intención es que el solista destaque desde el principio en el escenario. A lo largo del Moderato inicial el violín canta sin descanso, dejando escapar de tanto en tanto fragmentos de tonadillas populares, que son lanzadas al aire como briznas de hierba o gotas salpicadas al paso del caminante. Es como si el protagonista condujera a la orquesta en un juego de ecos con varios de sus integrantes, estimulando en ellos todo tipo de detalles y matices. Parece que, más que concertar a la manera tradicional del ‘género concierto’, Shostakovich buscara la afirmación plena del solista en una obra que parece estar concebida como una sonata con acompañamiento orquestal.

El Adagio sigue este mismo propósito y el solista se desliza incansable y sin apenas pausa sobre el tapiz de las cuerdas, recibiendo algún comentario de los instrumentos de viento. En el corazón de este movimiento, iluminando su lento e inexorable transcurrir, percibimos un atisbo de luz que nos hace soñar con un vals.

El movimiento final es una feroz y algo grotesca danza de notable fuerza sinfónica que gira y se contorsiona, apuntando en todas direcciones antes de disparar una poderosa y espectacular cadencia. A diferencia de la mayor parte de las cadencias de concierto, que buscan el lucimiento del solista a través de efectos pirotécnicos brillantes o asombrosos, aquí el compositor pretende explorar las ideas presentadas en tanto que materia sonora.

Sergei Rachmaninov (Semyonovo, 1873- Beverly Hills, 1943) fue reconocido por el mundo occidental desde sus primeros viajes a Italia, a donde, con apenas veinte años, acompañó a su querido amigo el gran bajo ruso Fiódor Chaliapin. La cálida acogida que le brindaron y la atracción que ejerce sobre las gentes del Norte todo lo que tiene un aroma sureño -fascinación que no deja de ser romántica- abrieron para el músico una perspectiva de trotamundos que siguió alimentándose durante los años siguientes. Tras el triunfo de la Revolución de 1917 abandonó Rusia aceptando una providencial gira de conciertos por los países escandinavos. En la Navidad de ese año la familia Rachmaninov se convirtió en exiliada en Suecia. Un año después, embarcaban rumbo a Nueva York. A partir de ahí, su carrera profesional le llevó por los principales escenarios del mundo. Únicamente le estaba vetado su amado paisaje ruso. Sus experiencias de emigrado forzoso mediatizaron su visión de la vida y también su escritura.

Estrenadas el 3 de enero de 1941 por la Orquesta de Filadelfia, dirigida por Eugene Ormandy y dedicadas a aquellas irrepetibles agrupación y dirección, las Danzas sinfónicas son tres estampas coloreadas por una espectacular paleta instrumental que reúne cantidad y variedad en todas las familias orquestales. Pero el color también emana de la variabilidad de los tempi, de las líneas sinuosas, de las densidades cambiantes y de la riqueza métrica.

Rachmaninov consigue bañar un buen puñado de melodías eslavas en un halo danzante, hechicero y vigoroso que provoca diseños rítmicos con los que poner las ideas musicales en movimiento, creando planos sonoros que se acercan y se alejan de nosotros en sugerentes movimientos, desplegándose, enroscándose, revoloteando para desaparecer de manera repentina y reaparecer en otros dibujos que nuevamente caracolean y nos rodean de una atmósfera sugestiva, cálida y a veces trepidante.

Desde el punto de vista expresivo, la primera de las danzas con su indicación Non Allegro se articula en base a una célula rítmica marcada e insistente que se va diluyendo en la sección central -aun sin desaparecer del todo- hasta perfilar una melodía melancólica y sedosa en las voces de las maderas. El trazo que la dibuja se hace más grueso y cálido en el abrazo de las cuerdas, pero el sosiego se esfuma al retornar la célula inicial.

El Andante con moto está articulado en tiempo de vals y hace gala de una volubilidad enigmática y sensual. Las distintas voces instrumentales se dejan oír irisando un discurso que pivota entre lo melódico y lo bailable.

La tercera danza, con indicación Lento assaiAllegro vivace, incorpora uno de los motivos queridos de Rachmaninov -y de tantos compositores rusos y románticos- y recurrente en sus partituras: el Dies Irae medieval que cobra vida en una suerte de danza macabra.

Vibrantes y brillantemente teñidas de detalles tímbricos, como los extraordinarios mosaicos rusos, estas danzas permiten la feliz convivencia entre lo sublime y lo indómito y mostraron a un mundo dominado por la sordidez fratricida -habían sido compuestas en el turbulento 1940- que, sin alejarse de la catarsis expresiva, el talento humano es capaz de generar belleza y construir universos sonoros llenos de color y magia.

El alma de Rachmaninov se partió en dos cuando su dueño tomó la difícil decisión de emigrar. La de Shostakovich quedó irremediablemente herida por la decepción y el pánico. Había visto la perversión de unas ideas en las que había creído desde niño y, peor aún, había sido víctima del resultado macabro de esa perversión. Pero la música que brotó de esas dos almas permanece entera y plena para la escucha y la reflexión. Disfrútenla.

Mercedes Albaina


Fumiaki Miura.

Violín

Nacido en Tokio en 1993, se formó en el conservatorio de su ciudad natal con Tsugio Tokunaga y posteriormente se trasladó a Viena para ampliar sus estudios con Pavel Vernikov y Julian Rachlin. Desde los 16 años recibe consejos de su mentor, Pinchas Zukerman, quien le ha orientado y conducido en su carrera profesional. En 2009 fue galardonado con el primer premio del prestigioso concurso Joseph Joachim Hannover International Violin Competition, siendo el ganador más joven en conseguirlo.

Luego de su exitosa residencia en la Royal Philharmonic Orchestra, su temporada 22/23 destaca por presentaciones como solista con la Orquesta Sinfónica de Bilbao y la Orquesta de la Fundación Gulbenkian junto a Pinchas Zukerman y como director y solista con ADDA Sinfónica y Orquesta de Cámara de Viena. Además, continuará con su actividad como músico de cámara con su partenaire la pianista Varvara, con quien tendrán presentaciones en Paris y una gira por Japón.

Miura comparte escenario con las más prestigiosas orquestas a nivel internacional incluyendo Los Angeles Philharmonic, NDR Radiophilharmonie Hannover, NDR Sinfonieorchester Hamburg, Radio-Sinfonieorchester Stuttgart des SWR, Sinfonieorchester Basel, Royal Liverpool Philharmonic, Wiener Kammerorchester, Prague Philharmonia, Orquesta del Teatro Mariinsky, Tchaikovsky Symphony Orchestra, NAC Orchestra Ottawa, Orchestre de Chambre Lausanne, Warsaw Philharmonic, NHK Symphony Orchestra, Tokio Metropolitan Symphony Orchestra, Utah Symphony, Japan Philarmonic, Orchestre Nationale du Capitole de Toulouse, BBC Royal Scottish National Orchestra, Gothenburg Symphony Orchestra, Düsseldorf Symphoniker, hr- Sinfonieorchester o la Hong Kong Sinfonietta entre otras. Ha sido invitado por directores como Valery Gergiev, Gustavo Dudamel, Pinchas Zukerman, Krzysztof Penderecki, Vladimir Fedoseyev, Andrés Orozco-Estrada, Kazushi Ono, Hannu Lintu, Jakub Hrůša, Vasily Petrenko, Josep Pons, Patrick Hahn, Pietari Inkinen, Santtu-Matias Rouvali, Stéphane Denève, Kristjan Järvi, Tatsuya Shimono, Terry Fisher y Rafael Payaré entre otros.

Fumiaki Miura ha participado en numerosos festivales internacionales como Miyazaki International Music, Ravinia, Julian Rachlin and Friends, Schleswig-Holstein Musik, Musique de Mentón, Gyeonggi Chamber Music Festival y Menuhin Festival Gstaad y ha actuado en las principales salas de conciertos como Auditorium du Louvre, Théâtre des Champs-Élysées en Paris, Auditorio de Madrid, Palau de la Música de Barcelona, Elbephiharmonie en Hamburg o el Wigmore Hall de Londres. Asimismo, ha colaborado con artistas como Yuri Bashmet, Itamar Golan, Sunwook Kim, Mischa Maisky, Maria João Pires, Lawrence Power, Julian Rachlin, Torleif Thedéen, Nobuyuki Tsujii, Jonathan Roozeman, Varvara o Pinchas Zukerman.

Ha grabado las sonatas de violín de Prokofiev con el pianista Itamar Golan para Sony Japan y los conciertos de Mendelssohn y Tchaikovsky con la Deutsches Symphonie-Orchester Berlin y Hannu Lintu, con el sello Avex-Classics.

Fumiaki Miura toca un Stradivarius de 1704 llamado “ex Viotti” amablemente cedido por Munetsugu Foundation.


Pablo González.

Director

Reconocido como uno de los directores más versátiles y apasionados de su generación, Pablo González nació en Oviedo y estudió en la Guildhall School of Music & Drama de Londres. Obtuvo el Primer Premio en el Concurso Internacional de Dirección de Cadaqués y en el “Donatella Flick”. Ha sido Director Titular de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) y, anteriormente, Principal Director Invitado de la Orquesta Ciudad de Granada. En la actualidad es el Director Titular de la Orquesta Sinfónica RTVE y asesor artístico de la Orquesta Sinfónica y Coro RTVE desde noviembre de 2018.

Pablo González ha dirigido importantes formaciones incluyendo: Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, Netherlands Philharmonic Orchestra, London Symphony Orchestra, Scottish Chamber Orchestra, BBC National Orchestra of Wales, Royal Philharmonic Orchestra, Warsaw Philharmonic, Orchestre Philharmonique de Liège, NHK Orchestra (Japón), Orquesta Sinfónica Nacional de México, Kyoto Symphony Orchestra, así como las principales orquestas españolas.

Como director de ópera, destaca la dirección de Don Giovanni y L’elisir d’amore en dos exitosos Glyndebourne Tours, Carmen (Quincena Musical de San Sebastián), Una voce in off, La voix humaine, Die Zauberflöte, Daphne y Rienzi en el Gran Teatre del Liceu (Barcelona) y Madama Butterfly (Ópera de Oviedo).

Entre sus recientes y próximos compromisos destacan sus apariciones con The Hallé (Manchester), City of Birmingham Symphony Orchestra, Konzerthausorchester Berlin, Frankfurt Radio Symphony, Royal Philharmonic Orchestra, Gürzenich-Orchester Köln, Dresdner Philharmonie, Deutsche Radio Philharmonie, Saarbrücken Kaiserslautern, Helsinki Philharmonic, Lahti Symphony Orchestra (Finlandia), Residentie Orkest, Orchestra della Svizzera Italiana, regresando a la Orquesta Nacional de España, OBC, sinfónicas de Galicia, Bilbao y Asturias, entre otras.

Ha colaborado con solistas como Maxim Vengerov, Nikolai Lugansky, Javier Perianes, Khatia Buniatishvili, Beatrice Rana, Renaud Capuçon, Gautier Capuçon, Sol Gabetta, Anne-Sophie Mutter, Isabelle Faust, Frank Peter Zimmermann, Arcadi Volodos, Viktoria Mullova, Johannes Moser, Truls Mork y Viviane Hagner.

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