Conciertos
El caballero de la rosa
Luis Toro Araya, director
Sergei Dogadin, violín
I
DMITRI SHOSTAKOVICH (1841 – 1904)
Concerto nº 1 para violín y orquesta en la menor Op. 77
Sergei Dogadin, violín
II
ALFONSO LENG (1840 – 1893)
La muerte de Alsino*
RICHARD STRAUSS (1864 – 1949)
Der Rosenkavalier, Suite Op. 59
FECHAS
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Un arco iris de emociones
El programa de esta tarde nos propone la escucha de tres obras escritas en la primera mitad del siglo XX, lo que es un indicador indiscutible de que su proximidad en el tiempo no garantiza en absoluto la semejanza estilística. Más bien, todo lo contrario. Lo que sí resulta evidente es que en las tres composiciones hay una clara intención expresiva -distinta, eso sí- más allá del importantísimo propósito estético. Preparémonos, pues, para un extenso recorrido emocional de la mano de una orquesta plena de colores.
Dmitri Shostakovich (San Petersburgo, 1906-Moscú, 1975) había nacido en la Rusia imperial de los Romanov solo unos meses antes de la masacre ciudadana ante el Palacio de Invierno del zar. Había creído desde niño en las ideas de la Revolución Rusa hasta que vio -y padeció- la perversión de esas ideas. El ambiente melómano de su casa -su madre era pianista profesional-, su formación y, sobre todo, su excepcional talento, hicieron de él uno de los músicos más sobresalientes y polifacéticos del siglo XX. Sin embargo, la corrupción de la ideología comunista que se llevó por delante a tantos artistas y pensadores arrastró también el nombre de Shostakovich por el lodazal de la deshonra. Su música fue retirada de los programas e injuriada por analistas ignorantes y él mismo fue apartado de la docencia y condenado a un limbo desquiciante y a un silencio irracional.
La música fue para Shostakovich el cráter por el que dar salida a los múltiples temores, sospechas y certezas que habían ido amalgamándose en el interior de su pensamiento. Su alma sensible había ido captando el peligro de una realidad tozuda y cruel. La violencia con que sus convicciones contrariadas fueron arrancadas de su ideario fueron el alimento de un gigantesco volcán en erupción.
El Concierto nº1 para violín y orquesta en la menor es una obra personal, profunda y sensitiva, escrita entre 1947 y 1948 con el convencimiento de que no iba a ser estrenada. De hecho, tuvo que esperar al 29 de octubre de 1955 -unos días después de la liberación de los últimos prisioneros alemanes de la Segunda Guerra Mundial- para que Evgeny Mravinsky lo dirigiera al frente de la Orquesta Filarmónica de Leningrado. El irrepetible violinista David Oistrakh, inspirador de la partitura y amigo fiel y querido de Shostakovich, fue el solista en aquella ocasión.
El concierto explora dos de los atributos más destacados del violín: su naturaleza cantora y sus posibilidades técnicas y expresivas. Pero nos brinda también lo mejor del sinfonismo de uno de los principales compositores orquestales del siglo XX. Y es que la orquesta fue para Shostakovich una extensa paleta de colores con la que expresar las emociones más intensas y los más leves sentimientos. Su orquestación poderosa y matizada refleja el ancestral gusto ruso por los mosaicos, donde tan valiosa como la magnitud del conjunto es la sutileza de los más secretos detalles. Ambas nos impresionan y nos conmueven.
En este concierto la orquestación es extensa pero, de forma original, renuncia al brillo de trompetas y trombones, iniciando al oyente en una onírica meditación a través del Nocturno. Llega después la excitación del Scherzo del que brotan, entre registros instrumentales extremos y líneas orquestales separadas, exagerados saltos en la melodía y esquemas melódico-rítmicos incesantemente repetidos, destacando entre ellos el motivo musical que recoge las iniciales del compositor: DSCH o, lo que es lo mismo: re, mi bemol, do, si. Oistrakh opinaba que en este girar vertiginoso e imparable había “algo de demoniaco y de espinoso”. Pero la atmósfera cambia de nuevo en la Passacaglia y se impregna de un cierto halo de inevitabilidad. El tema ahora es presentado en el registro grave y se suaviza con una segunda idea a modo de coral que hace discurrir la música en imparable progresión. La melodía del solista adquiere una oscura belleza, derivando en una larga cadencia que se interrumpe cuando la orquesta attacca la Burlesque. En este final la energía es propulsada hacia el patio de butacas con el vigor y la velocidad características del trepak, danza popular rusa que abre la espita a tanta tensión contenida, soltándola a borbotones con una fuerza y un humor que no eluden lo estrepitoso.
La música permitió a Shostakovich respirar y contar lo que no podía decir con palabras, sublimando de manera singular su alma en sus pentagramas, que laten con la cadencia de sus miedos, sus deseos y sus ideas.
El chileno Alfonso Leng (Santiago, 1884-Santiago, 1974) fue un compositor prácticamente autodidacta que, pese a dedicar su vida profesional a la odontología, es considerado uno de los grandes impulsores de la música y la composición chilenas ya que, en las primeras décadas del siglo XX, participó en los principales foros culturales de la capital de Chile en los que la música tenía un papel destacado.
Valorada por muchos como una obra fundacional del sinfonismo chileno La muerte de Alsino es un poema sinfónico que tiene como punto de partida la novela homónima de su compatriota Pedro Prado. Articulada en cinco partes, la narración explora en cada una de ellas una situación predominante en las vivencias del protagonista, una especie de Ícaro. La primera sección está centrada en el tópico de la caída; la segunda en la revelación y el vuelo; la tercera parte gira en torno a la aventura, la tempestad y la soledad; en la cuarta, Alsino es víctima del pánico, la prisión, el amor infructuoso y el vagabundeo. La ceguera, el abandono y el fuego dominan la sección final. Esta estructura literaria es la que guía el armazón formal del poema sinfónico de Leng, basado en un lenguaje expresionista que evoca los distintos estados anímicos por los que transita Alsino. Las transformaciones en las tonalidades, las texturas y la orquestación son las herramientas con las que Leng pretende la descripción de estos estados psicológicos, más que la peripecia programática. Y si se alude a los embates del vuelo y la caída de Alsino es para reflejar la dicotomía – encarnada en él- entre “la lógica ruda e ignorante de los hombres rústicos, plagada de recuerdos dolorosos y dolor físico y psíquico y el anhelo de alzarse libre y triunfador sobre numerosas gravedades.” Leng afronta esta contradicción describiendo con la música la magnitud espiritual de lo que acontece al personaje, sin detenerse en los diferentes episodios narrados en el relato de Prado. “¡Volar siempre fue para mí un goce doloroso!” exclama Alsino en este poema sinfónico -el primero de su género en la literatura musical chilena-, estrenado el 20 de mayo de 1922 por la Orquesta Sinfónica de Chile, dirigida por Armando Carvajal.
Richard Strauss (Munich, 1864 – Garmisch-Baviera, 1949) era hijo de un virtuoso instrumentista de trompa que ejercía su profesión en la orquesta de la corte de Baviera y que educó a su hijo bajo las consignas del clasicismo musical, procurando alejarle de la poderosa corriente wagneriana. Pero el joven compositor fue díscolo -como corresponde a cualquier adolescente que se precie- y no siguió las indicaciones paternas. Interesado desde el principio de su carrera en la ópera, empezó a escribir obras vocales en la estela wagneriana, para fijarse enseguida en el nuevo contexto alemán empapado de expresionismo y psicología. En 1905 estrenó la irreverente Salomé a partir del drama homónimo de Oscar Wilde. En 1909, el lenguaje armónicamente avanzado de Salomé se retorció aún más dando lugar a su siguiente ópera, Elektra, basada en un drama de Hugo von Hofmannsthal. Después de escandalizar al mundo musical, la escritura de Strauss se serenó -¿recordaría el compositor los consejos de su padre?- y tomó forma en la belleza ligera y radiante de El caballero de la Rosa, ópera en tres actos estrenada con un éxito histórico en la Königlisches Opernhaus de Dresde el 26 de enero de 1911, bajo la batuta de Ernst von Schuch. La obra es un alegato musical del amor. Pero es también un recordatorio de la tenacidad con que el tiempo transcurre para todos nosotros. Probablemente sean estos los dos temas principales del libreto, pero también rondan por ahí pasiones tan humanas como la vanidad y la ambición y virtudes tan raras y valiosas como la renuncia y la generosidad. Todo ello tejido en una trama que enlaza, de manera convincente y admirable, la comedia de enredo con la reflexión trascendental. Desde luego esta conexión solo fue posible gracias al talento ilimitado del libretista: Hugo von Hofmannsthal. Este dramaturgo, poeta y ensayista vienés –“uno de los grandes prodigios de la perfección precoz”, según Stefan Zweig- había colaborado con Strauss un par de años antes en Elektra y lo haría después en Ariadne en Naxos, en La mujer sin sombra y en Arabella. El mismo Zweig confesaba admirado que no habían oído a ningún poeta contemporáneo “versos tan perfectos, de tan impecable plasticidad, tan impregnados de música” como los de Hofmannsthal. Seguramente estas valiosísimas cualidades fueron captadas también por Richard Strauss, que valoró tanto su colaboración con el escritor como para afirmar: “hemos nacido para trabajar juntos”.
Décadas más tarde -una primera versión es de 1934 y otra posterior de 1944- algunos de los valses que aparecen en la ópera fueron reunidos en una Suite, donde la sutileza rítmica, el colorido armónico, los timbres y el virtuosismo instrumental se ponen al servicio de una trama que basculó desde su origen entre la intriga social y la reivindicación del amor, en un contexto dieciochesco que no corresponde en absoluto ni al derroche de valses que inundan la partitura ni a una orquestación tan enriquecida. Pero la intención del libretista fue, en su momento, situar la acción en la Viena de Maria Teresa, ambientándola con una serie de valses que van de la indolencia voluptuosa a la apoteosis desenfrenada, dándose la paradoja -guiño irónico de artista- de que el vals vienés no existía entonces en el modo en que se hizo internacionalmente famoso a partir del siglo XIX. En todo caso, el placer que supone para nuestros oídos estar frente a la belleza disculpa cualquier anacronismo. Además, Richard Strauss homenajeó en la partitura no solo a Viena, sino también al músico austriaco que lleva su mismo apellido, reconociendo con ello la deuda que esta suite tenía con Johann Strauss, hijo, “el riente genio de Viena”, sin el cual, y según sus palabras, no podría haber compuesto los valses de El Caballero de la Rosa.
Un programa muy apropiado y sugerente para evocar con la música el torbellino de emociones que acompaña, coloreándolas, nuestras vidas. Disfruten.
Mercedes Albaina
Sergei Dogadin.
Violín
Sergei Dogadin ha alcanzado fama internacional después de destacados logros en prestigiosas competiciones de violín, consolidándose como uno de los mejores violinistas de su generación. Entre sus triunfos se encuentran el Primer premio y la Medalla de Oro en el XVI Concurso Internacional Tchaikovsky en Moscú (2019), el Primer premio en el IX Concurso Internacional de Violín Joseph Joachim en Hannover (2015) y el Primer premio en el Concurso Internacional de Violín de Singapur (2018).
Desde su debut en 2002 en la Sala de la Filarmónica de San Petersburgo, bajo la dirección de Vasily Petrenko, Dogadin ha tocado en los escenarios prestigiosos en todo el mundo, como la Filarmónica de Berlín, la Musikverein de Viena, la Royal Concertgebouw Hall, la Filarmónica de Colonia, la Suntory Hall de Tokio, el Auditorio Nacional de Madrid, el Teatro Colón de Buenos Aires, la Tonhalle de Zúrich, la Berwaldhallen de Estocolmo, entre otros.
Destacados y esperados momentos como solista incluyen compromisos con orquestas como la Orquesta Filarmónica de Londres, Royal Philharmonic Orchestra, Sinfónica de Berlín, Royal Concertgebouw, Filarmónica de Múnich, la NDR Radiophilharmonie, Sinfónica de Budapest, Sinfónica de Shanghái, Filarmónica de Taiwán, Sinfónica de Singapur, Sinfónica de Australia Occidental, la Orquesta del Teatro Mariinsky, y la Filarmónica de San Petersburgo, entre otras.
Sergei ha colaborado con destacados directores como Yury Temirkanov, Valery Gergiev, Vladimir Ashkenazi, Thomas Sanderling, Vasily Petrenko, Vasily Sinaisky, Elisabeth Leonskaya, Vladimir Spivakov, Daniil Trifonov, Klaus Mäkelä, Denis Kozhuhin, Pierre Amoyal, Andreas Ottensamer, Andrew Manze, Shlomo Mintz, Anu Tali, Muhai Tang, Ken Takaseki, Saulius Sondeckis, Nicholas Carter, Michał Nesterowicz, entre muchos otros.
Las numerosas actuaciones de Sergei Dogadin han sido transmitidas en todo el mundo y han llegado a audiencias a través de plataformas como Mezzo classic (Francia), Medici.tv, European Broadcasting Union (EBU), BR Klassic, WDR y NDR Kultur (Alemania), YLE Radio (Finlandia), NHK (Japón) y BBC (Reino Unido).
Sergei estudió en el Conservatorio de Música de San Petersburgo con el Prof. Vladimir Ovcharek, en la Escuela Superior de Música de Colonia con la Prof. Mihaela Martin, en la Universidad de Música de Graz y en la Universidad de Música y Artes de Viena con el Prof. Boris Kuschnir.
Desde 2022, Dogadin es profesor en el Centro Superior Katarina Gurska (Madrid, España).
Sergei Dogadin ha tenido el honor de actuar durante varios festivales con los violines de Niccolo Paganini y Johann Strauss.
Luis Toro.
Director
La música se trata de emociones», afirma Luis Toro Araya. El director chileno sigue llamando internacionalmente la atención por su brillante carrera. La temporada 23/24 marca su renovación como Director Asistente de la Orquesta Nacional de España y múltiples debuts con orquestas como la Ópera Nacional de Chile, la Orquesta Sinfónica de la RTVE y la Dresdner Philharmonie.
Toro Araya transmite al público interpretaciones llenas de emoción, conectando con los músicos de una manera muy personal y enérgica. Con un enfoque perfeccionista, aporta en cada interpretación una amplia paleta de refinados colores en el sonido orquestal. Luis Toro Araya inicia esta temporada renovando su colaboración como Director Asistente de la Orquesta Nacional de España. Durante el 2023 además fue parte del Dudamel Fellowship de la Filarmónica de Los Ángeles, colaborando con directores como Gustavo Dudamel, Zubin Mehta y Susanna Mälkki, y liderando la orquesta en aclamadas presentaciones con El Pájaro de Fuego, de Stravinksy.
Toro Araya ha participado exitosamente en distintos concursos, siendo finalista del Premio para Jóvenes Directores Herbert von Karajan 2021, donde dirigió la Camerata Salzburgo en la 100ª edición del Festival de Salzburgo. Ha sido premiado además en el Concurso Internacional de Dirección de Lieja y es ganador del Opera Award y del Audience Award en el Concurso Internacional de Dirección de Róterdam (ICCR). La temporada 2022/23 incluyó exitosos debuts con orquestas como la Orquesta Nacional de España, Filarmónica de Los Ángeles, Orchestre Philharmonique Royal de Liège, Staatsorchester de Braunschweig, Orquesta del Principado de Asturias y Orquesta de Cámara de Valdivia. Compromisos futuros incluyen conciertos en Suiza, Alemania, España, Bélgica y Latinoamérica.
Nacido en 1995 en San Vicente de Tagua Tagua, Chile, estudió violín en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y en la Escuela Moderna de Música con Alberto Dourthé Castrillón. Posteriormente formó parte de la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile desde 2014 hasta 2017. En 2015 comenzó sus estudios de dirección orquestal con directores como Jorge Rotter, Leonid Grin, Garrett Keast y Helmuth Reichel Silva.
En clases magistrales, ha podido trabajar con directores como Bernard Haitink, Paavo Järvi, James Lowe y Larry Rachleff. Luis Toro Araya estudió dirección orquestal en la Universidad de Música Franz Liszt de Weimar con el Prof. Nicolás Pasquet y en la Universidad de las Artes de Zúrich con el Prof. Johannes Schlaefli.
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