Conciertos
Lisiecki y El lago de los cisnes
Erik Nielsen, director.
Jan Lisiecki, piano.
I
RICHARD WAGNER (1813 – 1883)
Tannhäuser, Obertura
SERGEI PROKOFIEV (1891 – 1953)
Concierto nº 2 para Piano y Orquesta en sol menor Op. 16
I. Andantino. Allegretto
II. Scherzo. Vivace
III. Intermezzo. Allegro moderato
IV. Finale. Allegro tempestoso
Jan Lisiecki, piano.
II
PIOTR ILYICH TCHAIKOVSKY (1840 – 1893)
El Lago de los cisnes, Suite Op. 20a
I. Scène
II. Valse
III. Danse des cygnes
IV. Scène (Pas d’action)
V. Danse hongroise (Czardas)
VI. Danse éspagnole
VII. Danse napolitaine
VIII. Mazurka
IX. Scène et Finale
FECHAS
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Éxitos tardíos
En algunas ocasiones, un primer fracaso determina el futuro de una obra musical apartándola para siempre del repertorio. En otras, este revés es fruto de las circunstancias del momento, generalmente adversas, que acaban superándose para encumbrar la pieza en cuestión, demostrando finalmente su valor. Es el caso de las tres obras que escucharemos en este programa inaugural de la temporada, cuya mala recepción inicial choca llamativamente con su posición actual en el canon de la música culta.
Semanas antes de su muerte en 1883, treinta y ocho años después de su estreno, Richard Wagner confesaba a su esposa Cosima que “aún debía Tannhäuser al mundo”. Así lo anotaba ella en su diario, y es que, a pesar de todos sus posteriores éxitos, Wagner nunca llegó a aceptar la mala acogida de este título, que hoy ocupa un lugar de gran importancia dentro de las óperas románticas del compositor alemán, pues prefigura gran parte de los rasgos del drama wagneriano, como el uso de los leitmotivs con carácter narrativo. Ninguno de los dos principales estrenos de la obra, el original en Dresde en 1845 y la revisión de París en 1861, fueron especialmente exitosos, siendo el segundo cancelado tras solo tres funciones.
Sin embargo, lo cierto es que Tannhäuser reúne algunas de las páginas musicales más bellas de la producción wagneriana, desde los coros de peregrinos y de la corte de Wartburg a su célebre obertura, que es frecuentemente interpretada de manera independiente. Debido a su insatisfacción, Wagner sometió la ópera a numerosas revisiones, dando lugar a diferentes versiones y a dos partituras que no se corresponden con ninguno de los dos estrenos en vida del compositor. La hoy conocida como “versión de Dresde” fue publicada en 1860, solo un año antes del reestreno parisino, y difiere de la versión original en varios aspectos.
Partiendo de varias leyendas alemanas medievales, en Tannhäuser, Wagner perfila un libreto cuyo tema principal es la dualidad entre el amor puro y el amor carnal, lo divino y lo terrenal, el placer inmediato y la redención última, que solo podrá alcanzarse a través de la muerte. Tras haber completado la música del resto de la ópera, escribió la obertura en último lugar, ofreciendo un resumen sinfónico-narrativo de la obra por medio de sus temas principales. El propio Wagner dejó por escrito la explicación de esta obertura en unas notas al programa en 1873:
" Para comenzar, la orquesta nos presenta el canto de los peregrinos. […] Cuando rompe la noche, aparecen visiones mágicas y sonidos: […] son los hechizos seductores de la montaña de Venus. […] Atraída por el espectáculo tentador, una forma humana se dibuja cercana: Tannhäuser, el ministril del Amor. […] Escucha una voz que murmura dulcemente cantos de sirena que prometen contentar los deseos más salvajes del atrevido. Esta mujer que se le aparece, es la misma Venus […]; cuando finalmente el sol asciende en su esplendor y el canto de los peregrinos se proclama en éxtasis a todo el mundo […], la salvación ha ganado […] y los dos elementos divididos, el alma y los sentidos, Dios y la Naturaleza, se unen en el beso expiatorio del sagrado Amor.”
Treinta años después del fallecimiento de Wagner, el 26 de abril de 1913, un joven Sergei Prokofiev recibía una estremecedora nota de su amigo y compañero de estudios Max Schmidthof: " Querido Seryozha, te escribo para contarte las últimas noticias – Me he pegado un tiro. No te alteres demasiado, tomátelo con indiferencia, porque en realidad no merece nada más que eso. Adiós. Max. Las razones no tienen importancia. ”
Prokofiev decidiría dedicar a su amigo cuatro obras en las que estaba trabajando en ese momento, entre ellas el recién completado Concierto para piano no. 2. De sus cinco conciertos para el instrumento, Prokofiev terminó los dos primeros siendo aún estudiante en el conservatorio de San Petersburgo, donde cursó composición y piano entre 1904 y 1914. En 1913, a sus veintidós años, estaba empezando a ver publicadas algunas de sus obras y pronto se iba a convertir en el ganador del codiciado concurso Rubinstein, en el que interpretó su primer concierto para piano en lugar de la obligada obra clásica, pues “existía una posibilidad de que mi propio concierto impresionara a los examinadores por su novedad de técnica; ¡simplemente no serían capaces de juzgar si lo estaba tocando bien o mal!”
A pesar del evidente interés de esta primera incursión en el género, el segundo concierto para piano de Prokofiev es una obra más ambiciosa, con una duración de alrededor de media hora (aproximadamente el doble que el primero), una orquestación suntuosa y una parte solista de extrema dificultad técnica, como prueban la tremenda cadencia del primer movimiento y el imparable scherzo.
El estreno de la obra tuvo lugar el 23 de agosto de 1913 en Pavlovsk, cerca de San Petersburgo, con el compositor como solista. Años después, en 1927, Prokofiev relataría en su diario cómo preparar la obra había sido para él un esfuerzo fuera de lo normal, y cómo había tocado “mal” algunas partes del concierto especialmente complicadas. La acogida fue desigual, pues buena parte del público no llegó a entender la modernidad de la obra y el empeño del compositor en tratar el piano de una manera tan percutiva, empleando abundantemente los extremos del teclado, especialmente los graves. El resultado es una obra de una fuerza extraordinaria, por momentos sobrecogedora.
La partitura que hoy se interpreta, sin embargo, no es la misma que se pudo escuchar aquella noche de verano, pues el manuscrito, nunca publicado, se perdió para siempre en un incendio mientras Prokofiev vivía en París, adonde se había mudado en 1918 tras la Revolución Rusa. Fue en 1923 cuando, a partir de los esbozos que conservaba, el compositor reescribió por completo la obra, que se reestrenó el 8 de mayo de 1924 en París, incluyendo una buena cantidad de música nueva. En el primer movimiento, la música en la tonalidad de Sol menor surge evocadora y atmosférica para ir creciendo hasta hacerse inmensa y llegar a una colosal cadencia que desemboca en una explosión orquestal. En opinión de Daniel Jaffé (Sergey Prokofiev, 1998), la grandiosidad de este primer movimiento es tal que los otros tres se aparecen “episódicos”, si bien encontramos fragmentos de indudable belleza e ingenio tanto en el breve scherzo, como en el inquietante intermezzo (por momentos amenazador y con un punto grotesco) y en el dilatado finale.
Pero si hablamos de fracasos poco premonitorios, sin duda el de El lago de los cisnes, el primer ballet que compuso Tchaikovsky, es probablemente uno de los más sonoros. “Pobreza de fantasía creativa”, “monotonía temática y melódica”, una “sombra” de la música que el compositor había escrito hasta el momento… Fueron algunas de las afirmaciones que se pudieron leer en la prensa tras el estreno en el Teatro del Bolshoi de Moscú el 4 de marzo de 1877, tal como recoge Anthony Holden (Tchaikovsky, 1995). Parece impensable en una partitura que es todo belleza melódica, riqueza, variedad e imaginación a raudales. Una partitura que hoy se reconoce como la revolución de la música para ballet, que hasta entonces había quedado en manos de “especialistas” que contentaban los deseos de los bailarines.
Tchaikovsky no entendía de ballet, le interesaba mucho más la ópera, y aceptó el encargo de los Teatros Imperiales en 1875 principalmente por dinero. Aun así, de su correspondencia se deduce que le intrigaba trabajar en un género completamente nuevo para él, y sabemos que se documentó para ello. El resultado final fue una obra que rebosa el genio del compositor, demasiado “elevada” para el público asiduo al ballet en aquella época.
Pero, sobre todo, fueron las circunstancias del estreno las que provocaron el fracaso de la obra. El director, Riabov, opinó que la música era demasiado complicada y obligó a Tchaikovsky a cortar varios fragmentos, sustituyéndolos por otros de Cesare Pugni; la orquesta no estaba a la altura técnicamente; la prima ballerina, Anna Sobeshchanskaya, no bailó hasta la cuarta función, haciendo el papel de Odette en el estreno la muy inferior Paulina Karpakova. Finalmente, la coreografía de Julius Reisinger se calificó de excesivamente simple, y no fue hasta la nueva versión coreografiada por Marius Petipa y Lev Ivanov en 1895 (dos años después de la muerte de Tchaikovsky) cuando El lago de los cisnes alcanzó finalmente el reconocimiento.
Las diversas suites orquestales que hoy en día se pueden escuchar no salieron de la mano del compositor y están conformadas por los fragmentos más conocidos del ballet, comenzando por su tema principal, la escena del segundo acto en la que el protagonista, el príncipe Sigfrido, descubre el lago donde habitan las doncellas convertidas en cisnes por el malvado mago Rothbart. A esta escena siguen el vals del primer acto, que sirve de fondo a la celebración del cumpleaños del príncipe rodeado de su corte; la danza de los cuatro cisnes con su característica línea de bajo a cargo de los fagotes; y el Pas d’action, que pertenece también a la escena de la fiesta de cumpleaños.
Como todo ballet que se preciara, El lago de los cisnes incluye varios movimientos que nada tienen que ver con la acción y que ofrecen diferentes escenarios musicales para el lucimiento de los bailarines. Es el caso de la Danza húngara, la Danza española y la Danza napolitana del tercer acto, cargadas de color local, así como la Mazurka. La suite concluye con la gran escena final en la que los dos amantes se sacrifican al no poder derrotar al mago y romper el hechizo. Las versiones con final feliz que surgieron a posteriori no se corresponden con la trágica y bellísima música que Tchaikovsky escribió. Una obra maestra cuyo triunfo se hizo esperar.
Yolanda Quincoces
Jan Lisiecki.
Piano
Las interpretaciones y la técnica de Jan Lisiecki hablan de una madurez que va más allá de su edad. A sus 27 años, el canadiense ofrece más de cien conciertos anuales por todo el mundo y ha colaborado estrechamente con directores como Antonio Pappano, Yannick Nézet-Séguin, Daniel Harding, Manfred Honeck y Claudio Abbado.
En la temporada 2021/2022, Lisiecki presentó un nuevo programa de recitales con los Nocturnos y Estudios de Chopin en más de 30 ciudades de todo el mundo. Recientes invitaciones incluyen la Boston Symphony Orchestra, Cleveland Orchestra, Philadelphia Orchestra, Filarmonica della Scala, Orchestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia y actuaciones en el Carnegie Hall y la Elbphilharmonie de Hamburgo con la Orpheus Chamber Orchestra. Lisiecki interpretó recientemente un ciclo de Lieder de Beethoven con el barítono Matthias Goerne, en el Festival de Salzburgo entre otros, y ha actuado con la New York Philharmonic, Chicago Symphony, Staatskapelle Dresden, Orchestre de Paris, Bavarian Radio Symphony y London Symphony Orchestra.
El verano pasado tocó y dirigió cuatro ciclos completos con los conciertos para piano de Beethoven, los dos conciertos de Chopin con la Orquesta de Cámara de Noruega, y regresó a los BBC Proms en el Royal Albert Hall de Londres agotando, además, todas las entradas en el Rheingau Musik Festival.
En la temporada 22/23 Lisiecki fue artista residente en la Elbphilharmonie Hamburg y la Philharmonie Köln, actuó en la gala de apertura de temporada de la Seattle Symphony, y salió de gira con la Sinfónica de Viena, la Royal Philharmonic Orchestra y la Academy of St. Martin in the Fields. En la primavera de 2023, volvió al Teatro alla Scala de Milán, tanto en recital como con la Filarmonica della Scala.
A los quince años, Lisiecki firmó un contrato exclusivo con Deutsche Grammophon. El sello lanzó sus celebraciones del Año Beethoven 2020 con la publicación de una grabación en directo de los cinco conciertos de Beethoven desde la Konzerthaus de Berlín, con Lisiecki dirigiendo al piano a la Academy of St Martin in the Fields. Su ciclo de Lieder de Beethoven con Matthias Goerne, publicado poco después, fue galardonado con el Diapason d’Or. La octava grabación de Lisiecki para el prestigioso sello, un doble álbum de los Nocturnos completos de Frédéric Chopin, que también presenta en su actual programa de recitales, salieron a la venta en agosto de 2021 y en febrero de 2022 en vinilo, encabezando inmediatamente las listas de éxitos clásicos tanto en Norteamérica como en Europa. Más recientemente, su programa en solitario Música nocturna, con obras de Mozart, Ravel, Schumann y Paderewski, se publicó como álbum digital. Sus grabaciones han recibido los premios JUNO y ECHO Klassik.
A los dieciocho años, Lisiecki se convirtió en el más joven galardonado con el Premio Gramophone al Artista Joven y recibió el Premio Leonard Bernstein. En 2012 fue nombrado Embajador de UNICEF en Canadá.
Erik Nielsen.
Director
Erik Nielsen es un director que domina por igual tanto el repertorio sinfónico como operístico.
Empezó muy joven sus estudios de piano para después graduarse en la Julliard School de Nueva York en oboe y arpa, continuando en el Curtis Institute of Music sus estudios de dirección orquestal.
Se mudó a Alemania en el 2001 como arpista de la “Berlin Philharmonic Orchestra Academy”.
En el 2002 inició una relación de 10 años con la Opera de Frankfurt, como maestro repetidor y después fue nombrado kappelmeister, unos años que le permitieron enriquecerse de un largo repertorio desde Monteverdi a Lachenmann.
En septiembre de 2009 la Fundación Solti de Estados Unidos le concedió la beca Solti y en marzo de 2010 debuta en la ópera estadounidense con Ariadne auf Naxos para la Boston Lyric Opera, a la que siguió La flauta mágica en el Metropolitan Opera de Nueva York.
El maestro Nielsen dirige por primera vez a la Orquesta Sinfónica de Bilbao en el 2012 en una producción de la ópera de Korngold, Die Tote Stad y, a raíz del gran éxito obtenido y otras invitaciones en conciertos sinfónicos, fue nombrado en el 2015 director titular de la misma, cargo que mantendrá hasta septiembre del 2024.
Ha sido además director musical (2016-2018) del Teatro de Opera de Basilea y más recientemente (2022) nombrado director musical del “Tiroler Festspiele Erl”
Entre sus más recientes y futuros proyectos cabe destacar la producción de la Tetralogía de Wagner, para el Tiroler Festipiele Erl, con puesta en escena de Brigitte Fassbender, y que repetirá el próximo verano, así como Aida en Fráncfort, El amor de las tres naranjas en Dresden, Oedipux Rex con la première de Samy Moussa Antigone en la Opera Nacional de Amsterdam, Salome en Zürich, Rusalka y Norma en Dresden, la première de Manfred Trojahn, Eurydice die Liebenden, blind en Amsterdam, y Peter Grimes; Das Rheingold y Karl V de Krenek en la Opera de Munich, así como conciertos sinfónicos con la Orquesta Cívica de Chicago, la Kölner Kammerorchester, la Ópera Real de Suecia, la Basel Sinfonieorchester, la Orquestra Sinfonica Portuguesa de Lisboa, la RTE National Symphony Orchestra, Orchestre Philharmonique de Strasbourg, Philharmonie Südwestfalen, Ensemble Intercontemporain, Ensemble Modern, Junge Deustche Philharmonie, la World Youth Symphony Orchestra del Interlochen Arts Camp, la Royal Northern Sinfonia, y diferentes orquestas españolas. Próximamente, además de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, regresará nuevamente a Madrid para dirigir la Orquesta de RTVE.
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