Conciertos

Penderecki y la Cuarta de Brahms


Euskalduna Bilbao.   19:30 h.

Penderecki fue un compositor de vanguardia, pero siempre estuvo atento a las formas del pasado. Inspirándose en ellas creó su Concerto grosso para tres violonchelos, una obra que se ha incorporado con éxito al repertorio del instrumento. Por su parte el joven Eduardo Strausser nos propone la Cuarta de Brahms, una obra maestra que también mira al barroco (la imponente passacaglia) y que corta la respiración con el motivo suspirante con el que arranca, el bellísimo solo de flauta que anticipa el final, u otros tantos que ustedes elijan.

Eduardo Strausser, director
Michal Dmochowski, violonchelo
Orfilia Saiz, violonchelo
Adam Klocek, violonchelo


I

WOJCIECH KILAR (1932 – 2013)

Orawa, para orquesta de cuerda

KRZYSZTOF PENDERECKI (1933 – 2020)

Concerto grosso para tres violonchelos y orquesta*

Michal Dmochowski, violonchelo
Orfilia Saiz, violonchelo
Adam Klocek, violonchelo

II

JOHANNES BRAHMS (1833 – 1897)

Sinfonía nº 4 en mi menor Op. 98

I. Allegro non troppo
II. Andante moderato
III. Allegro giocoso
IV. Allegro energico e passionato – Più Allegro

*Primera vez por la BOS
Dur: 110’ (aprox.)

FECHAS

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MÁS ALLÁ DE LAS PANTALLAS

Cine y música están tan íntimamente relacionados que es casi imposible concebir el uno sin la otra. Incluso al pensar en cine mudo, se nos viene a la cabeza un esforzado pianista improvisando para dar sentido a lo que sucede en la pantalla. Y es que la música en las películas es un elemento tan importante que puede repercutir drásticamente en el resultado final, para bien y para mal. Y quien dice películas, dice también series, documentales o incluso videojuegos, porque el mundo audiovisual ha crecido de tal modo que ya no sólo se trata de lo que sucede en la pantalla grande de las salas de cine, sino en los millones de pantallas de más o menos pulgadas –televisores, móviles, ordenadores, tablets y otros gadgets y maquinitas– que nos rodean constantemente.

Así, la música se une al cine aportando un contexto espaciotemporal, imprimiendo ritmo a la historia, cambiando el contenido emocional de una escena, conectando con el espectador… La música en el cine es mucho más que un acompañamiento o un ruido de fondo: es un elemento complementario a las imágenes y los diálogos que aporta contenido narrativo y sensitivo y que constituye una parte esencial e inseparable de cada película. Desde que allá por 1927 “The jazz singer” se convirtiera en la primera cinta del cine sonoro y musical, la historia del séptimo arte está llena de bandas sonoras inolvidables cuyo éxito ha trascendido los límites de esas pantallas. No tienen más que recordar la buena acogida de ese programa que las últimas temporadas viene dedicando esta orquesta a musicar en directo algunas películas. Nombres como Ennio Morricone, John Williams, Henri Mancini, Hans Zimmer o Howard Shore nos son tan familiares como Ravel, Beethoven o Mendelssohn. Y es que no tenemos que tener miedo a dar su lugar a grandes músicos y compositores que desarrollan su arte escondidos tras una pantalla.

La primera obra que escucharemos esta noche es Orawa, y en este punto muchos de ustedes estarán repasando mentalmente si esta pieza pertenece a alguna banda sonora famosa… Pues no, pero su compositor, el polaco Wojciech Kilar, a pesar de no tener un nombre demasiado conocido, es autor de la música de grandes éxitos de taquilla de Hollywood como “El show de Truman” de Peter Weir, “Drácula de Bram Stoker” de Francis Ford Coppola y “El pianista” de Roman Polański, además de muchísimas otras; así que, sin duda, podrán encontrar en Orawa algo de ese lenguaje tan particular que tiene la música de cine.

Pero uno no comienza de la nada a escribir bandas sonoras. Kilar se formó en Cracovia y luego en París, bajo la tutela de nombres como Stockhausen, Pierre Boulez, Luigi Nono, Nadia Boulanger… Para cuando escribió su primera composición para cine, a principios de la década de 1970, ya había perfeccionado un particular carácter neoclásico al estilo de Stravinsky, había flirteado con la música floklórica imitando a Bartók, había experimentado con distintas vanguardias, había explorado la técnica dodecafónica y se encontraba en pleno arrebato místico con el minimalismo.

Sin embargo, su composición Orawa, terminada en 1986, a pesar de estar articulada sobre pequeñas células rítmicas y tener un aire contemplativo que recuerda a esa época minimalista, está acomodada en un estilo fuertemente nacionalista, con elementos arraigados en la tradición religiosa y el folklore polacos, coronando las “obras de los montes Tatra”, una serie de composiciones inspiradas en una zona montañosa en la región de los Cárpatos, en la frontera con Eslovaquia.

Escrita para orquesta de cuerdas, es una de las obras más conocidas de Kilar –y, según sus propias palabras, la que más orgulloso le hacía sentir– y se caracteriza por el uso de figuras repetidas que varían en textura, dinámica y ritmo mientras deambulan por la orquesta, que a veces toca en grupo y otras veces se reduce a un trío o incluso a un solo, cambiando los colores orquestales y la densidad de la música para lograr un efecto dramático. Espontánea, enérgica y temperamental, por momentos parece representar las potentes fuerzas de la naturaleza, pero también un alegre festival de la cosecha, siguiendo, tal vez, un imaginario cambio de plano.

La segunda obra de la velada corresponde también a otro autor polaco –en Polonia hay mucha y buena música más allá de Chopin–: Krzysztof Penderecki. Paisanos y prácticamente de la misma edad, las trayectorias iniciales de Kilar y Penderecki son muy similares: nacidos a principios de los años 30 del pasado siglo, vivieron primero el nazismo, luego el comunismo y, a finales de siglo, la revolución política; católicos devotos, vieron reforzada su fe por el largo papado del también polaco Juan Pablo II; recibieron las mejores tutelas musicales del momento y lideraron la vanguardia en los 60 –de hecho, Penderecki será recordado como uno de los compositores más audaces e innovadores de la segunda mitad del siglo XX–… Sin embargo, el estilo de Penderecki es el que más ha cambiado con los años, alejándose gradualmente de la dureza y rigidez de la modernidad y el atonalismo, recuperando modelos armónicos más clásicos, consonantes y, en definitiva, más amables.

Como en el de Kilar, en el catálogo de Penderecki también figuran unas cuantas bandas sonoras, pero circunscritas al cine polaco, no demasiado conocido por estos lares salvo, quizás, la obra maestra de Wojciech Jerzy Has “El manuscrito encontrado en Zaragoza”. Pero el cine no sólo se nutre de composiciones originales, sino que toma obras no compuestas originariamente para la gran pantalla y las incorpora a sus bandas sonoras, de modo que podemos encontrar fragmentos del Concierto para chelo de Penderecki en películas tan recordadas como “El resplandor” de Stanley Kubrick o “El exorcista” de William Friedkin –lo cual me hace pensar que ese concierto en concreto debe de ser algo inquietante–. Con todo, esta otra forma de aparecer en la gran pantalla tiene connotaciones musicales muy significativas: estamos frente a un estilo compositivo sorprendente, apasionado y profundamente expresivo, que encaja con el lenguaje cinematográfico y conecta con el espectador, pero que carece de ese componente visual y narrativo que tiene la música compuesta directamente para el cine.

El Concierto Grosso para tres violonchelos, la obra que nos ocupa, no aparece en ninguna película –hasta donde yo sé–, pero tiene un lenguaje descarado y revelador que bien podría funcionar en la pantalla. La obra, encargada en 2001 por Charles Dutoit para la Orquesta NHK de Tokio, de la cual era Director Musical en ese momento, se trata de un largo concierto grosso de seis movimientos al estilo de aquellos conciertos barrocos de Corelli en los que dos o más solistas están en constante diálogo con una pequeña orquesta, pero en este caso con un grupo formado por tres violonchelos solistas y una gran orquesta de dimensiones modernas. La escritura, un poco espinosa en algunos puntos pero, en general, asombrosa y llamativa, cubre un amplio terreno estilístico; de aire melancólico y algo brumoso, sorprende con deslumbrantes efectos y brillantes armonías, donde los tres violonchelos solistas necesitan de tres caracteres claramente diferenciados que complementan un seductor trabajo de orquestación.

La última obra de hoy es la Cuarta Sinfonía de Brahms y no, el compositor alemán nunca llegó a pensar en que el cine pudiera tener música, si es que acaso llegó a oír hablar del invento de los hermanos Lumière. Y, sin embargo, sus composiciones están presentes en cientos de películas desde que en 1929 sonaron sus Danzas Húngaras en el film “The Squall” de Alexander Korda. De hecho, la quinta de estas danzas, junto con la Canción de cuna op.49 n.4, son las dos piezas de entre todo el repertorio brahmsiano que más han aparecido en la gran pantalla. En cambio, esta cuarta sinfonía apenas ha sido utilizada en un capítulo de la serie “Los 100”, un episodio de la antológica serie británica “Relatos de lo inesperado”, la película canadiense “Laurence anyways” de Xavier Dolan… y poco más. Resulta sorprendente porque estamos ante una de las mejores composiciones de Brahms y, probablemente, la quintaesencia de la sinfonía romántica, además de una obra profundamente sentimental que enseguida alcanza al oyente. O tal vez sea por eso mismo y los cineastas, temerosos de que les robe la atención del espectador y celosos de la capacidad artística del compositor, prefieren prescindir de una obra de este calibre en sus cintas.

Sea como fuere, la cuarta y última de las sinfonías de Brahms es una obra maestra. Mucho hemos hablado en estas páginas digitales sobre las sinfonías del de Hamburgo en los últimos tiempos: yo misma les hablé de la primera en el último concierto de la pasada temporada y Yolanda Quincoces lo hizo en febrero sobre la tercera, así que intentaré no aburrirles con generalidades.

Si la Primera sinfonía de Brahms parece la evolución natural del catálogo de Beethoven, esta Cuarta allana el camino para las de Mahler que vendrán después, y lo hace con la solidez que otorga la culminación de un lenguaje ya asentado, en este caso el romántico, y la madurez compositiva y personal del autor, que la escribió a sus 51 años, curtido ya en los avatares de la vida y con una trayectoria musical bien consolidada. Escribió esta sinfonía entre 1884 y 1885, un año después del exitoso estreno de la Tercera y en una etapa tranquila, retirado en los Alpes austriacos, pero, lejos de gestar una obra luminosa, bucólica y placentera, Brahms compuso una de las creaciones musicales más oscuras, melancólicas y emocionales del siglo XIX. Se desconoce qué movió al alemán a escribir algo así, qué hechos o reflexiones oscurecían su espíritu, pero, desde los primeros compases se puede sentir ese peso.

El primer movimiento se desarrolla a partir de los materiales más simples: un sencillo intervalo de tercera descendente sobre el cual desarrolla largas líneas de expresividad contenida, sin sentimentalismos. Un segundo tema de bella melodía en los violonchelos se cruza con un tercero, más luminoso, en maderas y trompas y, a partir de ahí, se van trenzando en una compleja interacción con intrincadas conexiones temáticas donde las líneas melódicas largas lucen con melancólico lirismo al tiempo que motivos de los otros temas crean un tejido contrapuntístico de rica textura, desembocando en una poderosa conclusión.

El segundo movimiento comienza con una contundente exposición, seguida por un delicado pasaje de las cuerdas, que alterna pasajes más animados con un ominoso tono lúgubre, hasta que una nueva aparición del tema inicial anuncia y cierra el círculo. Este segundo movimiento contrasta con el tercero, enérgico y vital, presenta una curiosa forma a caballo entre una sonata, un scherzo y un rondó que, sin una estructura bien definida, se sustenta en una chispeante energía, rítmica, palpitante y casi desafiante.

Pese a la originalidad de este movimiento, todo se queda en un juego de niños en comparación con el cuarto. Con una estructura parecida a la de una passacaglia de Bach, comienza con ocho compases presentados por las maderas, seguidas por 32 variaciones de apabullante y caleidoscópica imaginación, a pesar del oscuro tono sombrío de todas ellas. El material de las variaciones está organizado de tal manera que juega con las texturas, las dinámicas y la expresividad para ordenarlos como si de una especie de sonata se tratase y encierra tal intensidad que algunos amigos de Brahms intentaron persuadirle de que lo mejor era eliminarlo de la sinfonía y publicarlo como una obra independiente. Afortunadamente, les ignoró y culminó la sinfonía con estos diez minutos de inspiración creativa que no necesitan de ninguna imagen ni ningún cineasta para transportarnos más allá de las pantallas.

Nora Franco


Michal Dmochowski.

Violonchelo

El profesor Michał Dmochowski (Madrid), nacido en Varsovia, comenzó a aprender a tocar el violonchelo con el profesor Kazimierz Michalik, estudiando en la Academia Chopin de la capital de Polonia. Gracias a becas de diversas instituciones, como la AECI (Agencia Española de Cooperación Internacional), la Fundación Japonesa para el Desarrollo Artístico (JESC), la Fundación para el Desarrollo de la Infancia en Polonia y la Fundación Isaac Albéniz, Dmochowski se perfeccionó entre 1998 y 2001 con los maestros Frans Helmerson y Natalia Shakhovskaya en la Escuela Superior de Música Reina Sofía.

Allí tuvo el honor de recibir el premio al estudiante más destacado de manos de la Reina, y recibió clases magistrales de destacados músicos como Bernhard Greenhouse, Natalia Gutman, Tobias Kuhne, Boris Pergamenschikow, Imre Rohmann, Miloš Sádlo y, especialmente, Philippe Müller.

Tras completar sus estudios, Michał Dmochowski ganó premios en concursos como el Concurso de Violonchelo Kazimierz Wilkomirski de Poznań (Polonia), el Concurso Internacional de Violonchelo Ludwig van Beethoven de Hradec nad Moravicí (República Checa), el Concurso para Jóvenes Violonchelistas de Elbląg (Polonia), el Concurso Internacional de Violonchelo de Liezen (Austria) y el Concurso Witold Lutosławski de Varsovia. Rápidamente inició una carrera internacional que le llevó a colaborar con artistas de la talla de Alexander Anissimov, Teresa Berganza, Fabio Bidini, Zakhar Bron, Gerard Caussé, José María Gallardo del Rey, Enrique García Asensio, Siegfried Mauser, Paul Meyer, Zsolt Nagy, Hansjörg Schellenberger, Tomasz Tomaszewski, Radovan Vlatković y Jörg Widmann. Su actividad artística incluye colaboraciones como solista con el Octeto Ibérico de Violonchelos y con el conjunto instrumental Plural Ensemble.

Sus recitales por todo el mundo le han llevado a Alemania, Austria, Bélgica, Bielorrusia, República Checa, China, Corea del Sur, República Dominicana, España, Estados Unidos, Francia, Grecia, Italia, Lituania, Marruecos, Países Bajos, Polonia, Portugal y Rusia. Ha actuado en salas tan prestigiosas como el Auditorio Nacional de Música de Madrid, el Teatro Monumental, la Fundación Juan March, la Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Liceo de Barcelona, el Auditorio de Zaragoza, la Filarmónica de Burgos y el Palacio de Festivales de Santander; el Estudio W. Lutosławski y la Filarmónica Nacional de Varsovia; el Auditorio de Roma, la Ópera Cómica de París, la Filarmónica Nacional de Lituania, el Poly Theater de Pekín, la Sala Pick-Staiger de Chicago y la Filarmónica de Santo Domingo, así como en los principales festivales de música, como el de Otoño de Varsovia o el Encuentro de Música y Academia de Santander.

Entre sus grabaciones más destacadas se encuentran sonatas de Rachmaninov, A. Bauer, S. Stojowski, W. Szalonek y A. Tansman, siempre acompañado por Graham Jackson; y el disco Mi España (Deutsche Grammophon).

Su grabación más reciente es el Concierto para violín y violonchelo op. 102 de Brahms, con el violinista Zakhar Bron y la Orquesta de la Radio y Televisión Polaca. También ha grabado con RNE, TVE, la Radio Nacional Polaca y la Televisión Lituana.

Michał Dmochowski es profesor del Conservatorio Profesional de Música Jacinto Guerrero de Toledo desde el año 2000. En la Escuela Superior de Música Reina Sofía, fue profesor asistente de violonchelo en la Cátedra Natalia Shakhovska de Violonchelo de 2001 a 2014, y más tarde de la Cátedra de Ivan Monighetti de Violonchelo. También es profesor invitado de violonchelo en el Centro Superior Katarina Gurska.

Fuertemente comprometido con la educación, el violonchelista fue director artístico de 2012 a 2016 del exitoso proyecto «Europa a las puertas», un programa de educación musical dirigido a escuelas de música de primer y segundo nivel de Silesia financiado y encargado por la Unión Europea, que ha sido reconocido como uno de los mejores en educación musical del Viejo Continente.

Entre sus numerosos alumnos se encuentran prometedores y reconocidos artistas, ganadores de premios nacionales e internacionales, profesores de conservatorios superiores de música, maestros y miembros de orquestas como la Gulbenkian de Lisboa, la Orquesta Nacional de España, RTVE, la Orquesta Sinfónica de Bilbao o la orquesta del Teatro Real de Madrid. Luis Aracama, Fernando Arias, Pedro Bonet, Paula Brizuela, Marco Fernández Pereira, Pablo Ferrández, Alfredo Ferré, Víctor García, Héctor Hernández, Mikołaj Konopelski, Antonio Martín Acevedo, Mon-Puo Lee Hsu, Lucía Otero y Teresa Valente pueden dar fe de ello.

Michal Dmochowski toca un instrumento inglés de 1780 construido por W. Forster, cortesía de D. Juan Vizuete Mendoza.


Orfilia Saiz.

Violonchelo

Artista de perfil múltiple, en el ámbito de la docencia, comenzó a enseñar en el Departamento Junior de la Guildhall School en Londres y pasó dos años en el conservatorio de Sion. Actualmente es Catedrática de violoncello en el RCSM de Granada, por oposición. Obtiene sus Títulos Superiores de cello y música de cámara en Bilbao ambos con Premio Extraordinario, realizó después un posgrado en la Guildahall School de Londres y un máster de interpretación en Lausanne con el maestro Demenga, donde obtuvo su diploma de solista con felicitaciones.

En 1999 recibió el premio Birdie Warshaw para violonchelo, el primer premio en el concurso para cuartetos de cuerda Dorothy Adams, adjudicado por el cuarteto Takacs, y el premio Piramid Award de Londres adjudicado por la Deutsche Bank.

Durante 25 años ha desarrollado la interpretación de forma ininterrumpida: Como solista ha tocado conciertos con la Orquesta Ciudad de Granada, Orquesta de Cámara de Lausanne, Orchestre du festival du Jura, Orquesta Sinfónica de Bilbao, Orquesta “Vivaldi “ de Paris, Orquesta Nacional de Transilvania y de Bucarest conciertos de Haydn, Saint-Saëns, Tchaikovski, Penderecki y Schumann. Como miembro de diferentes agrupaciones camerísticas ha tocado en el Wigmore Hall de Londres, Festival de Manchester, Musicades de Lyon, Schubertiades Suizas, Festival de Val Gardena, CDMC de Madrid, Fundación Botín de Santander, Sala del conservatorio de Ginebra, Fundación Juan March, Auditorio de Granada, “Viva Cello Festival”, etc.

Ha realizado varias grabaciones: Integral de los trios de Martucci para Naxos, Integral de los tríos de Mozart y música para violín y cello para IBS Clasical, varios CD dedicados a Piazzolla con Classico, una publicación discográfica de la Fundación Botín con obra de compositores cántabros, Cuartetos de A. Haba para la BBC2, monográfico García Abril para TVE2, un recital en directo para ESPACE2.

Cuenta con publicaciones pedagógicas dedicadas a la técnica del violoncello y artículos de investigación sobre la Lectura a primera vista en los instrumentos de cuerda. Puede acceder a todo este contenido en su web personal: www.orfiliasaizvega.com Su actividad se ha visto distinguida por la Real Academia de Bellas Artes de Granada, es un gran honor ser miembro Numerario de la misma desde 2016, y Directora desde 2019.

Toca un violonchelo construido por Marc Paquin, 2019.


Adam Klocek.

Violonchelo

Violonchelista y director de orquesta, ganador del Premio Grammy 2014, descrito por Krzysztof Penderecki como «uno de los directores más prometedores de la joven generación».

En 2004 ganó un concurso para el puesto de director asistente del maestro Jan Latham- Koenig, director artístico de la Filarmónica de Wrocław y del festival Vratislavia Cantans.

En 2012, también se convirtió en director artístico de la Filarmónica B. Huberman de Częstochowa. Desde septiembre de 2020, es el director general de esta institución.

Su actuación en el Festival Internacional de Música Ermitage de San Petersburgo, durante la cual interpretó su Concierto para violonchelo con la Orquesta Estatal del Hermitage, fue descrita por el principal diario ruso Nezavisimaya Gazeta como «un regalo del cielo».

Adam Klocek estudió en la Musikhochschule de Colonia y en la Hochschule fur Musik Hanns Eissler en las clases de: Maria Kliegel y Boris Pergamenschikow.

Los éxitos en concursos nacionales (primer premio en el Concurso D. Danczowski en Poznań, 1992) e internacionales de violonchelo en Colonia, Múnich y Nueva York, entre otros, así como premios y becas (C.M. von Weber, Interlochen Center for Arts, European Broadcasting Union EBU) han dado lugar a actuaciones en importantes centros musicales. Sus planes de conciertos incluyen una invitación para participar en el estreno mundial del Concerto grosso de K. Penderecki bajo la batuta del compositor, representar a Polonia en el festival Europalia, la inauguración del Octavo Foro Lutosławski en la Filarmónica Nacional y una gira de conciertos por EE.UU. y Extremo Oriente. Por la grabación del estreno de «Concerto Grosso» con la Orquesta Filarmónica Nacional bajo la batuta de A. Wit, el artista recibió el premio «Fryderyk 2002». En enero de 2003, actuó en el concierto de gala que inauguraba el «Año de Krzysztof Penderecki» en la Filarmónica Nacional.

En septiembre de 2004, junto a Sinfonia Varsovia, estrenó el Concierto para violonchelo de Krzesimir Debski, escrito para él. Junto con Leszek Możdżer actuó en un dúo, calificado por la BBC de «sensacional», cuyo álbum se convirtió en el más vendido de 2005, y ambos artistas fueron los únicos representantes del mundo de la música clásica que actuaron durante el concierto de gala de cumpleaños de TVP Kultura. Estaba vinculado por un contrato discográfico con Universal Music. Actualmente toca un instrumento Giuseppe Rocca «ex Tortelier» de 1848.

Tras una intensa carrera como violonchelista solista entre 1993 y 2003, el artista se dedicó a la dirección de orquesta. Entre otras cosas, asistió al maestro Jacek Kaspszyk durante los preparativos de la puesta en escena de «Nabucco» de G. Verdi en el Gran Teatro de la Ópera Nacional. Posteriormente, ganó un concurso para convertirse en director asistente del maestro Jan Latham-Koenig en la Filarmónica de Wrocław.

Como violonchelista y director, Adam Klocek ha actuado con artistas de fama mundial como Shlomo Mintz, Heinrich Schiff, Joshua Bell, Vadim Repin, Misha Maisky, Nelson Goerner, Yulianna Avdeeva, Valery Afanassiev, Krzysztof Penderecki, Dame Evelyn Glennie, Randy Brecker, Boris Pergamenschikow, Jerzy Maksymiuk, entre otros.


Eduardo Strausser.

Director

En la temporada 2024/25, el director de orquesta brasileño Eduardo Strausser inicia su primer año como director principal y director musical de la Norrlandsoperan. Esta temporada incluye una extensa gira nórdica en noviembre de 2024 y el estreno mundial de la ópera prima de Jenny Wilson, The Lovers, en marzo de 2025.

Profundizando en sus sólidas relaciones con la Orquesta Sinfónica de Amberes, el verano de 2024 ha tenido lugar la primera aparición de Strausser en la Royal Concertgebouw Hall con la orquesta y el solista Yeol Eum Son.

Strausser continúa su relación con la Ulster Orchestra, la Hallé, la Royal Philharmonic Orchestra y la Orchestre de Montpellier, además de debutar con la Bilbao Orkestra Sinfonikoa , la San Diego Symphony y la Pacific Symphony. Otros compromisos en Estados Unidos le han llevado a las orquestas sinfónicas de Kansas City, Utah, Carolina del Norte, Detroit e Indianápolis.

Strausser, que trabaja frecuentemente por toda Australia, esta temporada va a actuar dos veces con las orquestas sinfónicas de Sydney y Queensland, además de debutar con la Malaysian Philharmonic Orchestra y la Adelaide Symphony Orchestra.

Director residente del Teatro Sao Paolo de 2014 a 2016, Eduardo se ha convertido en un experimentado director de ópera y sus producciones en Sao Paolo han incluido Elektra y Fosca de Carlos Gomes, así como representaciones de El Cascanueces con el Balé da Cidade de São Paulo y una producción de Stefano Poda de la Sinfonía n.º 1 de Mahler. Actualmente reside en Berlín, pero sigue regresando a Latinoamérica para dirigir como invitado.

Recientemente dirigió Die Odyssee, de Leonard Ever, para la Ópera de Zúrich. Otros títulos destacados incluyen Tosca para la Northern Ireland Opera y el Theater Magdeburg, obra que también dirigió en el Staastheater Hannover junto a otras producciones como Il Barbiere di Siviglia, Hansel y Gretel y Die Zauberflöte. También ha dirigido La bohème para el Teatro Municipal do Rio de Janeiro y el Teatro Verdi di Padova.

Desde muy joven, Eduardo está muy interesado en las obras de compositores contemporáneos. Durante sus estudios en la Escuela Superior de Arte de Zúrich, trabajó con el visionario Karlheinz Stockhausen. También como estudiante participó en el Foro Internacional para Directores de Orquesta de la Ferienkurse für Neue Musik de Darmstadt, donde tuvo la oportunidad de trabajar estrechamente con los compositores György Kurtág y Brian Ferneyhough.

Eduardo trabaja con solistas de primera fila, como Javier Perianes, Nobuyuki Tsujii, Alexandra Lowe, Isata Kanneh-Mason, Marie-Ange Nguci, Paul Lewis, Augustin Hadelich, Richard Galliano, Cédric Tiberghien y Steven Osborne, entre otros. Eduardo es políglota y habla con fluidez ocho idiomas: alemán, italiano, francés, español y hebreo entre ellos.

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El arquetipo del artista romántico es la idea sobre la que gira obsesivamente la Sinfonía fantástica de Berlioz, una obra que fue definida por Bernstein como el primer ejemplo de música psicodélica de la historia, y con la que cerramos nuestro ciclo de Mitos. El otro gran atractivo del programa será el regreso del pianista japonés Nobu, después de su inolvidable primera visita. Esta vez con el Concierto en Sol de Ravel, en el 150 aniversario del compositor.

Tatsuya Shimono, director
Nobuyuki Tsujii, piano


I

MAURICE RAVEL (1875 – 1937)

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II. Adagio assai
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Nobuyuki Tsujii, piano

II

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I. Ensueños y pasiones (Largo.Allegro agitato e appassionato assai)
II. El baile (Allegro non troppo)
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Dur: 105’ (aprox.)

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Este espectáculo Mari-Eli, producido por el Teatro Arriaga y con la colaboración especial de la Fundación BBK, supone una recuperación musicológica de primer orden, una mirada de hoy a una zarzuela con muchos referentes propios del género, que cobrará una dimensión absolutamente diferente bajo la dirección escénica de Calixto Bieito. La participación de la Sociedad Coral de Bilbao, tan ligada a Guridi, simboliza hoy la vigencia de la transmisión del canto coral y la apuesta del Teatro Arriaga por reivindicarlo y potenciarlo. La recuperación de la partitura original de Guridi ha sido promovida por la Sociedad Coral de Bilbao que ha contado para ello con la colaboración del Gobierno Vasco y de la Diputación Foral de Bizkaia.

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