Conciertos
Siempre Ravel
Programa 05
Elaine Douvas, oboe
Nancy Allen, arpa
Erik Nielsen, director
I
MAURICE RAVEL (1875 – 1937)
Une Barque sur l’océan*
FRANK MARTIN (1890 – 1974)
Tres danzas para oboe, arpa y cuerdas*
I. Seguiriya
II. Soledad
III. Rumba
Elaine Douvas, oboe
Nancy Allen, arpa
II
MAURICE RAVEL (1875 – 1937)
Alborada del gracioso
Menuet antique
La Valse, Poema coreográfico para Orquesta
*Primera vez por la BOS
FECHAS
- 18 de noviembre de 2021 Palacio Euskalduna 19:30 h. Comprar Entradas
- 19 de noviembre de 2021 Palacio Euskalduna 19:30 h. Comprar Entradas
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VOULEZ VOUS DANSER AVEC MOI?
Dice la RAE que bailar es «ejecutar movimientos acompasados con el cuerpo, brazos y pies». ¡Cándidos! Acompasados, dicen. Seguramente han elaborado la definición pensando en un ballet, un grupo de danza folklórica, los concursos de bailes de salón o la serie televisiva Fama, pero a la vista está que no han salido mucho y que no han ido nunca a una boda o a una verbena.
La Wikipedia, por su parte, define el baile como «un arte donde se utiliza el movimiento corporal, generalmente con música, como una forma de expresión y de interacción social con fines de entretenimiento, artísticos y reproductivos». Encuentro este enunciado mucho más ajustado a la realidad –aunque, si la humanidad dependiese del baile para perpetuarse, me temo que estaríamos muy lejos de los casi ocho mil millones que somos a día de hoy–.
Pero, con mejor o peor ritmo, con mayor o menor coordinación, lo cierto es que la danza es algo inherente al ser humano, una necesidad de comunicarse a través de la corporalidad anterior al dominio de la palabra, donde los ritmos de la propia respiración y los latidos del corazón sirvieron para marcar la cadencia primigenia de la danza.
Desde los instrumentos de percusión idiófonos en su forma más primitiva hasta la tecnología más avanzada de nuestros tiempos, la danza ha evolucionado de la mano de la música, resultando difícil disociar la una de la otra. Desde los bailes rituales al más moderno trap, pasando por estilos tan diversos como un minueto, una jota, el rock, una mazurca, una bachata, el hip-hop, un vals, un tango o la música disco…, danza y música han formado y siguen formando a través de épocas y modas un binomio a veces extraño pero indisoluble.
La música clásica no solo no es ajena a esta estrecha relación, sino que la danza forma parte imprescindible de su historia. Como se suele decir, no tengo pruebas pero tampoco dudas de que ningún compositor ha escapado a los ritmos bailables. Zarabandas, gigas, alemandas, gavotas, minuetos, polcas, mazurcas, danzas húngaras, eslavas, escocesas, valses vieneses, franceses, polonesas, milongas, pasodobles… –y qué decir de la música para ballet– cuajan las páginas de las partituras más famosas y se programan a diario en las salas de concierto.
Hoy mismo tenemos ante nosotros un programa lleno de baile, ritmo y movimiento. Pero en francés: danse, rythme et mouvement, porque hoy escucharemos a Ravel –nuestro más apreciado artista vascofrancés– y a Frank Martin –pronunciado a la francesa, “Magtán”, porque era suizo, sí, pero de los suizos que hablan en francés–.
La primera obra que escucharemos hoy pertenece a Miroirs (Espejos), una suite de cinco piezas para piano de estilo impresionista que, según el propio Ravel, «marcó un cambio bastante considerable en mi evolución armónica». Entre 1904 y 1905, inmerso en un momento de gran decepción y frustración con el Conservatorio de París y el mundillo musical parisino, para agradecer el apoyo y la complicidad de sus más íntimos amigos del círculo literario y artístico llamado Les Apaches –jóvenes poetas, escritores, músicos y críticos atrevidos, innovadores y vanguardistas–, Ravel compuso en su honor esta obra, dedicando cada uno de sus cinco movimientos a uno de estos “apaches”, como si fueran retratos vistos a través de un espejo.
Une barque sur l’océan (Una barca en el océano) es el tercero de estos reflejos y está dedicado al pintor Paul Sordes. Fue orquestado por el propio Ravel solo un año después de su estreno a piano y constituye un excelente ejemplo del dominio de la motilidad del autor, plasmando de una forma casi tangible el movimiento del barquito mientras se bambolea, ora en aguas serenas, ora entre el violento oleaje, dominado por el poder del océano. Las líneas contundentes representan la fuerza del mar, mientras que los arpegios que fluyen constantemente evidencian los arabescos de las corrientes marinas; el balanceo del barco se observa dentro de las texturas fluidas y las armonías cambiantes nos transportan con el reflujo de las olas; la tormenta llega en un crescendo de potencia y extensión, mientras los contrastes de dinámicas se utilizan para ilustrar la imprevisibilidad del océano. Vívidamente sensual, a pesar de no ser un baile, la música nos arrastrará en la danza de las aguas.
Trois dances pour hautbois, harpe et cordes (Tres danzas para oboe, arpa y cuerdas) nos saca del vaivén embriagador y nos mete de lleno en el baile. Con un estilo propio característico y al mismo tiempo extremadamente variable, es muy difícil encasillar a Frank Martin en una escuela determinada. A lo largo de su dilatada carrera sus composiciones pasaron desde una apariencia impresionista francesa al jugueteo con la música pop, pasando por las armonías modales, los ritmos arcaicos, la música folk, los aires indios y búlgaros, el dodecafonismo de Schönberg y la tonalidad extendida. Pero estas tres danzas, compuestas en los últimos años de su vida, nos llevan a los ritmos flamencos, inspirados por su hija Teresa: «A mi padre le encantaba desde siempre la música española. Ya mucho más tarde, por mi vocación por la danza, la conoció más a fondo y se enamoró absolutamente del flamenco».
Esta obra fue escrita para el dúo formado por el matrimonio Heinz y Ursula Holliger, reconocidos virtuosos de sus respectivos instrumentos –oboe y arpa, obviamente–. La comprensión que tenía Martin de los matices característicos de los instrumentos, su capacidad para crear combinaciones inusuales y su potencial para interpretaciones virtuosas tienen una de las claves del éxito de esta obra. La otra clave está en las superposiciones de rítmicas complejas inspiradas en la estética flamenca de la Seguiriya, la Soledad y la Rumba.
Después de estos aires flamencos, volvemos a Ravel y sus Miroirs, pero sin abandonar los bailes españoles. La alborada del gracioso (en castellano en el original) es el cuarto de sus retratos musicales, compuesto en 1905 –pero orquestado en 1918–, esta vez dedicado a Michel-Dimitri Calvocoressi, crítico musical, fan de la música del de Cibure y buen amigo suyo. Su peculiar título alude al “gracioso”, el tonto de las obras de Shakespeare, el arlequín de la Commedia del’Arte, el joker de la baraja francesa, el pícaro de la pintura y del teatro del Siglo de Oro, y su humor ingenioso y socarrón se trasluce a través de la pieza. La composición desborda color y luz, la fluidez de sus melodías, el ritmo de seguidilla y las reminiscencias del rasgueo de guitarras evocan complejas, rítmicas y expresivas danzas españolas que Calvocoressi definió como «un gran scherzo independiente a la manera de Chopin o Balakirev, donde el humor y la vivaz fantasía de La alborada merecen el más grande de los elogios».
Ricardo Viñes, un brillante pianista español que se había hecho amigo de Ravel en el conservatorio, fue el encargado de estrenar estos Miroirs así como la siguiente obra –el siguiente baile– del concierto de esta tarde: Menuet antique (Minué antiguo). La versión original para piano fue escrita en 1895, aunque la orquestación no llegó hasta 1929. La forma de minué aparecerá después en otras obras de Ravel pero, en esta pieza de juventud, escondiéndose tras una estructura anticuada y aparentemente rígida, juega con la forma de minueto –rompiendo su ritmo ternario, agrupando sus frases en dos y volviéndolo a “ordenar” poco después–, y moldea las armonías a su antojo.
Y en esta velada bailable no podía faltar el rey de los salones: el vals –La valse–. Lo que empezó como un homenaje a Johann Strauss II y sus valses vieneses, terminó convirtiéndose en una obra con sentido propio. Amante del vals y de los ritmos ternarios –como queda manifiesto en otras obras como su famosísimo Bolero–, la idea de componer una apoteosis sinfónica del vals vienés rondaba la cabeza de Ravel desde hacía más de una década, pero la Primera Guerra Mundial cambió profundamente la perspectiva de Ravel, robándole a la obra el aire frívolo y cortesano a cambio de un final febril, explosivo y salvaje. «Después de Le tombeau de Couperin (1917) el estado de mi salud me impidió trabajar durante algún tiempo. Cuando comencé a componer de nuevo fue para escribir La valse, un poema coreográfico cuya idea yo había tenido antes de escribir la Rapsodia española. Mi intención fue hacer una obra que fuera una apoteosis del vals vienés, que en mi imaginación estaba asociado con una especie de danza de derviches, fantástica y fatal».
Y con este vals demoníaco termina la velada. Lo bueno de esta música es que no es necesario lanzarse a la pista de baile. Basta con cerrar los ojos, cómodamente sentados en la butaca, y dejar flotar la imaginación en etéreos giros, ligerísimos pasos, saltos ingrávidos y maravillosos movimientos, gráciles y acompasados, que nuestro cuerpo no necesita estropear. Disfruten de la danza y yo, como José Vélez en Eurovisión, les hago una proposición: voulez vous danser avec moi?
Nora Franco
Elaine Douvas.
Oboe
Elaine Douvas ha sido oboe solista de la Metropoilitan Opera de Nueva York durante más de 40 años y profesora de oboe en la Juilliard School desde 1982, ejerciendo también el cargo depresidenta de su departamento de viento de madera. Durante los veranos, es artista y miembro del claustro del Aspen Music Festival and School desde ya hace mucha temporadas.
Elaine. Douvas ha impartido seminarios intensivos en Le Domaine Forget en Quebec, Interlochen (MI) Arts Camp y Hidden Valley Music Seminars en California. Ha impartido clases magistrales en Beijing, Shanghai y Londres, y en 2017 fue la presidenta del jurado del Concurso Internacional de Oboe ARD Munich. Sus antiguos alumnos ocupan puestos en orquestas y universidades de todo el mundo.
Entre los momentos más destacados de su carrera cabe destacar la interpretación del Concierto para oboe de Richard Strauss con la MET Orchestra en el Carnegie Hall, bajo la dirección de James Levine. Sus CD comprenden un recital en solitario para Boston Records, "Pleasure is the Law" de su cuarteto del mismo nombre, y "Oboe Divas" en el sello Oboe Classics.
Douvas se formó en el Instituto de Música de Cleveland y en la Academia de Artes de Interlochen. Su primer trabajo fue Oboe Solista de la Sinfónica de Atlanta a la edad de 21 años. Durante los últimos 25 años ha dedicado su tiempo libre al patinaje artístico y ha pasado once pruebas de la USFSA.
Nancy Allen.
Arpa
Aclamada por el New York Times después de su debut en un recital de Nueva York en 1975, Nancy Allen se incorporó a la Filarmónica de Nueva York en 1999 como Arpa Solista. Mantiene una apretada agenda de conciertos, además de dirigir los departamentos de arpa de The Juilliard School, Stony Brook University y Aspen Music Festival and School.
Su agenda incluye recitales en solitario en los principales festivales internacionales, en lo que ha colaborado con artistas de la talla de Kathleen Battle, Richard Stoltzman, Manuel Barrueco y Carol Wincenc.
Su registro para-EMI de la Introducción y Allegro de Ravel con el Cuarteto de Tokio recibió una nominación al premio Grammy. Debutó en concierto con la Filarmónica de Nueva York en 2000 estrenando en Estados Unidos el Concierto para flauta, arpa y orquesta de Siegfried Matthus con el director musical Kurt Masur y Robert Langevin y ha interpretado el Concierto para arpa y flauta de Mozart en varias ocasiones bajo la batuta de Lorin Maazel y Alan Gilbert.
Natural de Nueva York, estudió con Pearl Chertok. En 1972 estudió en París con Lily Laskine e ingresó en The Juilliard School para estudiar con Marcel Grandjany. En 1973, ganó el Quinto Concurso Internacional de Arpa en Israel y recibió el National Endowment for the Arts Solo Recitalist Award. Maestra destacada durante más de 40 años, sus alumnos ocupan puestos en orquestas de todo el mundo e incluyen a muchos de los principales arpistas de la actualidad.
Erik Nielsen.
Director
Erik Nielsen es un director que trabaja con desenvoltura en los ámbitos operístico y sinfónico. Desde 2015 es Director titular de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, siendo además Director Musical del Theater Basel entre 2016 y 2018, donde continua siendo invitado regularmente a dirigir la Sinfonieorchester Basel. En 2002 dio inicio a una asociación de 10 años con la Ópera de Frankfurt, comenzando como Korrepetitor (pianista) y más tarde como Kapellmeister de 2008 a 2012. En ella se ha consolidado dirigiendo títulos de un amplio repertorio que abarca desde Monteverdi a Lachenmann. Antes de establecerse en Frankfurt, Erik Nielsen fue arpista en la Orchester-Akademie de la Filarmónica de Berlín.
Entre sus próximos proyectos para la temporada 20/21 destacan su debut en la Dutch National Opera dirigiendo a la Rotterdam Philharmonic Orchestra en una nueva producción del Oedipus Rex de Stravinsky combinado con el estreno mundial de la ópera Antigone de Samy Moussa, sus debuts con la Sinfónica de Galicia y Orchestre der Tiroler Festspiele y su regreso a la Bayerische Staatsoper de Múnich con Ariadne auf Naxos de Richard Strauss.
Entre sus compromisos recientes destacan Karl V de Krenek con la Bayerische Staatsoper Munich, Oedipus Rex, Il Prigioniero y Pelléas et Mélisande en la Semper Oper Dresden, Peter Grimes y Oreste de Trojahn en la Opernhaus de Zürich, Billy Budd y Das Mädchen mis den Schweflhörzern de Lachenmann en Frankfurt, Mendi Mendiyan de Usandizaga, la Pasión según San Juan y Salome en Bilbao, y The Rake’s Progress en Budapest, además de conciertos en Oslo, Manchester, Estocolmo, Madrid, Estrasburgo, Lisboa, Basilea, Aspen Music Festival y en el Interlochen Arts Camp.
Pianista desde muy joven, Erik Nielsen estudió dirección de orquesta en el Curtis Institute of Music y se graduó en oboe y arpa en The Juilliard School. En 2009 fue galardonado con el Premio Sir Georg Solti por la Fundación Solti U.S.
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