Conciertos
TEMPORADA BOS 14
Abono “Enigmas y leyendas”
R. Wagner: Tannhäuser, obertura
F. Liszt: Concierto para piano y orquesta nº 1
N.Rimsky-Korsakov: Sherezade
Stanislav Khristenko, piano
Andrew Gourlay, director
FECHAS
Venta de abonos, a partír del 24 de junio.
Venta de entradas, a partir del 16 de septiembre.
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MIL Y UN COLORES
Es abril de 1839 cuando Wagner abandona París en busca de un futuro mejor en tierras alemanas, donde espera asistir al estreno de sus nuevas óperas. En el camino le impresiona la formidable fortaleza de Wartburg, alzada sobre una abrupta colina en la ciudad de Eisenach y escenario de un célebre torneo de canto promovido en 1207 por el landgrave Hermann. Wagner conoce la leyenda y, dotándola de una serie de licencias poéticas y literarias, basa en ella el libreto de su segunda ópera romántica, Tannhäuser, compuesta en circunstancias mucho más favorables que sus obras anteriores, pues esa primera estancia en París ha estado plagada de adversidades y tanto Rienzi como (en menor medida) El holandés errante permanecen aún demasiado atadas a las convenciones formales de la época.
En Tannhäuser se enfrentan dos mundos totalmente opuestos: el erotismo presente en el Venusberg entra en dualidad con el amor casto y puro de Elisabeth. El protagonista, atrapado entre ambos, encuentra la salvación al final de la ópera: aunque peregrina a Roma, termina viendo en el arrepentimiento la única forma posible de redención. La obertura, una de las más populares del compositor, se adelanta a esa dualidad y ambienta la obra mediante una línea que atraviesa los motivos de la penitencia, la bacanal y el regreso de los peregrinos. La suntuosa orquestación comienza a apuntar a los futuros dramas musicales, todavía lejanos cuando la ópera se estrena en Dresde en octubre de 1845. Pese a no obtener un éxito rotundo, Wagner consolida su posición como uno de los reformistas del momento y su pensamiento musical comienza penetrar a fondo entre los círculos de la izquierda cultural europea.
De sus aspiraciones de renovar las formas tradicionales y alcanzar una justa relación entre música y poesía participa también Liszt, para lo que llega a instaurar un nuevo género como es el poema sinfónico. Pero para comprender completamente su legado es determinante conocer su faceta de virtuoso, a la que consagra buena parte de su periodo de juventud. Es un virtuosismo en sentido amplio, trascendental, que a menudo se lleva por delante todo tipo de doctrinas. El piano crece con sus obras en posibilidades no sólo técnicas, sino también expresivas, y su primacía indiscutible como concertista le garantiza el reconocimiento en las grandes ciudades. Comienza Concierto para piano y orquesta nº 1 en mi bemol mayor, R 455, S.124 hacia 1835, cuando tiene 24 años, aunque no lo termina durante su etapa de virtuoso y es en Weimar donde lo completa dos décadas más tarde. Para entonces Liszt, que mantiene intacta su voluntad de superación, se ha distanciado de los focos mediáticos para concentrarse en la búsqueda de una nueva estética de la música.
Por todo ello sorprende la espectacularidad del concierto, en apariencia incoherente con esa nueva búsqueda, pero hay razones para pensar que Liszt no lo subestima en absoluto. En febrero de 1855 organiza en Weimar un festival dedicado a Berlioz y en ese marco estrena, bajo la dirección del compositor francés, su nuevo concierto. Desde entonces lo interpreta en diferentes lugares como solista y director, y todavía en una fecha tan tardía como 1886 tiene oportunidad de escucharlo (con Bernhard Stavenhagen al piano) en un monográfico Liszt celebrado en el Crystal Palace de Londres.
Los primeros compases del Allegro maestoso marcan por completo el tono general de la obra: son rotundos, poderosos, vigorosos. Pero lo sorprendente es que en la repetición de esos acordes tan enérgicos, que vuelven una y otra vez, Liszt ha cambiado veladamente de armonía. Es más, la tonalidad de mi bemol mayor no goza de verdadera estabilidad, pues la brillante escritura pianística determina de inicio a fin el desarrollo de la forma y de la propia armonía. La orquestación de este primer movimiento, aparentemente convencional, está abierta juegos instrumentales diversos. El Quasi adagio se inicia en el piano con un apasionado y arrebatado tema que domina el espacio hasta la llegada (sin solución de continuidad) del Scherzo, del que Liszt se muestra especialmente orgulloso por ser una de las primeras veces, o acaso la primera, en la que el triángulo es tratado como solista. Vuelven los contundentes acordes del comienzo del concierto para desatar un sensacional virtuosismo que se recrudece en el Allegro marziale animato, febril recapitulación, transformación y transfiguración de todo lo vivido anteriormente.
En paralelo a las disputas entre renovadores y conservadores que imperan en la vieja Europa a mediados del XIX, Rusia vive su propia polémica interna. Anton Rubinstein, fundador de la Sociedad Musical Rusa (1859) y del Conservatorio de San Petersburgo (1861), aboga por el desarrollo de los ideales europeos, concentrados precisamente en la figura de Wagner. Pero muy pronto la oposición a las instituciones musicales oficiales se manifiesta con extraordinaria vehemencia. Para el crítico Alexander Serov, Rubinstein es “un clasicista retrógrado con una educación alemana”. En esa misma línea, los integrantes del poderoso grupo llamado mogucaja kucka, conocido en occidente como Grupo de los Cinco, defienden una escuela liberada del dogmatismo germánico y que pueda aspirar a la instauración de una auténtica música nacional rusa. Sus miembros, de formación esencialmente autodidacta, son Alexander Balakirev, Modest Mussorgsky, Mily Balakirev, César Cui y Nikolai Rimsky-Korsakov. La asociación es efectiva durante una década y en su interior se realiza una suerte de aprendizaje cooperativo que toma el modelo de Glinka como referencia suprema.
Por motivos diversos, el grupo se fractura progresivamente y cada uno de sus integrantes debe emprender su carrera como compositor en solitario. En este nuevo camino, Rimsky-Korsakov es de los cinco el más solidario con los métodos académicos tradicionales. Incluso llega a ser profesor en el Conservatorio de San Petersburgo desde 1871. Pero esta conversión profesional no implica una ruptura con la herencia musical rusa, a la que sirve desde el uso en sus composiciones de melodías folclóricas y desde la orquestación de diversas obras escénicas de Borodin y Mussorgsky, que de esa forma pueden adentrarse en los círculos operísticos internacionales. Su fascinación por la escritura instrumental y por el colorido orquestal confieren a su música una claridad y un brillo realmente deslumbrantes. Como afirma en su tratado de 1873, para él la orquestación “es parte del alma profunda de la obra musical”. De ahí que esa fantasía, esa claridad y esa consumada técnica orquestal sean determinantes en obras como el Capricho español, La gran pascua rusa o Scheherezade, que son sus piezas sinfónicas más conocidas.
Rimsky compone Scheherezade en el verano de 1888 y dirige su estreno en San Petersburgo en noviembre de ese mismo año. Es una época en la que el exotismo y orientalismo disfrutan de muchos favores. La obra está basada en Las mil y una noches, la famosa colección de cuentos tradicionales de Oriente Medio. El sultán Shahriar, convencido de la naturaleza infiel de las mujeres, decide pasar cada noche con una nueva esposa y decapitarla después. Pero Scheherezade salva su vida al mantener viva, con sus cuentos, la curiosidad del sultán durante esas mil y una noches. Entre esos cuentos está Simbad el Marino, principal fuente de inspiración de la obra. Eso sí, pese a los títulos que da a las cuatro partes de la suite, el compositor no pretende tanto contar una historia como ambientarla. Los elementos unificadores son los temas tradicionalmente relacionados con el sultán y con Scheherezade. Ambos se presentan al comienzo de la partitura y marcan una nueva dualidad: a la ferocidad y contundencia de la orquesta, responde el violín con una melodía dulce, florida y sensual. Uno y otro tema se interrelacionan a lo largo de la obra como motivos conductores que desarrollan una innovadora concepción de la forma musical, como si Scheherezade fuera, en el fondo, un poema sinfónico inmenso.
Asier Vallejo Ugarte
STANISLAV KHRISTENKO – Piano
Las actuaciones de Stanislav Khristenko han cautivado al público de los cuatro continentes desde su primer recital como solista a la edad de once años. Un «poeta del piano» (Le Soir), «pianista simpático y con talento» (The Washington Post), Khristenko ha recibido elogios en los medios de comunicación de todo el mundo. El País escribió sobre su «técnica precisa, potente sonido y dedos de acero».
Stanislav Khristenko ha aparecido como solista junto con la Orquesta Nacional de Bélgica, la Orquesta de Cleveland y la Orquesta de Cámara de Hong Kong, entre otras. De sus interpretaciones, cabe destacar los recitales en solitario en el Carnegie Hall, la Konzerthaus de Viena y el Palacio de Bellas Artes de Bruselas.
Durante la actual temporada de conciertos, actuará en los Estados Unidos, Corea del Sur, Italia, España, Bélgica y Bulgaria. El disco publicado recientemente por Khristenko en el sello Steinway & Sons ha recibido críticas excelentes por unanimidad.
Stanislav Khristenko ha ganado los primeros premios de algunos de los concursos de piano más prestigiosos. Tan solo en 2013, fue galardonado con el primer premio del Concurso Internacional de Piano de Cleveland y el del Concurso Internacional de Música Maria Canals, además de obtener el cuarto premio del Concurso Reina Isabel.
ANDREW GOURLAY – Director
Nacido en Jamaica y con ascendencia rusa, Andrew Gourlay creció en las Bahamas, Filipinas, Japón e Inglaterra. Trombonista y pianista de profesión, obtuvo una beca de postgrado para estudiar dirección de orquesta en el Royal College of Music, donde preparó sinfonías para Haitink y Norrington.
Andrew Gourlay ha sido nombrado director principal invitado de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León para la temporada 2014/15. En 2010, ganó el primer premio del Concurso Internacional de Dirección de la Orquesta de Cadaqués y fue designado director asistente de sir Mark Elder y de la Orquesta Hallé, así como director musical de la Orquesta de Jóvenes Hallé. Ha sustituido en dos ocasiones a sir Colin Davis en el centro Barbican y ha trabajado como director sustituto para Gergiev y Masur.
Entre sus compromisos recientes y futuros, se incluyen actuaciones como invitado junto con la Orquesta Philharmonia, las orquestas de la BBC, la Hallé, la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham, la Sinfónica RTÉ, la Sinfónica de Melbourne, la Orquesta Filarmónica de Auckland, la Filarmónica de Róterdam, la Sinfónica de Stavanger, la Orquesta Nacional de Burdeos-Aquitania, la Orquesta Sinfónica de Porto Casa da Música, así como con varias orquestas de toda España y con la London Sinfonietta en los BBC Proms.
Dentro de sus actuaciones en el ámbito de la ópera, podemos destacar el estreno en el Reino Unido de la obra de Luca Francesoni Quartett para la Royal Opera House, Rusalka y La Tragédie de Carmen para la compañía itinerante English Touring Opera y Las bodas de Fígaro en la Escuela Internacional de Ópera Benjamin Britten. Ha trabajado como director asistente para el Festival de Ópera de Glyndebourne y hace poco dirigió la obra de Tippett The Ice Break en una nueva producción de Graham Vick para la Compañía de Ópera de Birmingham y la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham.
MÚSICA PARA LAS MIL Y UNA NOCHES
Virtuosismo es la palabra que podría definir este programa. Para el solista en el concierto de Liszt, escrito por él a su propia medida, lo que lo convierte en un gran reto para todos los pianistas. Y para la orquesta en el caso de Sherezade, que exige el máximo también de todos los solistas de la orquesta, comenzando por el famosísimo solo del primer violín. Y por delante, la obertura en la que Wagner resume sinfónicamente los temas que desarrollará en su gran ópera Tannhauser.
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