Fantasía, lirismo e inspiración
son tres de los ingredientes que, desde el patio de butacas, degustaran hoy nuestros oídos atentos. Así, escucharemos la inspiración poética de Luis Cernuda revelada a la imaginación sonora de nuestro contemporáneo Javier Santacreu. El lirismo inspirado y soñador soplará desde el norte romántico de la mano del exquisito Edvard Grieg y, finalmente, la inventiva fresca y regocijante del “fantástico” mano a mano musical entre Rossini y Respighi, cerrará esta tarde de concierto.
De la belleza inhabitada de Javier Santacreu (Benissa, Alicante, 1965), es la obra que ganó el V Concurso de Composición AEOS-Fundación BBVA, uno de los premios más atractivos del panorama español, no sólo por su dotación económica sino –y probablemente sobre todo- por el hecho de que el premio incluye la difusión de la obra por parte de las casi treinta agrupaciones orquestales miembros de la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas.
Es una pieza orquestal inspirada en la “belleza inhabitada” que el compositor descubrió en la lectura del poema El joven marino de Luis Cernuda. En palabras del propio Santacreu, “es el brillante lenguaje del poeta, en su excepcional hondura lírica, el que me sugiere -de manera totalmente subjetiva- una serie de atmósferas sonoras para cada una de las imágenes que la lectura del poema va reflejando en mí, hasta que, en un estadio más o menos avanzado del proceso de escritura de la obra, ya es la propia música escrita la que me marca el camino a seguir en cuanto a la definición del plan formal de la pieza y la manera de tratar el discurso sonoro definitivo: diálogo de texturas y líneas, juego de densidades, color orquestal, etc., abandonando cualquier influencia o referencia al texto original de partida”.
Es decir, que si la obra puede parecer música programática, no lo es en rigor, ya que las imágenes sonoras que sugiere al autor la lectura de El joven marino, son simples apuntes musicales que, en un momento posterior del trabajo de creación, ceden las riendas a la música ya hecha, como directriz del diseño y tratamiento sonoro de la composición.
La rica instrumentación, en líneas generales, se deja influir por la aparición en el discurso lírico de tres protagonistas: el “yo poético” que se corresponde con el dominio de los instrumentos de viento-madera, el “joven marino”, simbolizado por las cuerdas y el “mar”, en cuyo retrato sonoro predominan los metales y la percusión. Este material acaba configurándose definitivamente en una estructura formal compuesta por una introducción, tres secciones y una coda final.
Edvard Grieg (Bergen, Noruega, 1843- Bergen, 1907) fue un excelente pianista y un compositor que llenó de encanto y lirismo numerosas miniaturas musicales en las que, casi sin excepción, puso de manifiesto una inspiración llena de color y detalle. Así las múltiples canciones y piezas para piano solo que escribió e interpretó (en el caso de las canciones acompañando a su esposa, la cantante Nina Hagerup) a lo largo de su vida, fueron el mejor vehículo para su imaginación lírica y delicada, que no dejó indiferente a muchos de los compositores que compartieron su época artística. Así, el ácido Debussy, que no sentía placer alguno por el lenguaje del noruego, llegó a decir, no sin cierta dosis de ironía, que al escuchar la música de Grieg “tiene uno en la boca el gusto bizarro y encantador del dulce rosa relleno de nieve”. Sin embargo, el también poético Tchaikovsky manifestó en alguna ocasión, tras oír a su contemporáneo, “¡Qué encanto! ¡Qué imaginería musical tan rica e inimitable! ¡Qué interés, qué novedad, qué independencia, qué maravilla!”
El Concierto para piano y orquesta en La menor Op 16, tiene diversas fuentes de inspiración, algunas de las cuales hay que buscarlas en sus raíces nacionales, como los aires de danzas populares y los temas de sabor noruego. Pero también hay un sentido homenaje a la poesía sonora de su admirado Robert Schumann, cuyo Concierto para piano (también en la menor) tuvo ocasión de escuchar en su época de estudiante en Leipzig, un Grieg adolescente que quedó seducido por la inigualable interpretación que de la obra hizo la viuda del compositor, la excelente pianista Clara Wieck-Schumann.
Grieg escribió la obra en 1868, pero la última revisión data de 1906. Consta de tres movimientos, el primero de los cuales, Allegro molto moderato, se abre con una impetuosa introducción en la que un redoble de timbales cerrado por el estallido de la orquesta, da la entrada al solista que se presenta con un motivo descendente de tres notas, cuyo contrario será el generador del tema principal que cantan, a continuación, los instrumentos de viento-madera (estas pequeñas fórmulas “celulares” gustaban mucho al compositor). El piano expone después una segunda idea ligera y con cierta dosis de humor que da paso al último tema expuesto por los cellos y comentado por las maderas. El solista lo recoge y lo elabora a la manera de un nocturno. A partir de este trazado, la música va discurriendo equidistante entre la ternura y el virtuosismo, que tiene su apoteosis en la soberbia cadencia en la que florecen brillantemente las ideas principales del movimiento y que nos lleva a un rotundo final.
En el Adagio, Grieg prescinde de los metales (a excepción de la trompas), para sumergirnos en una atmósfera más intimista, que fluctúa entre lo soñador y lo cantabile, siendo fiel reflejo de las cualidades líricas del compositor, que no en vano fue uno de los más importantes compositores de canciones de la segunda mitad del siglo romántico.
Finaliza la obra con un movimiento construido en diversas secciones que van desde el Allegro moderato molto e marcato, pasando por un Quasi Presto, para desembocar en el Andante maestoso que cierra el concierto. Aquí se recupera el vigor del principio, gracias al empuje rítmico de un aire de danza presentada alegre y fresca y transformada en puro brío y sentimiento épico. Pero Grieg (cómo no), encuentra nuevamente momentos para que susurre la poesía que inunda su universo sonoro.
Y la velada musical se despide con la inspiración compartida de dos compositores italianos, Gioachino Rossini (Pésaro, Italia, 1792-París, 1868) yOttorino Respighi(Bolonia, 1879-Roma, 1936). El primero se había retirado antes de cumplir los cuarenta años, en pleno apogeo profesional, para dedicarse a la buena mesa y a la dolce vita. En los años en que dedicó su energía a tales menesteres, apenas escribió alguna pieza mayor y un buen puñado de fruslerías para piano, que él mismo denominó “Pecados de mi vejez” y que estaban destinadas a su disfrute personal. Dichas piezas no vieron la luz hasta que Respighi las encontró, seleccionó algunas de ellas, las orquestó de manera brillante y escribió algunos nexos de unión, transformando todo en una eficaz música para ballet que, con coreografía y libreto de Massine (que también interpretó el papel masculino principal) y los Ballets Rusos de Diaghilev, se estrenó en el Alhambra Theatre de Londres en 1919 (menos de dos meses antes que El sombrero de tres picos de Manuel de Falla, en el mismo lugar y por la misma compañía), con este sugerente nombre: La Boutique fantasque. Sin duda la fantasía inunda la historia de amor entre dos muñecos,bailarines de can-can, que viven en una tienda de juguetes de París y que son separados tras ser vendidos a dos familias distintas, una americana y otra rusa. El tono de la obra varía entre lo satírico, lo tierno y lo brillante, contando con la inspiración melódica de Rossini, el colorido orquestal de Respighi y la italiana bravura de ambos. Consta de una Obertura seguida de una serie de danzas, entre las que no falta el delicado Vals lento o la Tarantella de vértigo, dejando espacio entre todas, a un ensoñador Nocturno.
Disfruten la fantasía sonora, inspirada y lírica en los brazos de la música.
Mercedes Albaina
Wonny Song, piano
Wonny Song se ha formado musicalmente en el Curtis Institute of Music, obteniendo el Título de Música por la Universidad de Montreal. Se especializó en la Universidad de Toronto con Anton Kuerti y en The Glenn Gould School con Marc Durand, completando un doctorado en música por la Universidad de Minnesota.
Su carrera internacional se ha desarrollado como solista de recitales y conciertos con orquestas de todo el mundo. Ha actuado, entre otros, en el Carnegie Hall de Nueva York y en el Kennedy Center de Washington.
Ha colaborado con distinguidas orquestas como la Orchestra de St. Luke’s in Jazz, Santa Barbara Chamber Orchestra, Cincinnati Symphony, Montreal Symphony, Toronto Symphony y Montreal’s Orchestre Métropolitain.
Entre los éxitos se pueden destacar su recital como “Embajador Musical Canadiense” en 1993 en la Exposición Mundial de Corea y su actuación en la ceremonia de clausura en los Juegos Olímpicos asiáticos. En su repertorio camerístico, ha aparecido en numerosos festivales junto al violinista Alexandre da Costa, formando el Da Costa & Song Duo.
Wonny Song ha grabado para sellos como XXI-21 o Octave Classique. De entre su discografía, fueron especialmente aclamadas por la crítica la grabación de Cuadros de una exposición de Mussorgsky y las Variaciones sobre un tema de Corelli de Rachmaninov.
Marzio Conti, director
Nacido en Florencia en 1960, Marzio Conti inició su carrera profesional como flautista en el Festival de Salzburgo, siendo considerado uno de los máximos exponentes de la flauta a nivel internacional. Posteriormente dejó su brillante carrera de solista y docente para dedicarse plenamente a la dirección de orquesta.
Ha colaborado regularmente con instituciones y orquestas italianas como la Orquesta del Teatro Regio di Torino, la Orquesta del Teatro Massimo di Palermo o la Orquesta del Teatro Bellini di Catania, entre otras, además de otras orquestas europeas y americanas como la National Symphony Orchestra de Irlanda, Bournemouth Symphonietta, Orchestra Sinfonica de Oporto o la Opera de Río de Janeiro. Han actuado con él solistas de fama internacional como Barbara Hendricks, Mischa Maisky, Boris Belkin o Renato Bruson. Ha dirigido en salas tan importantes como la Santa Cecilia en Roma, Serate Musicali di Milano o el Auditorio Nacional de Madrid.
Además de haber sido Director Invitado de la Istituzione Sinfonica Abruzzese (L’Aquila) de 1999 a 2002, Marzio Conti ha sido Director Principal de la Orquesta Nacional del Principado de Andorra y Director Principal de la Orchestra Filarmonica di Torino de 2001 a 2005. Actualmente es Director Artístico de la Orchestra Sinfonica di Sanremo, ocupando también el puesto de Director Titular del Teatro Marrucino de Chieti
Ha trabajado para sellos discográficos como Naxos, Chandos, CPO y RS, grabando más de una docena de discos con música de Nino Rota, Casella, Malpiero, Rossini, Donizzeti, Mozart, Cimarosa, Fauré, Debussy o Verdi.