Kontzertuak

BOS DENBORALDIA 10-2009-2010

Mozarten amodioak


Euskalduna Jauregia.   19:30 h.

O. Messiaen: Un sourire
W.A. Mozart: “Misera, dove son”, K.369 
W.A. Mozart: “Nehmt meinen dank”, K.583
W.A. Mozart: Sinfonía nº 35 en Re mayor “Haffner”, K.385
W.A. Mozart: “Mia speranza adorata!… Ah non sai qual pena” Recitativo y Aria, K. 416
W.A. Mozart: “Vorrei spiegarvi, oh Dio”, K.418
Mozart: Sinfonía nº 38 en Re mayor “Praga”, K. 504

María Espada, sopranoa/soprano
Juanjo Mena, zuzendaria/director

DATAK

  • 04 otsaila 2010       Euskalduna Jauregia      19:30 h.
  • 05 otsaila 2010       Euskalduna Jauregia      19:30 h.

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Cuatro novias para un hermano

Si no fuera por su música, Mozart habría sido famoso por sus cartas. En castellano se tradujo un pequeño volumen con una selección. Lo editaron y se agotó, lo volvieron a reeditar y se volvió a agotar pero seguro que lo tienen en todas las bibliotecas municipales.

En ellas encontramos a una persona divertida, bromista y ordinariota, a la que le gustan los juegos de palabras tontos y el teta-caca-culo-pis; pero también encontramos a una hombre dulce, enamorado de su trabajo, de la vida, de su mujer y de sus amigos. Igualmente es un ejemplo de sensatez cuando emite algún juicio. En dos frases deja dicho lo que tiene que decir, siempre de forma bienintencionada y con un buen rollo que desarma. A veces, cuando le toca tratar un tema más oscuro –problemas de pasta, de salud…– vemos aparecer otra nueva proyección de Mozart. Un gigante, un niño grande puesto a prueba pero que no tiene miedo de tener miedo ni pena por tener pena.

El siglo XVIII fue un siglo de epistolarios de gente famosa pero la gran parte de ellos estaban trucados. Obras impostadas y escritas pensando más en la publicación futura que en el corresponsal. El caso de Mozart no es éste. Sus cartas son pedacitos de vida cotidiana, párrafos de una conversación telefónica. Una maravilla que desconcierta y que nos vacuna contra la misantropía. Y la mayor parte de ellas escritas cuando era un veinteañero.
Si se hubieran perdido sus composiciones y conservado sus cartas ahora estaríamos comiéndonos los puños, reventando de ganas de oír la música de una persona así. Pues bien, ha habido suerte y tenemos la música de Mozart. De hecho tenemos casi toda su música y sólo nos falta la correspondiente a los 30 o 40 años extra que podía haber vivido con un poco de suerte.

Como está escrito que seamos quejicas e insaciables nos duele el tormento de esas obras jamás escritas. ¡Ay, qué no habría pasado con un Beethoven y un Mozart compartiendo bollos de mantequilla en el Café Sacher y oyéndose sus composiciones por el rabillo del ojo! Pues no pudo ser, y con un canto en los dientes de que Beethoven no se nos quedara también por el camino con algún tratamiento médico de esos con lágrimas de rana, sangre de unicornio y bien de azufre.

Y además Mozart no necesitó llegar a la cincuentena para convertirse en un sabio meditabundo. El mismo veinteañero que nos asombra con sus cartas es el que estaba componiendo un montón de maravillas. Las grandes obras de Mozart no fueron escritas en las dos semanas anteriores a su muerte. Se reparten a lo largo de más de quince años. Todavía pagaba la tarifa reducida de menores de 26 en los polideportivos de Viena –ciudad a la que acababa de mudarse– cuando compuso casi todo el programa de la academia de esta noche.

Que no se diga que los Mozart no lo habían intentado. El padre Leopold era un poco gruñón pero se había dejado la piel para financiar la carrera del hijo. La madre Anna Maria alejada de su marido mientras acompaña al chaval por media Europa. El propio Wolfgang metiéndose entre pecho y espalda más viajes que un tenista mientras buscaba un puesto de trabajo acorde a sus capacidades, pero no hubo manera.

Quiere la leyenda que Mozart haya sido uno de los primeros compositores autoliberados de la tiranía de los empleos cortesanos. Mozart, gallardo y valeroso, se lanza a vivir como artista independiente. Emancipado de las cocinas del castillo y dejando con un palmo de narices a todos los arzobispos de la cristiandad.

Parece ser que la realidad fue algo diferente. Tras llamar a todas las puertas de todos los castillos, Mozart descubrió que nadie le ofrecía un puesto de primera división. Lo cual no deja de llamar la atención visto que ya era un musicazo y en aquella época los señoritos tenían bastante buen criterio. Por tonto que pueda parecer es posible que todo fuera una simple casualidad. Habría bastado un cargo vacante en alguna de los millones de ciudades alemanas y una carta de recomendación de su amigo Haydn para reescribir la historia y tenerlo de librea un buen rato.
Y en cuanto a lo de emancipado, pues otro tanto. Una cosa relativa. A su llegada a Viena en marzo de 1781 se metió en casa de los Weber. Una familia Trapp pero de verdad que se caracterizaba por tener cuatro hijas, todas cantantes y todas con algo que despertar en el espíritu o en la carne del joven Wolfgang.

Josepha Weber, la primogénita, fue la destinataria del rol de Reina de la Noche en La Flauta Mágica, que no es poco. Sophie, La benjamina, fue su amiga y recibió algunos guiños y quizá algún pellizquillo cariñoso, al menos antes de que Wolfgang se centrara en las dos hermanas que quedaban. Constanze, con sus veinte añitos recién cumplidos, aceptó su propuesta de matrimonio y Aloysie, la cuarta, vio cómo su contabilidad mostraba un par de calabazas de menos y un puñado de arias de más. En el fondo fueron unos años felices para Mozart. Daba clases, componía óperas y organizaba conciertos con sus propias obras, muchas veces con la tinta fresca.

A Mozart le gustaba conversar y oír. Cada vez que se cruzaba con un músico –un trompista, una cantante, un clarinetista, una alumna pianista… incluso una audiencia– se hacía una idea de sus talentos y, si la cosa se terciaba, le componía una obra a medida. Ofreciendo lo mejor de sí mismo y dejando como unas pascuas al sudado destinatario.

Las arias que oiremos esta noche, todas ellas fechadas entre 1781 y 1783, están compuestas con esa filosofía. Son difíciles como demonios; son agradecidas y respetuosas con la voz por mucho que la tenga todo el tiempo subida a una escalera. La orquesta está ahí para ayudar, no para echarte un pulso. Incluso podremos reconocer a otros amigos de Wolfgang. En Nehmt meinen Dank la cantante comparte partida con tres maderas. En Vorrei spiegarvi, oh Dio Aloysie baila con el oboe, y el colmo de la broma secreta llega en el recitativo de Mia speranza adorata! donde otra vez el oboe tiene dos pasajes solistas… pero son sendas notas larguísimas e inmóviles. Hay que ser un jovencito muy perspicaz para regalar una sola nota a un amigo.

Muchos músicos agradecidos devolvieron el regalo a Mozart, incluido el francés Olivier Messiaen quien, a distancia de dos siglos, compuso una pequeña pieza para orquesta que, no por casualidad, llamó Un sourire, una sonrisa.

Busquen sus cartas, oigan su música, Pónganse moraos a Mozart y, luego, chúpense los dedos.

Joseba Berrocal

Mozarten bihotzean lekua izan zuten hiru emakumerentzako musika. Ia monografikoa den kontzertu honetan, Mozartek Aloysia Weber, Constanza (bere emaztea eta Aloysiaren ahizpa) eta Nancy Storaceri eskaini zizkien ariak entzun ahal izango ditugu. Lorategi honetako hiru loreen artean, sinfonia garrantzitsu bi tartekatuko dira, Haffner eta Praga ospetsuak, bai eta Messiaenek Mozarten oroimenari egindako omenaldi laburra ere. Azken lan hori musikagilearen heriotzaren bigarren mendeurrenaren egunean estreinatu zen.

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Pablo Gonzalez, zuzendaria
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I

LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770 – 1827)

Egmont, Obertura Op. 84

WOLFGANG AMADEUS MOZART (1756 – 1791)

23. kontzertua piano eta orkestrarako la minorrean K. 488

I. Allegro
II. Adagio
III. Allegro assai

Jonathan Mamora, pianoa

II

RICHARD STRAUSS (1864 – 1949)

Also sprach Zarathustra Op. 30

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W.A. Mozart: Exsultate, jubilate K. 165
P.I. Tchaikovsky: Intxaur-hauskailua, II. ekitaldia Op. 71

Alicia Amo, sopranoa
Giancarlo Guerrero, zuzendaria

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