Conciertos

BOS 03

Abono de Iniciación


Palacio Euskalduna .   19:30 h.

Giancarlo Guerrero, director

I

M. Mussorgsky / N. Rimsky Korsakov: Khovanschina, preludio
(1839 – 1881)

K. Szymanovski: Concierto Para Violín y Orquesta nº 1, Op. 35
(1882 – 1937)

I. Vivace assai
II. Tempo comodo – Andantino
III. Vivace scherzando
IV. Poco meno – Allegretto
V. Vivace (Tempo I)

Soyoung Yoon, violín

II

N. Rimsky-Korsakov: Sherezade, op. 35
(1844 – 1908)

I. El mar y el barco de Simbad
II. El cuento del Príncipe Kalender
III. El joven Príncipe y la Princesa
IV. Fiesta en Bagdad; El mar; Naufragio de un barco sobre las rocas

Dur: 100’

FECHAS

  • 17 de octubre de 2019       Palacio Euskalduna       19:30 h. Comprar Entradas
  • 18 de octubre de 2019       Palacio Euskalduna       19:30 h. Comprar Entradas

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Fábulas de colores

Hoy la música, al igual que la brisa fresca, nos llega desde el nordeste. Y viene hasta nosotros con intención narrativa, susurrando leyendas o proclamando hazañas. Esta música y estos relatos, habiendo nacido en el seno de un vasto territorio de raíces milenarias, alumbran una orquesta plena de color, expresión y belleza.

Y lo mismo que cada nuevo día, el concierto se inicia con un amanecer, el que queda esbozado en la Obertura de Khovanschina. Esta magna obra fue concebida por Modest Mussorgsky (Karevo, 1839 – San Petersburgo, 1881) como un “drama musical popular” en cinco actos. Iniciada en 1872, su confección fue aplazada y después retomada en alternancia con otro proyecto: La feria de Sorochinsky. A la muerte del compositor, ambas óperas quedaron inconclusas. En el caso de Khovanschina, sus pentagramas esconden tantas promesas que su querido y bienintencionado amigo Rimsky-Korsakov orquestó el material que se había conservado tras la muerte de Mussorgsky (además de suprimir más de ochocientos compases de la partitura). Pero no solo Rimsky pensó que las ideas de Mussorgsky debían derrochar color orquestal: en 1913, los Ballets Rusos iban a hacer la primera representación de la obra en París y Diaghilev encargó a Ravel y a Stravinsky una nueva orquestación. En 1959 Shostakovich orquestó una vez más la obra, siguiendo escrupulosamente la partitura original para piano de Mussorgsky. Hoy escuchamos la versión de Rimsky, estrenada en San Petersburgo en 1886.

Mussorgsky resumía su credo estético con estas palabras: “El arte no debe ser un fin en sí mismo, sino un instrumento de comunicación entre las personas y de conocimiento de la realidad”, lo cual no deja de ser paradójico si tenemos en cuenta que gran parte de sus obras más programadas llegan a nuestros oídos habiendo pasado por retoques, revisiones e instrumentaciones varias de otros compositores que opinaron que la música de este espíritu libre era difícil de comunicar. Mussorgsky recibió sus primeros conocimientos musicales de la mano de su madre y de los cantos de los trabajadores del campo. La fascinación sonora que esta música esencial produjo en él, asociada a los recuerdos de una infancia feliz, lo alejaron de una formación académica que se iniciaba en Rusia bajo la sombra de la tradición musical germana e italiana. Los hermanos Rubinstein, promotores de la organización musical en Moscú y San Petersburgo en forma de conservatorios y sociedades musicales, lo tildaban de amateur. Este juicio, lejos del desprecio con que era emitido, es considerado hoy una de las más genuinas virtudes de Mussorgsky: la falta de conocimiento de las reglas de la composición y la consiguiente libertad de escritura, dotan a su lenguaje de una autenticidad y una frescura que le hicieron ser apreciado -ya en el siglo XX y por músicos de diversas nacionalidades- como el compositor ruso más audaz e interesante de su generación. Sin embargo, fue el único del llamado “grupo de los cinco” – artífices del nacionalismo musical ruso- que no buscó una proyección internacional. En realidad, nunca persiguió la fama en ninguna de sus modalidades y nunca salió de Rusia.

En la Obertura de Khovanschina Mussorgsky consigue, con un sentido tan poético como preciso, perfilar el paisaje sonoro de manera que su descripción del amanecer sobre el río Moscova es una hermosa metáfora del despertar de la nueva Rusia sobre los viejos patrones del pasado. Siguiendo el curso de una “melodía que participa de la vida”, la música nos sumerge en una atmósfera tan realista como sugerente y sobre el tenue palpitar del aire de la mañana en la delicada instrumentación de Rimsky, van surgiendo las suaves luces del alba a las que los colores fragantes de los instrumentos de viento llenan de placidez.

Nacido en una pequeña localidad del imperio ruso -hoy perteneciente a Ucrania- pero de fuerte raigambre polaca por cultura e historia, Karol Szymanowski (Tymoszówka, 1882 – Lausanne, 1937) se benefició desde niño de las posibilidades de crecimiento artístico que le brindó un entorno familiar rico en capacidad económica y alentador en su inclinación hacia toda manifestación artística. Viajó mucho en su juventud y tuvo posibilidad de conocer distintas corrientes estéticas y muestras del folklore. La cultura musical popular de variada índole -polaca, árabe o mediterránea- y las innovaciones en el lenguaje de la música le interesaron por igual y, a lo largo de su carrera, sus formas de expresión musical variaron en virtud de las circunstancias. Pese a ese afán de conocimiento y exploración, durante la Gran Guerra el compositor se vio obligado a permanecer recluido junto a los suyos en la finca familiar y el aislamiento se prolongó por el estallido de la revolución rusa. Sin embargo, la creación de lo que él llamaba su “paisaje interior”, enriquecido por todas sus experiencias culturales tempranas, contribuyó a transformar la desgracia en virtud, dando lugar a lo que el propio compositor denominó “espléndido aislamiento”. Por ello, y precisamente durante aquellos años, Szymanowski fue capaz de componer el Concierto nº 1 para Violín y Orquesta Op. 35, volcando en él todo el material acumulado y un sinfín de imágenes exóticas que daban vuelo a su fantasía musical y le distanciaban de la monstruosidad de las guerras. Terminada en 1916, la obra no fue estrenada hasta 1922 por la Orquesta Filarmónica de Varsovia con Józef Ozimiński como solista -aunque dedicado al extraordinario Paul Kochanski.

Hay un halo mágico en el discurso de este concierto que impregna las atmósferas cambiantes de las cinco secciones o movimientos en que está articulada la obra. Una división interna poco frecuente en el género que hace más apropiado aquí hablar de fases o episodios narrativos, admitiendo que la transición de uno a otro es casi imperceptible porque la concepción inicial se basa en un todo orgánico.
Esta sustitución del paso claro de movimientos -propio de otros conciertos- por un deambular de fraseo largo y vibrante entre emociones y climas en continua variación, contribuye a extender el aura de irrealidad que envuelve la partitura. La fantasía y la sensualidad de una melodía palpitante basada en intervalos de traza oriental, explora los registros extremos del violín y sumerge al oyente en las profundidades de un Romanticismo tardío, aún lírico y suntuoso.

Pero el gran logro de Szymanowski consiste en haber hecho convivir ese romanticismo de contenido sentimental con cierto atrevimiento en el formato y el lenguaje, fundamentado en la búsqueda de nuevos contextos armónicos y texturales. Su lado poético lo condujo, en este concierto, a no extraviar la continuidad temática, manteniendo una línea principal que se despliega de manera soberbia en la voz del solista, sobre el tapiz evanescente y delicadamente multicolor de una orquesta en esplendorosa plenitud. La audacia lo llevó a revitalizar el panorama de la música polaca en el siglo XX, donde le siguieron figuras de la talla de Witold Lutosławski y Krzysztof Penderecki.

Y toda la fuerza narrativa rusa estalla en la segunda parte del concierto en la sublime voz de Scheherazade quien, para evitar el macabro destino de ser asesinada tras la noche de bodas -fin que el infame y poco imaginativo sultán Schariar había diseñado para sus esposas-, se dispone a contar al villano un relato cada velada, durante mil y una noches… Nikolai Rimsky-Korsakov (Tijvin, 1844 – Liubensk, 1908) puso música a varias de las narraciones recogidas en la compilación de los legendarios cuentos árabes que se había publicado en El Cairo en 1835. Él mismo describía esta especie de suite sinfónica como “un caleidoscopio de imágenes fabulosas de cuento oriental”. Y es que la imaginación tímbrica encuentra su cauce en las extraordinarias historias que cuenta cantando la sultana Scheherazade a través del violín. Pero en el caso de Rimsky el derroche colorista va más allá y el caudal acaba convirtiéndose en un torrente de virtuosismo orquestal.

Al igual que muchos de sus contemporáneos rusos, Rimsky había recibido su primera educación musical en el hogar y, durante algún tiempo, compartió con sus colegas del grupo de los cinco el rechazo hacia la institucionalización de la enseñanza musical. Sin embargo, al ser nombrado profesor de composición del Conservatorio de San Petersburgo, tuvo la honestidad de reconocer que un buen aprendizaje práctico de la música se ve enriquecido por el conocimiento de la teoría que lo sustenta y se sometió a una estricta disciplina de estudio de la armonía y el contrapunto. Rimsky-Korsakov reconoció que “por esa época no sabía nada de la teoría de la música, pero obedecía a mi instinto y a mi oído”. Acabó escribiendo un espléndido tratado de orquestación con el que hizo visible la conversión de un diletantismo militante en una profesionalización de alta calidad, poniendo los cimientos para una sólida y fecunda tradición didáctica en Rusia. La enseñanza fue para él un oficio placentero y tuvo especial predilección por alguno de sus numerosos estudiantes, como Stravinsky o Glazunov.

Scheherazade fue estrenada en 1889 en el marco de los Conciertos Sinfónicos Rusos de San Petersburgo que él mismo dirigía. La libertad en el tratamiento de los materiales musicales se pone al servicio del gran talento orquestador que exhibe Rimsky y en ningún momento perturba el fino hilo que enlaza creatividad literaria con belleza melódica y alarde orquestal. Toda una fiesta que reúne para nuestros oídos a un navegante intrépido que no teme la furia de las tempestades marinas, a un príncipe reconvertido en mendigo algo nostálgico y a unos jóvenes amantes que llenan de perfume y ternura su hermosa historia de amor. Todos ellos bajo la suspicaz y oscura mirada de un sultán feroz, vencido para siempre por la inteligencia y por la música y cuya derrota se celebra por todo lo alto en Bagdad, antes de la serena conclusión (se debe de haber dormido el sultán. ¿Quizá para siempre…?).
Prodigiosas ráfagas de fantasía y maestría orquestal -como brisa o tornado- entran hoy por el nordeste. Disfrútenlas.

Mercedes Albaina

SOYOUNG YOON – Violín

Soyoung Yoon ha sido aclamada por sus actuaciones «meticulosas … altamente disciplinadas» (Gramophone). Ha sido premiada en los principales concursos, incluidos el Yehudi Menuhin, Henryk Wieniawski e Indianápolis.

Soyoung es cada vez más demanda en el escenario internacional, habiendo actuado con orquestas como la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, la NDR Elbphilharmonie Orchestra, Royal Philharmonic Orchestra, Polish National Radio Symphony, Trondheim Symphony y Zurich Chamber Orchestra. Destacan sus recientes y futuras actuaciones en el Carnegie Hall y el Berlin Konzerthaus, así como conciertos con la Sinfónica de Singapur y una gira por Alemania con la Filarmónica de Praga.

Soyoung colabora con frecuencia con la Orquesta de Cámara de Corea, habiendo grabado con ellos las Cuatro estaciones de Piazolla y el Concierto para violín y piano de Mendelssohn. Junto con Veit Hertenstein y Benjamin Gregor-Smith, fundó el ORION String Trio, siendo en 2016 doblemente premiados en el concurso «Migros Kulturprozent». Esta temporada visitará con el trío el Wigmore Hall de Londres, la Zurich Tonhalle, Stuttgart, Edimburgo, Belfast y Manchester.

Soyoung estudió en la Universidad Nacional de las Artes de Corea del Sur, con Zakhar Bron en la Universidad de Música y Danza de Colonia y en la Universidad de las Artes de Zúrich. Toca un violín J. B. Guadagnini (ex-Bückeburg) construido en Turín en 1773.

GIANCARLO GUERRERO – Director

Giancarlo Guerrero, ganador en seis ocasiones del Premio GRAMMY®, inicia su undécima temporada como Director Musical de la Nashville Symphony. Guerrero también es director musical de la Wrocław Philharmonic, Polonia, y principal director invitado de la Orquesta Gulbenkian de Lisboa, Portugal.

Durante la temporada 2019/20 regresará a la Boston Symphony, Orquestra Sinfônica do Estado de São Paulo, Deutsches Symphonie-Orchester Berlin, Frankfurt Opera and Museums Orchestra y New Zealand Symphony. En temporadas recientes ha dirigido la Frankfurt Radio Symphony, Brussels Philharmonic, Deutsches Radio Philharmonie, Orchestre Philharmonique de Radio France, London Philharmonic Orchestra y Sydney Symphony.

Giancarlo Guerrero ha colaborado con importantes orquestas norteamericanas, incluidas las de Baltimore, Cincinnati, Chicago, Cleveland, Dallas, Detroit, Houston, Indianápolis, Los Ángeles, Milwaukee, Montreal, Filadelfia, Seattle, Toronto, Vancouver y la National Symphony Orchestra. Con anterioridad, Guerrero fue el principal director invitado de The Cleveland Orchestra Miami (2011-2016), director musical de la Eugene Symphony (2002-2009) y director asociado de la orquesta de Minnesota (1999-2004).

Nacido en Nicaragua, Guerrero emigró durante su infancia a Costa Rica. Como un prometedor estudiante, fue a los Estados Unidos para estudiar percusión y dirección donde obtuvo el Master en dirección orquestal en Northwestern. Guerrero está particularmente comprometido en la dirección de orquestas jóvenes y trabaja regularmente con la Curtis School of Music, Colburn School en Los Angeles, y la Yale Philharmonia, así como con el programa Accelerando de la Nashville Symphony, que brinda educación musical a jóvenes talentos de comunidades étnicas infrarepresentadas.

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